LAIA MÜLLER
A tropezones voy a la cocina, donde yace mi madre con su melena rubia recogida en una perfecta coleta alta, mientras el café habitual habita en sus manos. Sus ojos oscuros impactan con los míos y da un asentimiento con la cabeza, indicándome que tome asiento.
— Laia, recuerda llamar a tu padre antes de entrar a clases —asiento, dándole un mordisco al pan tostado frente a mí y sorbiendo el jugo que está cerca, visualizo la hora en el reloj de pared y me da ganas de chocar mi cabeza contra la pared un montón de veces. Siempre llego tarde a los lugares, esta no es la excepción. Trago todo como si estuviera en una carrera contra Laia lenta y Laia rápida, cosa que es inútil.
Mi dulce madre Lauren, frunce el ceño al ver mi velocidad, como también, chasquea los dedos y se levanta.
— Ese reloj está dañado, tranquila —observa su muñeca adueñada de un reloj, donde la hace abrir los ojos en grande—. ¡Maldición, es tarde, apresúrate, Laia!
Corremos ambas, repujándonos en el camino y casi cayendo al suelo, entro a la habitación, lavo mis dientes y salgo con mochila en el hombro. Mi primer día de clases y llego tarde, esto es culpa de mi lentitud.
Mi madre sale de su habitación con cartera en mano y resonando sus tacones por estar corriendo igual, cierro la puerta de la casa, mientras ella enciende el auto.
Vuelvo a correr, ahora hacia el auto y cuando iba a subir me golpeo la frente con la puerta.
Maldición.
— Pobre cosita —se burla Lauren, poniendo el auto en marcha cuando ya estoy dentro, con el cinturón de seguridad y acariciando mi frente con dolor.
— Mamá, no es por apurarte, pero llegaremos tarde si conduces como tortuga —indiqué, ganando su reprimenda, exhalo y saco mi teléfono para distraerme en las redes sociales, aunque la angustia de llegar tarde no me deja distraerme tranquilamente.
🦖🦖🦖
Estar frente al colegio PhennyCity me provoca abrir la boca de par en par, todo resplandece, desde aquí veo cuatro niveles en el ala derecha y cinco en el ala izquierda. Es más extenso que el lugar donde anteriormente estudiaba.
Me despido de mi madre, dándole un beso en la mejilla —aunque no le gusta tanta efusividad de mi parte— y bajo, con los cabellos sueltos cayendo en hondas, el uniforme del colegio: falda negra, camisa blanca con corbata y chaqueta. Me hace sentir bien, aunque la falda no tanto, esto será un nuevo comienzo, yo lo sé, es un cambio.
Me adentro al lugar lo suficiente, para observar a los demás estudiantes, charlando, abrazándose, tomándose fotos, riendo... donde quisiera estar en un grupo de esos, llegar cada día al colegio y que alguien me reconozca. Anhelo eso.
Recuerdo que mi madre me pidió llamar a mi padre antes de entrar a clases. Deslizo el dedo por la pantalla, buscando entre la muy reducida lista de contactos. Reducida es: mi madre, padre, hermanos mayores, tía Piedad. Listo, cinco personas.
Marco su número y me aíslo un poco del bullicio de los estudiantes, para escuchar cada timbrado.
Cuando finalmente acepta, escucho como exclama de felicidad.
— Mi pequeña, ¿Cómo te va? —su entusiasmo es contagioso, logrando que una sonrisa escape.
— Muy bien, padre, ¿Y tú?
— Bien, he estado ocupado con algunos proyectos —él es ingeniero civil en Inglaterra, su nombre es Luccas, donde está con mis otros dos hermanos mayores: Leonardo y Luis—. ¿Tú primer día de clases va bien?
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Imprevisto amor ©
RomansaVivir en un lugar donde sólo tienes permitido ser hetero, donde a las personas homosexuales la tratan como si fueran ratas de laboratorio o quizás peor. Es una pesadilla vivir así, quizás nunca debí enamorarme de ella, nunca debí hacerlo. Pero es ta...