𝐓 𝐑 𝐄 𝐈 𝐍 𝐓 𝐀 𝐘 𝐍 𝐔 𝐄 𝐕 𝐄

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Veinticinco de diciembre 2019
Lugar desconocido


Ahí está otra vez, escondido detrás de un arbusto viendo atentamente, sin pestañear, a su presa. Una pequeña liebre se paseaba tranquilamente sin saber que sería atrapada pronto entre las manos de Jeongin. Y, esta vez, estaba seguro de que llevaría a cabo su cometido.

Han sido varios intentos y todos han sido fallidos. No sentía los pies gracias a la nieve, pero estaba tan concentrado en observar sus movimientos y medir los suyos propios que no sentía el frío que calaba hasta sus huesos. Tenía tan poca grasa corporal que el frío le afectaba más, sin embargo ahora no suponía un problema.

Salió de su escondite y sus piernas corrieron veloces hasta el pobre animal, el cual intentó escapar pero antes fue atrapado.

Entonces, recordó todos los golpes de Minho, todas las veces que abusó de él y comió de su carne como castigo por no poder matar o simplemente cazar a un animal salvaje y pequeño. Débil. Y se sintió lleno de coraje y rabia, no quería más golpes ni dolor. Jeongin estaba tan eufórico, sentía tanta energía y felicidad por haberlo logrado, que no lo pensó dos veces antes de usar toda su fuerza hasta separar la cabeza del cuerpo de la liebre.

Soltó los restos a sus pies, viendo la sangre debajo de estos, en la nieve.

— Bien hecho, zorrito. Sabía que podrías lograrlo —la voz de Minho apareció detrás de él.

Lo vio con una sonrisa arrogante y Jeongin se lanzó hacia él. Minho no se lo esperaba, así que acabó debajo del cuerpo del menor mientras este le pegaba en el rostro de forma irregular. Eran golpes torpes pero llenos de fuerza. Minho sintió la rabia y sus ojos llenos de miedo y enfado.

Agarró sus manos mientras forcejeaban y cambió posturas ágilmente, dejando a Jeongin debajo de él.

— ¡Suéltame, maldito hijo de puta! ¡Te odio, te odio! —vociferó desgarrandose la garganta sin dejar de poner resistencia.

— Cálmate.

¡Voy a matarte! ¡Suéltame, imbécil!

— Necesito que te calmes, te estás comportando como un loco.

— ¡Mira lo que me has hecho, mira! —los ojos se iban a salir de las órbitas, así que Minho optó por abofetearle el rostro para sacarlo de ese trance de cólera en el que estaba sumido.

El silencio se sumió en ese bosque blanco, seguido de un llanto.

— No me hagas nada —le pidió Jeongin mientras lloraba a moco tendido—. He hecho lo que me has pedido, no me hagas daño, por favor.

Minho, por primera vez en mucho tiempo, siente remordimientos. Sonríe con tristeza al verlo de esa manera, tan miedoso y sumiso, cuando hace unos segundos quería arrancarle la cabeza como lo había hecho con la liebre. Estaba logrando su objetivo a costa de destrozar el alma de Jeongin.

Acarició su cabello graso y este se tranquilizó al instante.

— No te haré nada —se levantó para coger al estilo nupcial al más joven, quien se dejó hacer y se apoyó en el pecho del mayor disfrutando de su calor. La euforia se había ido y el frío volvió.

Caminó con Jeongin en sus brazos hasta la cabaña y se dirigió con él hasta el cuarto de baño. Lo sentó con cuidado en la tapa oxidada del inodoro y encendió el grifo de la bañera hasta llenarla con agua templada.

Yang observó sus movimientos con cuidado, totalmente extrañado de que Minho se comportara así con él.

— Levanta los brazos —pidió el peli morado para quitarle la camiseta. Después le ofreció la mano para levantarse y quitarle la ropa interior. Solo vestía dos prendas: la camiseta y los calzones.

Lo metió con cuidado en el agua y empezó a frotar su cuerpo limpiando la suciedad y así también las heridas. Lavó su cabello con agua y se detuvo más tiempo en las manos, donde tenía sangre del animal que descuartizó.

— ¿Por qué eres así? —preguntó Jeongin en voz baja, mirando sus manos que se tocaban.

— ¿Qué quieres decir? —estaba tranquilo, ocupado en limpiar la sangre en sus manos.

— ¿Por qué comes humanos?

— Alguien una vez me enseñó que en el mundo siempre hay dos tipos de personas —se apoyó con sus antebrazos en la bañera y le retiró el cabello del rostro—. Los cazadores y las presas. Los cazadores son los que ganan y las presas son las que sufren. Lo que separa a las personas de ser uno u otro es una fina línea, y cada uno decide quién quiere ser.

— Nadie puede ser capaz de decidir ser una presa —contraatacó el pelinegro y Minho sonrió de lado.

— Pero esa presa puede convertirse en cazador.

— ¿Tú quieres que sea un cazador? ¿Por eso me haces esto?

— Puede —dió margen a dudas—. Lo que no quiero es que seas la presa de alguien más, digamos que te estoy protegiendo.

— Tu manera de proteger... —dejó las palabras en el aire, pensando mejor las consecuencias de las mismas—. ¿Esta es tu forma de creerte superior a los demás? —el caníbal asintió— ¿Por qué no me has comido todavía?

— Eres especial, zorrito, eres diferente.

— No entiendo —unas lágrimas recorrieron sus mejillas, abrumado.

— Tengo la sensación... no, sé que lo eres. Sé que eres mi presa definitiva.

— Minho...

— Te quiero a mi lado para siempre —admitió besando su mejilla.

 



𝐂𝐀𝐍𝐍𝐈𝐁𝐀𝐋 ━━ 𝐒𝐊𝐙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora