C A P Í T U L O 26

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C A P Í T U L O 26

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C A P Í T U L O 26

Lo dejo

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Rodeado de agua siempre me he sentido libre, pero no lo he estado disfrutando tanto estos días. El entrenador Griniov nos estaba exigiendo mucho. Tanto fuera como dentro el agua. Saltar a la piscina no se sentía liberador, era una losa de cemento. Un peso enorme que me rodeaba y no me dejaba respirar. No disfrutaba, sólo pensaba en el tiempo, esforzarme y ¿para qué? Mi nivel no es olímpico. Tampoco quiero que lo sea.

Nunca me había pasado algo así. Durante toda mi vida, independientemente del problema que pudiese tener, en cuanto mi cuerpo hacía contacto con el agua de la piscina me liberaba de todo. Era como si una ola se llevase todo de mi cabeza dejándolo varado en una isla minúscula de mi mente a la que no presto atención hasta que dejo de nadar.

Ahora no me ocurre nada de eso.

Siento que no puedo más. Kady va a aceptar la propuesta de MacArthur porque muy horrible tendría que ser el plan para que diga que no y yo tengo miedo. Esa señora está mal y es imposible vaticinar cómo va a reaccionar y tengo absoluto pánico a que algo pueda pasarle a mi pequeña.

Quizá estoy exagerando porque no creo que la policía la ponga en peligro, pero no puedo dejar de ponerme en lo peor. Sigo nadando, pero hago el viraje antes de tiempo y mis pies no llegan a rozar la pared para coger impulso. Salgo a la superficie sabiendo lo que me espera.

―¡TURNER! ―El grito del entrenador retumba contra las gradas y le miro―. ¿SE PUEDE SABER QUÉ ESTÁS HACIENDO?

Su acento se marca más de lo normal y antes de contestar salgo de la piscina. Probablemente debería pensar en lo que estoy a punto de hacer. Es posible que me arrepienta cuando me tranquilice. Aun así lo hago:

―Lo dejo.

No reacciona y me alejo hacia los vestuarios. Escucho sus gritos cuando entro. Lo ignoro y me meto en la ducha con un par de toallas que cuelgo en la puerta y las chanclas que no me quito. Me ducho con rapidez. Fuera se intuye una conversación acalorada. Cierro el grifo y envuelvo mi cadera con una de las toallas y la otra la uso para secarme el pelo. Voy a mi taquilla y cuando tengo los calzoncillos puestos y me estoy terminando de secar las gotas de agua entra el entrenador muy cabreado.

―¿Cómo que lo dejas? ―Empieza con un tono demasiado alto que va bajando gradualmente. Suspiro y dejo la toalla en el banco antes de darle la espalda para coger mi ropa―. Te estoy hablando, Turner.

―No sé qué quieres que te diga. No puedo más. No voy a poner en riesgo mi salud por unos segundos que no me van a llevar a ningún lado. No quiero tener más nivel del que tengo. No quiero ser olímpico. La natación es una afición, no lo que me da de comer. Así que se acabó.

Todo este tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora