Capitulo 0.

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Maldito mundo.

Malditos humanos.

Maldito Dios.

—¿Todavía sigue viva?—Escucho a lo lejos, pero ni siquiera me molesto en levantar mi rostro del suelo lleno de mugre, no puedo hacerlo—Tiene mucha determinación, ¿O es que acaso le has dado comida?

—Nada más que mi semen—Escucho la asquerosa voz de otro—¿Por qué? ¿Nos desharemos de ella?

Esa frase me heló por completo la sangre.

Hace un par de días, estaba en casa, con mis padres y mi hermano menor, era un martes tranquilo, ayudaba a mi hermano a hacer sus tareas, él tenía 7 años, no podía hacer sus ejercicios de matemáticas, estaba ayudándole con las multiplicaciones.

Estaba haciendo frío, las ventanas eran golpeadas por la fuerte brisa helada, los árboles se mecían con fuerza. Tal vez por eso no logre escuchar nada.

Varios hombres entraron y amordazaron a mis padres, después subieron a buscarme a mí a mi hermano, no pude hacer nada cuando colocaron el cloroformo en mi rostro, y caí desmayada, sin poder evitar que le hicieran lo mismo al pequeño a mi lado.

Mi padre tenía una empresa de envíos a nivel internacional, junto a una aerolínea y varios hoteles que quedaron como legado de mis abuelos adinerados, mi padre incurso en el negocio de los viajes y transporte, y por eso llegamos a ser una de las familias más adineradas de Italia. Pero, la verdadera razón del éxito de mi padre fue el negocio del contrabando de sustancias ilegales, lo cual lo convirtió en uno de los mayores jefes de la mafia italiana.

Para no delatarse, mi padre movió todos sus activos a una cuenta encriptada en Escocia, y dejó los números de dicha cuenta escondidos en algún rincón de nuestra mansión, para que nadie pudiese hacerse con el dinero, más que nosotros, pero lo que nunca imaginó mi padre, fue que esa enorme suma de dinero despertaría la envidia de sus aliados. Lo cual lo llevo a morir por un disparo en la cabeza, cuando se negó rotundamente a dar los números a nuestros secuestradores. Nunca podré expresar el dolor que sentí al ver a mi padre desfallecer, pero no se comparó al que sentí después.

Mi madre tampoco habló, no porque no quisiera, sino porque no sabía donde estaban los jodidos números, los secuestradores pensaron que mentía, y como castigo, descuartizaron a mi hermano lentamente frente a ambas, después violaron y quemaron a mi madre frente a mis ojos. Desde entonces no hablo ni me muevo, no siento dolor, no soy nada.

El sonido de la reja me alertó, uno de los hombres, el mismo que violó a mi madre, se acerca a mí, el desquiciado huele a perfume caro, un maldito aroma que no olvidaré en mi puta vida. Se arrodilla ante mí, y me acaricia la mejilla, yo no le quito los ojos de encima, como siempre, tenía puesto unos pantalones de traje azul, con una camisa manga larga blanca. Su rostro está completamente cubierto por una máscara de plástico de un querubín sonriente, la misma que a usado todos los días, la misma que vi las múltiples veces que estuvo encima de mí.

—Muñeca, tendrás que hablar algún día, odiaría que tuvieras que perder uno de tus bonitos dedos—él toma con cuidado mi mano, y acaricia mis nudillos rotos, luego pasa la yema de sus dedos con lentitud por mi pierna—O tal vez tus pies, o un pedazo de tu pierna... Nosé que hacer para que me hables...

No me moví ni para respirar, solo lo observe con los ojos dilatados. Me entraron ganas de sacar lo que le había robado en la mañana y dejarlo sin un ojo, pero si lo hacía arruinaría mi plan.

—En algún momento se derretirá tu glaciar, preciosa—Susurró, inclinandose a mi rostro—Esperemos que sea rápido, o tendré que destruirlo pedacito por pedacito

CAÍN. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora