C A P Í T U L O 12

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C A P Í T U L O 12

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C A P Í T U L O 12

Estar para ti

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Al llegar a mi apartamento lanzo la mochila sobre la mesa y voy a la cocina a por agua. He dejado a Kady en su apartamento. Obviamente me ha pedido que viéramos una película, pero le he contado que tengo que hacer cosas del trabajo y que tengo todo aquí. Mentira no es, aunque tampoco es la verdad. Lo cierto es que me va a ser imposible fingir que no estoy de los nervios por mi reunión con MacArthur en dos días y me conozco lo suficiente para saber que si Kad me presiona canto todo. Soy débil.

Mis ojos se desvían hacia mi portátil que está en su funda encima de la mesa de café. Dejo el vaso de agua y voy a la ducha. Tengo que ser fuerte. Esperar hasta el lunes para enterarme de todo. No debo hacer el tonto. Termino y me pongo un pantalón de algodón con una camiseta cualquiera.

Para no sentirme mal con la pequeña mentira piadosa que le he dicho a Kad me voy al estudio a trabajar un poco. Después de cinco minutos apago el ordenador. La culpa me carcome, pero he tomado una decisión y debo ser consecuente. Empiezo a buscar qué película ver hasta que un mensaje me interrumpe. Cuando voy a contestar veo que he desperdiciado casi dos horas de mi vida buscando qué y todavía no lo he decidido.

Shane🍳: Voy camino de tu casa

Cuando salíamos de casa de mi abuela le he mandado un mensaje informándole de que volvíamos antes. Supongo que querrá detalles del viaje.

Dylan: Todo bien?

Me deja en visto y deduzco que estará conduciendo y no está pendiente del móvil. Me levanto para mirar qué tengo en la nevera aunque en el fondo sé que pediremos algo para cenar. Efectivamente, cuando veo una lechuga pocha, tres tristes filetes —en buen estado, pero insuficiente para que los dos cenemos—, un trozo de queso y varias cervezas decido sacar de uno de los cajones el teléfono de mi hamburguesería favorita.

La puerta principal se abre y entra Shane dando vueltas a las llaves que le di "para emergencias".

—Tú entra. No te cortes —le digo algo molesto dejándome caer en el sofá.

—Vale, perdón. ¡Pero podías estar cagando!

Pongo lo ojos en blanco y le lanzo un cojín a la cara. Lo esquiva y la carcajada suena cada vez más próxima. Deja el cojín a un lado y se sienta en el sillón.

—¿Está todo bien? —pregunto frunciendo un poco el ceño. Es muy raro que no me haya dado con el cojín.

—Sí. Bueno, ¿qué tal tu abuelo?

Todo este tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora