Capítulo 40.

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Capítulo 40.

8 de abril, 2028. Sábado.

Estiro el brazo por el ancho del colchón, buscando un cuerpo desnudo entre las sábanas que no está.
Abro los ojos despacio para comprobar que estoy solo, que no hay nadie más que yo en esta cama que todas las noches compartimos Eva y yo.

Quería agarrar su cadera, pegarla a mí para esconder mi cabeza en su pelo y volver a dormir, quería hacer eternos los momentos a su lado.
Ni yo me creo aún que me haya perdonado ser el gilipollas que fui, haberle causado problemas por pensar y creer que Gabriel había muerto por su culpa.
Ella me entendió cuando ni yo lo hice, y me confirmó que nunca encontraré a nadie que no sea ella para compartir mi vida.

En estos días en los que no podía despegarme de sus labios, en el que constantemente necesitaba un roce de su piel con la mía para saber que seguía aquí, me ha demostrado que en otra vida tuve que sr demasiado bueno para ahora tener la inmensa suerte de tenerla a mi lado.
Porque me quiere, y me lo ha dicho con palabras y sin ellas.
Porque yo también se lo he demostrado y no me he cansado de repetirlo una y otra vez a los cuatro vientos.

Como cuando vinimos de cenar en un bar cercano a la casa de mis padres, donde nos seguimos quedando.
Habíamos bebido un poco y volvimos andando, agarrados de la mano, solo iluminados por las farolas y las estrellas en el cielo.
No podía parar de decirle a cada persona que nos cruzabamos a altas horas de la noche que la quería, que iba a compartir mi vida con ella.

Eva reía, la persona a la que se lo decía también, y yo, yo simplemente me sentía lleno con el sonido de su risa en mis oídos.
Porque así es como quiero verla siempre, riendo, pegándome para que deje de hacerla reír porque le duele el estómago.
Que llore solo de alegría.
Que olvide todas sus preocupaciones, alejar todas las nubes de su cabeza.

En estas dos semanas no todo ha sido camino de rosas, fuimos juntos al juzgado, si Gabriel está vivo quiere decir que Eva sigue casada con él, ambos queríamos poner remedio a eso.
Pero en todos lados consta como difunto.

-¿Eva? -Me alzo en la cama para que mi voz salga con más fuerza. Muerdo mi labio al no escuchar respuesta. Miro hacia la mesita de noche, no hay ninguna nota avisando de que iba a salir. Siempre suele dejarla para que no me asuste.- ¿Amor, donde estás?

No hay sonido de la ducha.
No hay sonido de cacharros en la cocina.
No hay sonido de la televisión en el salón.
No hay sonido de sus pasos en el suelo de la casa.

Su olor está impregnado en las sábanas blancas de la cama, pero no hay rastro de ella en la casa.
Alargo el brazo para llegar hasta mi teléfono, marco su número casi sin mirar, es mi primer contacto en marcación rápida.

Un tono.
Dos tonos.
Tres tonos.
Cuatro tonos.

El contestador.

Suspiro y vuelvo a intentarlo con el mismo resultado.
Una sensación amarga, rara, aparece en la boca de mi estómago.
Niego con rapidez para alejar los pensamientos negativos de mi cabeza, seguro que está bien, solo que ahora no podrá atender a la llamada.
Quizá ha ido a hablar con sus padres.
Quizá está dispuesta a perdonarles.

Sinceramente espero que sea eso, así tendré yo también una opción de obtener su perdón cuando le cuente que el propio Gabriel me confesó que le pegaba y en lugar de sacarla de ese infierno yo quise que él cambiase aunque en el fondo siempre supe que no lo haría.

Paso las manos por mi cara y me quedo sentado en la cama, mirando hacia un cuadro donde hay una fotografía de mis padres y mi hermano.
Todos sonrientes, llenos de vida.

El mensaje de Rúa no sale de mi cabeza, dijo que pensaba que lo de mis padres no fue un accidente, pero eso fue lo que dijeron en el informe.

Hace unos días fui de nuevo al apartamento en el que conviví con Gabriel.
Donde tantos días también pasé con Eva.
Donde acogí a Rúa.

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