Asegúrate de leer el capítulo anterior.
C A P Í T U L O 34
Lo importante eres tú
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«Estoy soñando», pienso al notar la caricia de sus labios sobre los míos.
Sin embargo, pasados unos segundo me doy cuenta de que es real y por fin reacciono. Con mis manos en su cadera la acerco un poco más a mí mientras nuestros labios se mueven en sincronía.
Es increíble el poder que tiene un gesto de la persona indicada porque ahora mismo esa sensación de ahogo que tenía ha desaparecido y, después de mucho, me encuentro bien. Mis manos acunan sus mejillas y me separo al notar que está helada.
―Te estás congelando. Ve a la ducha. Ahora hablamos. No quiero que te enfermes.
Antes de que lo haga ella, cojo su maleta y su mano para entrar a casa. Me mira y me abraza. La aprieto con fuerza como tantas veces he querido hacer desde que entró a esa casa. Me moja la camiseta que llevo y eso me hace reaccionar. Me separo y aparto unos mechones de su cara.
―Voy ―dice antes de dejar un pequeño beso en mis labios e ir a nuestra habitación.
Respiro hondo tratando de procesar todo lo que acaba de ocurrir. ¿Qué hace aquí? ¿Ha recuperado la memoria? Si es eso, ¿todo lo que había olvidado o sólo algunos fragmentos?
En la cocina me sirvo agua y la bebo con avidez. La nieve continúa cayendo y los destellos que emiten los copos por las luces de los edificios llama mi atención. Hace rato que no escucho la ducha y empiezo a pensar que me lo he imaginado todo, pero sus brazos rodean mi cintura y apoya su frente en mi espalda.
―Estás aquí ―susurro dándome la vuelta para abrazarla de nuevo.
―Y no me voy a ir a ningún sitio ―responde escondiéndose en el hueco de mi cuello.
La aprieto más. Necesito sentirla. Una parte de mí se niega a creer que esto es verdad. Un nudo se forma en mi garganta y carraspeo para poder hablar. Kad se separa y me mira a los ojos. La veo a ella. Veo a mi pequeña. Cuando veía sus ojos apagados, sin esa determinación que la caracteriza me hundía un poco más. Acuno sus mejillas antes de presionar mi frente con la suya.
―No te imaginas lo mucho que te he echado de menos.
―Lo siento.
―No te disculpes, pequeña. No es tu culpa. Joder, te amo.
Beso sus labios como si los necesitara para vivir y me corresponde con la misma avidez. Bajo mis besos hacia su cuello y me detengo en el lugar donde su pulso se nota desenfrenado. Lo recorro con mis labios y la noto temblar.
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Todo este tiempo
RomansaKady no cree en el amor. Nunca lo ha hecho y la culpable es su madre. Sin más preocupaciones que seguir dedicándose a su gran pasión, la fotografía, no espera verse envuelta en un suceso del pasado que cambiará su vida para siempre. Dylan es un romá...