C A P Í T U L O 17

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C A P Í T U L O 17

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C A P Í T U L O 17

Pues cállate

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―Es imposible que tú siendo 0 seas su hija.

Los ojos se me empañan. Comienzo a ver borroso y noto cómo un lentilla me empieza a molestar. No puede ser.

―¿Eso no se ha podido equivocar? Estar, no sé, ¿caducado? ―pregunto con la voz tomada.

―Eso es fácil comprobarlo. ―Realiza el mismo proceso que he hecho yo y esperamos. Noto mi corazón latir fuertemente contra mi pecho. La manos me tiemblan hasta que Edgar me sujeta. Acaricia los dorsos con sus pulgares en un intento inútil por calmarme―. Mírame a mí ―murmura, sin embargo no quito mis ojos del portaobjetos.

Miro al techo unos segundo. Siento la mirada de Edgar sobre mí. Al volver a centrarme en la placa veo unos grumos de color rojo oscuro en una de las gotas. Un sollozo sale de mi garganta y Edgar aparta sus ojos de mí.

―Kady...

No escucho cómo continúa porque salgo corriendo. Las lágrimas surcan mis mejillas sin cesar. No sé cómo, pero consigo salir del hospital. Corro hasta que veo un taxi y le doy la primera dirección que llega a mi mente. La voz del taxista diciéndome lo que le debo me saca del bucle que no me dejaba de repetir que soy adoptada. Pago al hombre y al bajarme del vehículo me doy cuenta de dónde estoy.

La puerta de su portal está abierta. No puedo esperar al ascensor. Subo las escaleras de dos en dos y llamo con desesperación. La puerta se abre y me lanzo a sus brazos que me rodean en menos de un segundo. Un sollozo brota de mi garganta haciéndome daño en el proceso. Tiemblo y le lleno la camiseta de lágrimas, mocos y supongo que también de babas, pero él no dice nada. Sólo me abraza, me acaricia la espalda y deposita pequeños besos en mi cabeza.

―Tranquila, pequeña. Estoy aquí. Estoy contigo ―susurra apretándome más a él. No le contesto. Sigo llorando sin control―. Por favor, Kad. Me estoy muriendo de preocupación.

Me separo un poco y me centro en sus ojos azules que siempre me transmiten seguridad. Acuna mis mejillas con sus manos y deja un beso en mi frete. Respiro hondo y coloco mis manos sobre las suyas. Las lágrimas siguen cayendo, pero he dejado de temblar. Abro la boca para decirle lo que he descubierto:

―Te he echado muchísimo de menos ―digo en su lugar y vuelvo a abrazarle.

―Yo también, pequeña. No sabes cuánto. ―Sigue acariciándome la espalda y dejando besos hasta que me separo un poco para mirar a mi alrededor.

―¿Cuánto ha pasado? ―pregunto al ver que ha oscurecido un poco.

―Iba a salir al entrenamiento cuando has llegado, así que unas dos horas ―comenta mirando su reloj de muñeca sin soltarme del todo. Ríe bajito al ver mi expresión y me retira los restos de lágrimas de mis mejillas. Me pican los ojos y debo tener un aspecto horrible―. Pasa al baño, seguro que las lentillas te están molestando ―comenta sin perder la sonrisa dulce que decora sus labios.

Todo este tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora