Capítulo 39.

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Capítulo 39.

Marzo, 2028.

25 de Marzo. Sábado.

Miro por la ventana como la noche deja de ser oscura y el sol comienza a dejar ver sus primeros rayos de luz.
El cielo se torna de un anaranjado y yo miro por enésima vez el reloj.
Eva no me ha cogido el teléfono, tampoco ha vuelto a casa.
No sé donde está, no sé si le ha pasado algo.

Paso la mano por la cara y se me escapa un quejido de dolor. Ese segundo combate fue un gran error.
Tuve que haberme ido con ella, con Eva, dejar que su mano me sacase de allí aunque la mayoría de la gente me abuchease, pero era tal la adrenalina que tenía dentro y recorría mis venas que no pide hacerlo.
Y volví, volví a que ese tipo que era más grande que yo en todos los sentidos se riese y siguiese utilizándome de saco de boxeo en un maldito entrenamiento.

Nunca habría ganado si no hubiesen deslizado desde el público un puño americano que utilicé hasta tres veces sin que, el que se suponía que era el árbitro, me viese.
No sé quién pudo haberlo hecho, pero se lo agradeceré toda la vida.
Tengo el dinero para Fede y puedo seguir andando.

Escucho las llaves entrar en la cerradura y mi mirada se fija en la puerta, que se abre, dejando paso a Eva, que agacha la cabeza cuando nuestros ojos se cruzan un par de segundos.
Mi teléfono vibra pero no le presto atención porque no puedo desear nada más que no sea hablar con ella.
Que me mire.
Que coja mis manos y me diga que soy un gilipollas pero que me quiere, que vamos a estar juntos y que estamos bien.
Que me perdone por mentirle e ir a las peleas.

-Eva...
-Déjame.

Esquiva mi cuerpo y camina por el salón de la casa.
Me giro, con determinación, quiero que me hable, no quiero dejar la conversación en ese "Déjame".
Trato de agarrar su brazo pero se zafa rápidamente de mi contacto.

-¿Qué te pasa?
-¿Fuiste tú quien quemaste más oficinas de Gabriel y destrozaste la casa donde vivíamos?

Todos los músculos de mi cuerpo se tensan involuntariamente.
Mi cabeza reproduce un leve pitido que no cesa.
¿Cómo sabe eso?
A falta de mis palabras y mi posible rostro sorprendido y desencajado le dan la respuesta que busca.
Sí, fui yo.
Aunque la razón ahora me parece una gilipollez.
Estaba dolido, enfadado, rabioso.
Me quedé sin nadie, estaba solo.
Y fue tarde cuando me di cuenta que volvería a desear estar solo si eso me iba a llevar a Eva.

Un golpe seco en mi mejilla me saca del trance en el que parezco estar.
Me duele, más por lo que significa que por el propio golpe o moratones de la pelea anterior.

-¡Me acusaron a mí! Que quería cobrar el seguro me dijeron. Fraude y no sé cuantas cosas más. -Se gira y vuelve a hacerlo para estar frente a mí. Puedo ver en sus ojos azules muchos sentimientos y ninguno de los que realmente quiero ver. La decepción, rabia y tristeza son las que predominan. Ni rastro de ese brillo que había al mirarme.-
-Lo siento. Yo...
-Eres un gilipollas. -Niega con la cabeza y se aparta un paso hacia atrás cuando quiero acortar ese espacio.- No me toques.
-Eva... Por favor... -Es la forma más rápida de solucionar las cosas, un roce y sentir que sigo produciendo en su interior mariposas. Agarrarme a esa sensación para que me perdone, para que vea en mí a esa buena persona que en realidad no soy.-
-¿Por qué lo hiciste?
-Estaba enfadado.
-¿Qué estabas enfadado? Y dijiste, pues voy a joder a Eva un ratito. ¿Así fue? -Suspiro, mirando al suelo, sintiéndome incapaz de seguir mirándola a la cara.-
-Estaba furioso contigo.

Una carcajada amarga sale de sus labios y un pequeño pinchazo aparece en mi pecho al pensar que no tiene ni pies ni cabeza las razones por las que hice aquello.
Que la rabia me cegó.
Gabriel lo hizo.
Y yo estaba en mitad de una guerra, en el bando equivocado.

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