C A P Í T U L O 1

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C A P Í T U L O 1

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Noventa días

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El sonido de la puerta hace que me levante de la cama.

―¿Quién es? ―pregunta Wilson con la voz ronca.

―¿Y yo qué mierdas sé? Por si no lo sabías mis rayos X están en el taller, estaban perdiendo poder penetrante y casi le veo el pene a mi jefe.

―Eres insufrible.

―Pues vete a tomar por culo.

Salgo de la habitación cerrándome la bata con el cinturón para que la visita no me vea en pelotas. Salgo por el pasillo al salón, enciendo la luz para no comerme alguna silla o mesa o cualquier cosa en realidad y llego a la puerta sin ningún percance.

Deslizo la mirilla y no veo a nadie. Frunzo el ceño y abro con la cadena puesta, si es un asesino que se tenga que esforzar en entrar. Por el resquicio veo a un hombre alto y rubio con la frente apoyada en la pared lateral.

―¿Dyl? ―pregunto aunque es obvio que se trata de mi mejor amigo.

―Kad... ―lloriquea acercándose a la puerta. Noto que tiene los ojos rojos y el rastro de lágrimas en sus mejillas. Cierro la puerta para retirar la cadena y antes de abrirla por completo ya me está abrazando―. Me ha dejado ―murmura con la voz ahogada por mi hombro.

Cierro la puerta con el pie como buenamente puedo y consigo que ponga de su parte para dejarle en el sofá. Me acerco al mueble bar y saco un par de vasos y el whisky. Sé que a mí no me pasa nada, pero no voy a dejar que beba solo.

Eso está feo.

Cuando me doy la vuelta veo una imagen muy deprimente: Dylan Turner, veintisiete años, rubio, ojos azules, fuerte ―es nadador semiprofesional― que mide uno ochenta y cinco, tumbado en mi sofá en postura fetal con un cojín en la tripa y llorando.

Lleno los vasos hasta la mitad y los dejo en la mesa.

―Anda, bebe un poco y cuéntame qué ha pasado. ―Se incorpora lo justo para alcanzar un vaso que vacía de un trago, lo deja donde estaba y coge el otro que deja con un mísero dedo de whisky―. Ese vaso era mío, capullo.

―Kad... Giselle me ha dejado, no me digas que no ahogue mis penas.

Me siento en el sofá con el vaso en la mano y él apoya su cabeza en mis piernas mientras vuelve a llorar.

―Pero si yo dejo que ahogues tus penas, lo que me jode es que me robes mi whisky.

Dylan se gira para mirarme con las rodillas levantadas, pero boca arriba y frunce el ceño apretando más fuerte el cojín.

Todo este tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora