Capítulo •21

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André/Samuel

A mitad de la madrugada sentí movimiento en la cama, abrí los ojos un poco para ver el otro lado de la cama vacía, me senté buscando con la mirada a Andrea y no pude encontrarla. Busqué en el baño, en el clóset, en la terraza y no pude encontrarla.

Salí al pasillo confirmando que todo estaba oscuro, me acerqué a la habitación donde estaban los gemelos y mi hija, abrí la puerta con sumo cuidado para no hacer ruido y estaban dormidos.

Oí murmullos en la planta baja y caminé hacia las escaleras, vi sombras en la entrada principal así que bajé para ver de quienes se trataban.

- ¿Donde lo dejaron? - preguntó Andrea, la grande.

- No quería dejar rastro de ella, yo me encargué de quemar el cuerpo y diluir las cenizas en ácido.- respondió Russo.

Andrea no respondió, entonces Russo continuó.

- Señora, no es su culpa. Ella se lo buscó al tratar de meterse con su familia, además, usted sabe que si ella lograba llegar a Emanuel se habría desatado algo peor.- Andrea sollozó.

- Eso no le quita tener razón en algo, Russo. Yo fui criada por sus padres, yo le quité su lugar.- suspiró - Si mi familia no hubiera tenido problemas con el abuelo de los Carozo o si Sam no hubiera matado a la hija de Emanuel, nada de esto estaría pasando. Pero por alguna razón, siento que la culpable soy yo.

Los recuerdos de esa niña llegaron a mi cabeza, sus ojos miel y cabello rubio, la rabia inmensa que sentí al ver a mi madre, Artemisa Miranda, sonreirle con lágrimas en los ojos y a Emanuel Salvatorre llevarle muñecas día a día, me dieron el valor suficiente para cometer mi primer homicidio.

Bueno, mi primer homicidio múltiple, si no me equivoco, murieron alrededor de 500 niños y más de 50 trabajadores en "un incendio misterioso"

Emanuel se había dado cuenta de quien fue el culpable, por su sangre homicida, pero nunca hizo nada por llevarle la contraria a mi madre.

Recuerdo el día que llegué a la mansión y él me declaró la guerra, a un niño de tan solo 7 años.

****

" - Bienvenido, Samuel.- dijo mi madre.

Solté mi pequeña mochila de militares y avancé en la mansión.

Un hombre con traje oscuro se levantó del sofá en el salón.

- Hola, pequeño Samuel. Soy Isaac Salvatorre.- se presentó.

A pesar de ser un hombre mayor, tenía porte poderoso. Su cuerpo rígido, su traje planchado a la perfección, su mirada fuerte y su voz ronca, todo en ese hombre ganaba mi admiración.

- ¿Quieres que te acompañe a tu habitación? - preguntó cruzando sus muñecas frente a tu cuerpo.

- Puedo ir solo, señor Salvatorre.- dije con respeto.

- Cariño, él es tu abuelo.- murmuró mi madre en mi oído.

- No es su abuelo.- contradijo Emanuel.

El hombre, Isaac, se inclinó frente a mi, se apoyó en una de sus rodillas y tomó mi mano.

- Soy tu abuelo, si eso quieres. Desde ahora, serás grande, un Salvatorre. Un Salvatorre decide quien vive y quien no, quien respira y cuando. ¿Entendido? - preguntó con autoridad.

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