treinta y seis. fragmentos caidos

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treinta y seis
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fragmentos caídos

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EL RELOJ ANALÓGICO de mi tocador marcaba las dos y media de la mañana

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EL RELOJ ANALÓGICO de mi tocador marcaba las dos y media de la mañana. Su manecilla soltó un clic muy simple, dándome un último momento de serenidad. Una vez que volvió a sonar, una voz inestable me despertó. Una llamada de desesperación. De tristeza sin remedio. Su intensidad ocupó todas las moléculas del aire, reflejándose en cada una de las paredes del pasillo, dejando que el grito atravesara todo el hueco bajo la puerta hasta llegar a mi habitación.

Apenas un movimiento me abandonó, antes de que me sentara y empujara el grueso edredón de mi cuerpo. Mis pies chocaron con el frío del suelo y una fuerza magnética desconocida me arrastró por el oscuro pasillo.

—¡Para, por favor! La estás matando—.

Otra de sus pesadillas.

Mi mano rodeó el pomo metálico y empujó la puerta.

Ahí estaba, el sudor rodando por su cuerpo sobrecalentado. Bajando por los lados de la frente, arrastrándose por el cuello y el estómago. Tenía el pelo lleno de sudor y parecía más pálido que nunca. Debajo de su ojo, descansaba una prominente decoloración. Las lágrimas dejaban un rastro brillante en su rostro ensombrecido.

Volvió a soltar un sollozo ahogado. Me arrastré débilmente hasta su cama y me incliné sobre él. Apoyando las manos en su espalda, lo desperté para sacarlo de ese terror nocturno. Al contacto, abrió casi instantáneamente el ojo no vendado y recorrió con la mirada el resto de su pupila a través de la habitación. Sus pulmones jadeaban en busca de más aire, mientras que su cuerpo sufría ligeros temblores. Por ello, tiré de él con delicadeza y dejé que su cabeza descansara contra mis muslos.

—Sólo ha sido un sueño—.Le dije en voz baja.—No estés triste—.

Una lágrima se desprendió de su mejilla. Sentí su calor al recorrer la superficie de mi pierna y empapar las sábanas. La almohada estaba húmeda por el sueño sombrío.

—No—.Su voz estaba llena de dolor.—Era real. Mi madre—.

Puse mi mano en su espalda expuesta, trazando a lo largo de la piel sobre el hueso del hombro.—Lo siento. ¿Hay algo que pueda hacer?—

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒 | ᶜᵃʳˡ ᵍʳⁱᵐᵉˢ ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora