cuarenta y cuatro. destino

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cuarenta y cuatro
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destino

─── ❝ 𝐚 𝐭𝐫𝐚𝐯𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐨𝐣𝐨𝐬 𝐝𝐞 carl ❞ ───+intermedio

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─── ❝ 𝐚 𝐭𝐫𝐚𝐯𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐨𝐣𝐨𝐬 𝐝𝐞 carl ❞ ───
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intermedio

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NUNCA FUI UNA PERSONA QUE PUSIERA SU CORAZÓN EN EL DESTINO. No era frecuente en mi mundo, una vida tan arruinada como la que le queda a la humanidad. Desde el día en que vi llover esas bombas de color ámbar sobre la ciudad de Atlanta como una tormenta, no había podido quitarme la imagen.

La forma en que las filas de coches de la autopista se quedaban inmóviles, con el polvo empezando a acumularse en los parabrisas. La gente, silenciosa como siempre. Y mi madre, intentaba alejarme de ella, abrazándome con fuerza y escondiendo mi cabeza en sus firmes manos. Pero yo veía el destino tal y como era, con los ojos iluminados por las llamas que venían de nuestra ciudad. Era lo más triste y espantoso que podía existir.

Las calles de la ciudad. La tienda de cómics a la que me llevaba mi padre, después de sus turnos. La heladería, y el cine al que mi familia iba los viernes por la noche a ver películas con nuestros vecinos. Al principio, eso fue todo lo que vi que se llevó el destino. Era un niño pequeño, y era lo único que parecía importarme en ese momento. Objetos. Lugares, cosas. Luego, poco a poco, empezó a llevarse gente. Los de nuestro campamento, en las afueras de Atlanta. Mi amiga, Sophia. Mi madre. La gente que más me importaba. Se los llevó a todos, y le dio a mi alma herida una excusa desgarradora.

'Todas las cosas que vienen son sólo el destino'

Eso era lo que me había dicho una chica de pelo rubio, allá en la prisión. Beth. Justo después de que mi madre muriera, dejando nuestra celda gris y vacía, con una bebé llorando que parecía no estar nunca lo suficientemente contenta como para dejar de derramar lágrimas. Por razones obvias, no culpé a mi hermanita. Ella no tenía una madre. Yo no la tenía. Y la necesitábamos. Necesitábamos a nuestra madre. Si todavía fuera aceptable que yo llorara como ella, probablemente habría hecho lo mismo que ella en ese momento. Todavía recuerdo que estaba sentada en el borde de aquel colchón rígido, con las manos apoyadas en las rodillas. Me inclinaba hacia adelante, bloqueando el eco de los gritos de la habitación.

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒 | ᶜᵃʳˡ ᵍʳⁱᵐᵉˢ ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora