C A P Í T U L O 24
Están juntos
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Hemos llegado hace un par de horas a casa. Después de salir del despacho de MacArthur hemos comido unas hamburguesas prácticamente sin cruzar palabra. Al entrar, Kady sólo se sienta en el sofá. Intento hablar con ella, pero me responde con monosílabos. La situación empieza a ponerme un poco nervioso. A este paso llega la hora de la cena y no hemos comentado nada sobre lo que hemos descubierto. Saco dos cervezas de la nevera. Las abro y coloco una enfrente de ella. Como un autómata la coge y tras darle un sorbo me mira.
―¿Tú qué harías? ―pregunta en voz baja con los ojos empañados.
―No tengo ni idea, pequeña ―respondo acariciando su mejilla con mis nudillos―. ¿Qué opinas tú? Podemos intentar llegar a alguna repuesta entre los dos.
―No quiero ver a ese monstruo, eso sí que lo tengo claro.
―Lo entiendo, aunque a ti nunca te ha hecho nada, ¿no?
―No. Ya sabes que me sobreprotege y hace uso del chantaje emocional, pero creo que eso es más común de lo que pensamos.
―Es posible. ¿Y de lo otro?
―Hace unos días te habría dicho que no, pero alguien me hizo ver que no tengo nada de qué avergonzarme y que seguramente van a estar orgullosos de mí.
Le dedico una sonrisa que me devuelve.
―Ese alguien debe ser increíble ―apunto con picardía.
―Lo es ―sentencia antes de acortar la distancia que nos separa y besarme.
Me separo de ella un instante para dejar ambas cervezas en la mesa y no tener ningún accidente. La risa de mi pequeña queda ahogada cuando vuelvo a unir nuestros labios en un beso que, poco a poco se va tornando más pasional e intenso. Empiezo a bajar mis besos por su cuello. Noto su pulso acelerado. Vuelvo a apoderarme de su boca. Nuestras respiraciones son erráticas. Mis manos se cuelan por debajo de su camiseta y acaricio la suave piel de su espalda.
―¿Quieres que vayamos a la cama? ―pregunto con la voz ronca.
―No tengo sueño ―comenta, divertida.
―Quiero jugar al ajedrez contigo en mi cama, pequeña.
―¿Por qué en tu cama?
―Porque es allí donde tengo el tablero ―la beso―, las piezas ―vuelvo a besarla― y la funda.
―¡Oh, la funda! ―exclama entendiendo la analogía de los condones.
Riendo se levanta del sofá y yo me quedo embobado viendo cómo se dirige a la habitación. Cuando veo que se quita su camiseta me levanto como impulsado por un resorte y la sigo.
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Todo este tiempo
Roman d'amourKady no cree en el amor. Nunca lo ha hecho y la culpable es su madre. Sin más preocupaciones que seguir dedicándose a su gran pasión, la fotografía, no espera verse envuelta en un suceso del pasado que cambiará su vida para siempre. Dylan es un romá...