27 [Final]

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Me despierto poco después en la penumbra violácea del cuarto, con la sensación de que hay alguien conmigo y de que se están aflojando las ataduras de mis muñecas. Por un segundo, mi corazón se eleva y pienso: «Taehyung », pero a continuación levanto la vista y veo a JeongIn, sentado en la cama, manipulando las cuerdas que me atan al cabecero. Tira y retuerce y se inclina a veces para tirar del nailon con los dientes.

Y de pronto, la cuerda se rompe y estoy libre. El dolor en los hombros es atroz, y siento pinchazos en los brazos. Pero, con todo, en ese momento de liberación sería capaz de gritar y saltar de alegría.

Me siento frotándome las muñecas. JeongIn se acurruca junto al cabecero mirándome. Me inclino hacia delante y lo envuelvo en un gran abrazo. Huele a jabón de manzana y a leche. Tiene la piel caliente, y no puedo imaginar lo nervioso que se habrá puesto al subir a escondidas a mi cuarto. Me sorprende lo delgado y frágil que parece mientras tiembla ligeramente entre mis brazos.

Pero no es frágil, en absoluto. JeongIn es fuerte, y me doy cuenta de que quizá sea más fuerte que ninguno de nosotros.

Me aparto solo un poquito para susurrarle al oído:

-¿El tío sigue ahí fuera?

JeongIn asiente en silencio, y luego se pone las manos a un lado de la cabeza para indicar que está durmiendo.

Me inclino de nuevo hacia delante.

-¿Hay reguladores en la casa?

JeongIn asiente de nuevo y muestra dos dedos. Se me hunde el estómago. No solo uno, sino dos reguladores. Me pongo de pie para probar las piernas; tengo calambres después de dos días inmovilizado. Camino de puntillas hasta la ventana y abro la persiana tan silenciosamente como puedo, consciente de que el tío dormita a pocos metros. En el exterior, el cielo muestra un tono púrpura oscuro, profundo, del color de las berenjenas, y la calle está envuelta en sombras. Todo está inmóvil y silencioso. No falta mucho para el amanecer.

Abro cuidadosamente la ventana, con un deseo repentino de oler el mar. Ahí está: ese olor a espuma salada y a neblina que siempre me trae a la mente la idea de una revolución constante, de una marea eterna. En ese momento siento una oleada de tristeza abrumadora. Sé que no hay forma de encontrar a Taehyung en esta enorme ciudad durmiente, y es imposible que yo alcance solo la frontera. Mi mejor opción es intentar llegar a los acantilados, al océano, y meterme en el agua hasta que esta se cierre sobre mi cabeza. Me pregunto si dolerá. Me pregunto si Taehyung estará pensando en mí.

En algún lugar de la ciudad se oye un motor en marcha, un rugido lejano. Dentro de pocas horas, el rubor brillante de la mañana se abrirá paso entre toda esa oscuridad y las formas volverán a afirmarse; la gente se despertará y bostezará y hará café y se preparará para ir a trabajar, como de costumbre. La vida seguirá.

Algo me duele en lo más profundo, algo antiguo y más fuerte que las palabras: ese filamento que nos une a la raíz de la existencia, esa cosa antigua que se despliega y resiste y forcejea desesperadamente buscando un punto de apoyo, una forma de seguir aquí, de respirar, de continuar viviendo. Pero hago que se vaya, lo obligo a acurrucarse de nuevo, a marcharse.

Prefiero morir a mi manera que vivir como ellos.

El ruido del motor se va haciendo más fuerte, se aproxima.

Y veo entonces una solitaria motocicleta, un punto negro que se acerca por la calle. Por un momento la observo, fascinado.

Solo he visto una motocicleta en marcha dos veces en mi vida y, a pesar de todo, me parece bella la forma en que sube por la calle, como un leve resplandor atravesando la oscuridad, como la lustrosa cabeza negra de una nutria que corta el agua. Observo también al motorista, una silueta oscura en la parte trasera del vehículo, como una sombra inclinada hacia delante de la que solo se distingue la parte alta de la cabeza. Se va acercando y adquiere forma y detalle.

DELIRIUM | TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora