CAPITULO 6: LAIA

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LAIA MÜLLER

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LAIA MÜLLER

Despertar un sábado a las cinco de la mañana no es muy bonito que digamos, menos por el bullicio fuera de tu habitación y es que... ¿Quién en su hermoso sano juicio se despierta a esa hora a celebrar?

Mi madre con otras voces.

Desganada me levanto, colocándome las pantuflas y a pasos apresurados salgo de la habitación, quizás pronto hagan silencio y yo pueda volver a dormir para estar con buena energía cuando llegue el doctor a las dos de la tarde.

Bajo las escaleras y en el último escalón freno de golpe al ver a un hombre con maletas, en la sala junto a mi madre y mi tía.

— ¡Leonardo! —grito finalmente, saliendo de mi ensoñación y yendo a parar en sus brazos. Sus brazos me envuelven, dándome el calor que necesito y luego llenándome la frente de besos.

— ¿Me extrañaste? —asiento separándome, él, por lo tanto, sonríe y acomoda su brazo en mis hombros— ¿Te sientes mejor?

— Diría que sí, pero estaría mintiendo —su rostro palidece al igual que las dos mujeres se asustan y observan paniqueadas—. Es broma, es broma. Pero me siento sin energía.

— Te dormiste hace dos horas, lógico que estés sin energía. Ve a dormir, necesitas tener al menos ocho horas —observo a Leonardo con un semblante triste a lo que él revuelve mi cabello y me hace caminar. Se despide de nuestra madre y tía y me acompaña a la habitación, esperando que esté nuevamente acostada para apagar la luz e ir a su habitación asignada.

La comida está sobre la mesa, hace media hora me he despertado y estoy sumamente lista para lo que venga —el doctor—, en todo lo que lleva de la hora no he dejado de mover la pierna derecha. Tengo miedo de que llegue y diga: morirás mañana. O sea, todavía me falta muchas cosas por hacer, cómo, por ejemplo: lanzarme de un avión, viajar, tocar piano sin equivocarme, cantar en público sin trabarme, ser reconocida, conseguir pareja... demasiadas cosas, las cuales no se harán de la noche a la mañana.

— Todo estará bien —indicó mi hermano, colocando su mano en mi pierna, tratando de tranquilizar mis nervios.

— ¿Y sí muero mañana?

— Esperemos que llegue el doctor y sabremos qué pasará, ahora comamos —sirvo mi comida, pero el pensamiento de que el doctor dirá eso me mantiene intranquila y la energía que había adquirido se ha esfumado.

Mi madre se da cuenta de eso y su rostro lleno de preocupación aparece, mientras que, mi tía deja el tenedor a un lado para acercarse a tomarme la temperatura.

— El doctor llega en media hora —indica mi madre, luego de que unos minutos pasan y puede ver el termómetro casi grita del horror—. Estás demasiado caliente, esto está por explotar.

— Mami, está al revés —ella observa cómo lo ha agarrado y por poco choca su cabeza con la mesa. No puede ser.

Repetí el procedimiento nuevamente y toma mi temperatura, mi fiebre está en treinta y ocho, por lo tanto, con su conocimiento en medicina toma el botiquín de primeros auxilios y me inyecta para poder bajar la fiebre.

Imprevisto amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora