diecinueve. todos

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diecinueve
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todos

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CUANDO LA MAÑANA por fin se nos presentó, me desperté vacilante, deseando poder dormir para siempre

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CUANDO LA MAÑANA por fin se nos presentó, me desperté vacilante, deseando poder dormir para siempre. Disfrutando de la luz filtrada que entraba, tomé nota del tranquilo mundo exterior desde mi asiento. La tormenta había pasado por fin.

Los demás se habían dispersado por el suelo del granero, juntos. Todos estaban dormidos, si no, completamente dominados por la necesidad de reponerse.

Miré a mi lado, a Carl. Las partículas de luz se reflejaban en su rostro de forma extraordinaria, resaltando sus rasgos; dibujando una línea entre las luces y las sombras a lo largo de sus pómulos. Sus pecas, si me fijaba lo suficiente -cosa que no me permitía hacer-, me recordaban a constelaciones con forma y a trozos de polvo de estrellas caídas. Una parte de él se había dibujado minuciosamente a base de sufrimiento, sangre y lágrimas...pero, otra era suave, para decirlo simplemente. Una parte de él, que había empezado a comprender.

La bebé que sostenía cuidadosamente en sus brazos había empezado a dar vueltas, las pestañas se abrieron para revelar unos grandes ojos marrones con bordes dorados. Intentó levantar la cabeza, pero, por el contrario, la mano del chico la mantenía encerrada. Ella se cansó fácilmente de esto, comenzando a dar pequeños gruñidos frustrados, lo que hizo que el chico se removiera en su sueño.

No me lo pensé antes de hacer contacto con su cálido brazo, moverlo a un lado y levantar a Judith. A pesar de saber cómo sostener a un bebé con mi propia experiencia al ser hermana mayor, su cuerpo se retorcía y se sentía incómodo en mis brazos. Sólo la había sostenido en un par de ocasiones, pero siempre con Carl a mi lado.

La acallé mientras los silenciosos lamentos resonaban en el granero, abriéndome paso por el refugio, para evitar que los demás se despertaran a causa de sus molestos berridos. Fijé mis ojos en un pequeño cuarto trasero cerrado, sujetándola con más fuerza mientras sacaba el cuchillo más grande de una funda de cuero que había recibido recientemente de Daryl. La hoja de color claro me proporcionaba mucha más seguridad que mi endeble navaja de bolsillo después de perder la otra en Terminus. Quería que este recuerdo de los rubios nunca se apartara de mi lado, pasara lo que pasara. Cualquiera que intentara quitármela, descubriría rápidamente el valor que tenía para mí.

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒 | ᶜᵃʳˡ ᵍʳⁱᵐᵉˢ ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora