15

125 15 1
                                    

Si uno se va nos vamos todos

Trato de ver a Taehyung casi a diario, incluso los días en que tengo que trabajar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Trato de ver a Taehyung casi a diario, incluso los días en que tengo que trabajar. A veces Jihyo viene con nosotros.

Pasamos mucho tiempo juntos. En especial por la noche. Si alguien se enterara de todo lo que hacemos, o si nos vieran reír, hacernos ahogadillas, luchar en batallas acuáticas y echar carreras por las marismas, indudablemente sospecharían.

Volvemos a las casas de Yeongdeok y por fin comprendo cómo supo Taehyung encontrar el cobertizo, cómo supo orientarse con tanta precisión por los pasillos de la casa en aquella oscuridad total. La casa es de Taehyung o algo así. Durante años ha pasado varias noches cada mes en alguna de las casas abandonadas. Le gusta tomarse un descanso del ruido y el bullicio de Seul. No lo dice, pero sé que ocupar una casa abandonada le recuerda su vida en la Tierra Salvaje.

Una casa en concreto se convierte en nuestra preferida: el número 37 de la calle Seoullo, una vieja mansión colonial donde vivía una familia de simpatizantes. Como muchas otras del barrio, la propiedad ha sido vallada y tiene las ventanas y las puertas cubiertas con tablas desde la gran desbandada que despobló esta zona, pero Taehyung nos enseña cómo entrar apartando una plancha suelta de una de las ventanas de la planta baja. Es raro: aunque el lugar ha sido saqueado, quedan algunos de los muebles más grandes y los libros. Y si no fuera por las manchas de humo que ascienden por paredes y techos, se podría esperar el regreso de los dueños en cualquier momento.

La primera vez que vamos allí. Jihyo camina delante de nosotros gritando «¡hola!, ¡hola!» por los cuartos oscurecidos.

Tiemblo en el repentino frescor de la penumbra. Tras la luz cegadora del exterior, esto supone un cambio tremendo. Taehyung me acerca a él. Por fin me estoy acostumbrando a dejar que me toque, y ya no me estremezco ni me apartó bruscamente para mirar por encima del hombro cada vez que se inclina hacia mí para besarme.

—¿Quieres bailar? —pregunta en broma.

—No —le aparto con un golpe de la mano.

Taehyung suele ser rato a veces.

—Lo digo en serio —dice extendiendo los brazos—. Es un lugar perfecto para bailar.

Estamos en el centro de lo que debe de haber sido una bella sala de estar. Es enorme, más grande que toda la planta baja de la casa de mis tíos. El techo es altísimo y por encima de nosotros cuelga una gran araña, que parpadea débilmente reflejando los escasos rayos de luz que se cuelan por las ventanas entabladas. Si se escucha con atención, se puede oír a los ratones que se mueven sigilosamente por el interior de las paredes. Pero no da miedo ni asco. De algún modo es agradable: me hace pensar en la naturaleza que ha destruido la ciudad y en ciclos interminables de crecimiento, muerte y renacimiento; parece como si lo que estuviéramos oyendo en realidad fuera cómo la casa se repliega a nuestro alrededor, centímetro a centímetro.

DELIRIUM | TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora