13.

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SEBASTIÁN

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— ¿Andrea? —

Sebastián, puedo... ¿Podemos vernos?

Miré la hora, las 2:00 a.m., no voy a negar que me preocupó y más aún con en el tono que lo dijo como si le hubiera pasado algo malo.

— Claro, ¿Dónde estás? —

Afuera de mi departamento — respondió.

— Escucha, ya salgo para allá pero por favor, te pido que entres al edificio y espérame en recepción. Hace frío a esta hora — no me respondió — ¿Andrea? Andy, responde —

Si, si, te esperaré adentro

Respiré aliviado — No tardo — colgué la llamada.

Tomé las llaves del auto y una chamarra, salí del departamento con prisa hasta el estacionamiento. En ese momento no me importaba si forzaba mi rodilla, solo quería llegar con Andrea lo más pronto posible.
Agradezco que a esta hora las calles están casi solitarias.

Llegué a su departamento estacionando el auto en frente, me bajé de él. Andrea salió del edificio apenas vió el auto, no dudó en lanzarse para abrazarme. Pude sentir que algo no marchaba bien, la rodeé con mis brazos acariciando su espaldas mientras ella se aferraba a mi cuello.
Escuché pequeños sollozos de su parte.

— Estoy aquí, tranquila, sácalo todo — susurré en su oído sin dejar de acariciarla. Sus lágrimas empezaron a mojar mi hombro — ¿Qué fue lo que pasó? — pregunté.

Se separó de mi poco a poco, su labio inferior estaba temblando. Sus ojos no tenían ese brillo que se le caracterizaba, solo reflejaban miedo.
Toqué ligeramente su mejilla pero ella la apartó de inmediato, como si el más ligero contacto con su piel le provocará dolor.
Ladee mi cabeza para observar mejor aquella zona y un sentimiento de rabia se apoderó de mi cuando ví su mejilla roja.

— Andrea ¿Qué fue lo que pasó? — repetí — ¿Edson te hizo esto? — no me respondió, pero la lágrima que resbaló por su mejilla me lo había confirmado.

Ese imbécil se había atrevido a golpearla.

— Lo voy a matar — expresé con intenciones de entrar al edificio pero ella me detuvo.

— Por favor Sebas, no vayas... — me suplicó — Solo, solo sácame de aquí —

Asentí, la tomé del brazo el cual también apartó. Cómo aquel día que la llevé al hospital. Decidí mejor tomar su mano y acompañarla al auto, le abrí la puerta para que entrará, esperé a que se acomodará para subirme.
Encendí el auto y comencé a conducir sin ninguna dirección. Andrea miraba el camino desde su ventanilla sin decir ni una sola palabra. La miraba de reojo, no podía evitar echar un vistazo a su mejilla enrojecida.

— ¿A dónde quieres ir? — le pregunté.

— Me da igual — respondió encogiendo sus hombros.

𝘿𝙚𝙨𝙘𝙤𝙣𝙤𝙘𝙞𝙙𝙤𝙨/ 𝐒𝐞𝐛𝐚𝐬𝐭𝐢𝐚́𝐧 𝐂𝐨́𝐫𝐝𝐨𝐯𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora