Capítulo 21.

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Capítulo +18, la que avisa no es traidora.

Capítulo 21.

Febrero, 2028.

Sonrío apoyada en la puerta al cerrarla, la sonrisa que se instala en mis labios es de gilipollas.
Porque siento que lo soy.
Es un imbécil que con decirme dos palabras bonitas y ponerme esa mirada intensa de chico bueno consigue tenerme de nuevo a sus pies.
Más bien en su casa, en su cuarto de baño, con ropa que me robó y que ahora huele a él.
Quiero odiarlo, por estar con Diana, por dejarla llorando el otro día. Por dejarme sola cuando lo necesité de verdad.
Y sin embargo, me sonríe, se acerca y me es muy difícil ocultar el temblor de mi cuerpo al sentirlo tan cerca.

Cierro los ojos cuando el agua cae por mi cuerpo y el momento en el ring aparece como un recuerdo fugaz pero doloroso, que se instala en mi pecho y me hace retroceder hasta la primera vez que Gabriel cruzó esa línea.
Nunca pude haber imaginado que algo así iba a ocurrir, que ese chico moreno que cautivó a mis padres con una sonrisa y por el que toda la gente sentía verdadera admiración fuese capaz de golpearme.

El primer tortazo llegó poco después de casarnos, cuando llegamos a casa. Su humor cambió durante una cena a la que asistimos con sus amigos y socios de la empresa que ya era una realidad y un auténtico éxito.

"-¿Se puede saber qué ha sido eso?

Me giro al entrar en la casa para mirarlo aún con las luces apagadas, solo iluminado el enorme salón por las luces del jardín que se reflejan en las grandes puertas de cristal.
Con una mano quito las horquillas de mi pelo, dejándolo caer hacia mi espalda y sintiendo un gran alivio al no llevar el moño tenso que parecía que quería acabar conmigo.

-¿El qué?
-Tomás te estaba coqueteando y tú le has seguido.
-¿Qué dices? -Me giro, cansada, sin ganas de discutir, desde hace poco encuentra cualquier motivo para iniciar una discusión que nunca nos lleva a ningún sitio.-
-¡Mírame cuando te hablo! -Agarra con fuerza mi brazo para girarme hacia él, evitando que caiga al suelo al doblarse los grandes tacones que se salen de mis pies. En sus ojos solo veo algo oscuro, un brillo que no está y que me hace tener miedo por primera vez desde que lo conozco.- ¿Ya te has cansado de mí?
-Gabriel... Creo que estás sacando las cosas de su lugar, yo no... -Mi cara se gira abruptamente, solo siento dolor y un pinchazo en el pecho al no haber imaginado que su mano iba a cruzar alguna vez mi mejilla. Me quedo quieta, mis músculos se intumen, se petrifican y no sé reaccionar. Mi cabeza piensa en mil cosas y a la vez en nada, está en blanco.-
-Eres mi esposa. ¡Me tienes que querer a mí! ¡Solo a mí! ¡Eres mía, joder! -Aparta mi cuerpo del suyo con un empujón que hace que mis piernas se doblen y acabe sentada en el frío suelo de mármol que todos los días vienen a limpiar.- ¿Me quieres? ¡Dilo!

No puedo hacer más que asentir, sintiendo solo miedo en este momento. Me es imposible mirarlo a los ojos, mirar al que hasta ahora pensaba que era una buena persona que me quería de verdad.
Siento sus pasos alrededor de mí, para luego agacharse y coger mi cara con la mayor delicadeza del mundo, como si momentos antes esa misma mano no hubiese golpeado sin compasión mi mejilla.

-Déjame... -Mi voz sale temblorosa, en apenas un susurro casi imperceptible, temerosa de que esa palabra haga que vuelva a abofetearme.-
-Lo siento, lo siento muchísimo... Yo no quería, no sé qué me ha pasado, no volverá a ocurrir mi amor, princesa..."

Pero si volvió a ocurrir.
Y esa bofetada fue la que acabó por dolerme menos, la más suave de todos los golpes, insultos y desprecios que vinieron después.

Alzo la cabeza, sintiendo las lágrimas de nuevo corriendo por mis mejillas, cayendo a la ducha y mezclándose con las gotas de agua que se pierden por el desagüe.
Intento buscar aire, intento respirar de nuevo porque no sé en qué momento he dejado de hacerlo.
Y lo hago, atropelladamente, desesperada por aflojar el nudo que se aprieta en mi garganta por esos malditos recuerdos que parecen nunca querer dejarme.

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