𝐃 𝐈 𝐄 𝐂 𝐈 𝐎 𝐂 𝐇 𝐎

3.8K 587 297
                                    


Treinta de enero 2018
Nueva York, Estados Unidos


Ser inspector de policía abría muchas puertas, pero sobretodo piernas.

No había semana en la que no compartiera cama con (mínimo) tres personas distintas. Chicos y chicas hacían cola para tener entre sus piernas al inspector Christopher Bang. Era amable, servicial, era muy reconocido en la gran ciudad. Había investigado el caso de un asesino en serie que se dedicaba a lanzar mujeres desde la décima planta de los edificios. Había descubierto quien era el médico pornográfico, que vendía fotografías de los niños desnudos y recién nacidos, haciéndose pasar por pediatra a domicilio, en el mercado negro.

La gente lo idolatraba, recibía regalos en su departamento de lujo, los telediarios lo tenían en un altar.

No por nada había llegado tan alto.

En esos momentos miraba por la ventana, los primeros rayos del sol chocaban en su rostro y las motas de nieve caían sin prisa. Tenía a una bonita chica durmiendo en su pecho tras una noche de sexo y, encima, era su día libre.

Chris pensó que no podía ser más feliz.

Pero el teléfono en su mesilla vibra haciendo mover todo el mueble y, extrañado de que alguien lo llame a estas horas, se despega de Lia y lo coge sentándose en la cama y se coloca su ropa interior.

— ¿Diga?

Christopher —era su jefe—, necesito que vengas al despacho, es urgente.

— ¿Pasa algo?

—y cuelga. Siempre tan explícito.

¿Qué pasa? —cuestionó la morena frotándose un ojo— Dijiste que era tu día libre.

Lia y él habían sido amigos desde hace varios años, no tan cercanos, pero a fin de cuenta amigos. Chan creyó haber estado desarrollando sentimientos hacia ella, pero la vida da muchas vueltas.

— Y lo era, pero el jefe me ha llamado de urgencia —le explicó abrochandose la camisa y poniéndose los zapatos mientras tanto, procurando no tropezar—. Tienes comida en la cocina, por si quieres desayunar.

— ¿Cuánto tardarás?

— No lo sé. ¿Te veo luego? —Lia sonrió mientras asentía, sus ojos perdiéndose entre sus párpados.

Entonces él se acercó, se inclinó y besó su frente, diciéndole que ese día había amanecido muy bonita. Después, salió de su domicilio para encaminarse a la oficina.

— ¿Necesitabas algo? —inquirió Bang entrando al despacho de su superior.

— Toma asiento, quiero hacerte una propuesta.

— ¿De qué trata?

— A unas dos horas de aquí hay un pequeño pueblo llamado Bloodside, no sé si lo conoces —negó con la cabeza—. La cuestión es que están ocurriendo muchas desapariciones de adolescentes de entre catorce a diecinueve años. El inspector de allí va a darse de baja por una fuerte depresión debido al caso que no logra resolver.

— ¿Y qué?

— Te ofrezco la oportunidad de ser el nuevo inspector de Bloodside y tomar el caso. En cuanto lo resuelvas, podrás volver, sé que puedes hacerlo.

— No lo veo conveniente —¿dejar su maravillosa vida en Nueva York?—. ¿No hay otro que pueda hacerse cargo?

— Tú eres el mejor. Además, te lo ofrezco a ti para que tu popularidad crezca. Imagínate al inspector Bang yendo a resolver un caso de un pueblo desamparado, ya lo estoy viendo cómo titular en las grandes revistas.

— Dices que están desapareciendo adolescentes, ¿verdad? —buscaba algo que le dijera que debía ir a ese lugar, dejando todo atrás.

— Sí, ya van once.

A Chan se le apareció por delante la imagen del pediatra que fotografiaba y se grababa manoseando a los niños injustamente, al depravado mental que lanzaba a las mujeres desnudas por la ventana, al asesino de su hermana mayor la cual siempre tendrá dieciséis años.

— Vale, iré.

Christopher lo tenía todo y acabó no teniendo nada. El pequeño departamento que le proporcionaron en Bloodside no tenía ni punto de comparación con su gran vivienda en Nueva York. Le costó bastante adaptarse. Tenía fogones en lugar de vitrocerámica eléctrica, habían calefactores antiguos en la pared en lugar de aire acondicionado... entre otras cosas.

El primer día allí fue un golpe de realidad, pero al menos le reconfortaban los mensajes de Lia sobre qué lo echaba de menos. Pronto ambos se aburrirían de la distancia y dejarían de escribirse para fijarse en personas alrededor. Sin rencores.

Wooyoung, el encargado del caso que se trasladó desde Corea del Sur, fue el que lo atendió en la comisaría.

— No tiene un patrón determinado, no le importa si son chicos o chicas, solo quiere que sean jóvenes. Desaparecen de un día para otro sin dejar rastro y parecen no tomar la misma ruta. Siempre están solos y nadie ve nada —le explicó moviendo los papeles de la mesa de su despacho.

Todo era un completo desastre, y ya no era solo el desorden del despacho, sino la misma apariencia del inspector delante de él. Lucía demacrado y cansado, parecía que no había comido en días y dormido en meses. Le costaba hablar, como si en cada palabra le fuera a acompañar un llanto.

— Espero que tú puedas hacer algo —dijo con tristeza.

— ¿Qué harás ahora? —preguntó refiriéndose a la baja por depresión.

— Iré a casa y... no sé —se encogió de hombros.

Chan asintió y a día de hoy sabe que debería haber añadido un haré lo que pueda, si necesitas algo me tienes aquí, porque así podría haberse evitado el disgusto de leer al día siguiente el periódico y leer en primera página que Wooyoung se había suicidado en su departamento.

Christopher decía que no entendía como ese caso lo había llevado a tal punto. Oh, tendría que haberse sellado los labios.



𝐂𝐀𝐍𝐍𝐈𝐁𝐀𝐋 ━━ 𝐒𝐊𝐙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora