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No me doy cuenta cuando mis mejillas estaban inundadas de esas pequeñas porciones de sentimiento simbolizadas en agua salada

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No me doy cuenta cuando mis mejillas estaban inundadas de esas pequeñas porciones de sentimiento simbolizadas en agua salada. Una voz dentro de mí trata de hablar pero la callo inmediatamente. Forzajeo con mi mandíbula que lucha por caerse al igual que mis rodillas que tiemblan y con dificultad me responde. Te lo mereces, Itzitery.... Me digo a mí misma, sé que soy yo quien habla en mi cabeza, no esa espinilla que me hinca y me critica cada vez que hago algo bien o mal.
Doy media vuelta y camino cabizbaja de regreso al auto, no hay frío alguno pero los cabellos de mis brazos se erizan. Veo que Miguel se asoma por la ventana con un mal intento de discresión. Su expresión muestra sopresa. Me arrimo a él abriendo los ojos más de lo normal para permitir que el aire sece las lágrimas que están por reventar de mis largimales y abro la puerta, él salta precoupado.
Me mira de pies a cabeza, su mirada es tan preocupada; como si fuésemos amigos de toda la vida. Es una preocupación sincera, transparente, como la que sólo un marica te puede dar.

—¡Dios! Traes cara de haber visto un espectro— me toma de los hombros y los frota.

—Y no es para menos... Vámonos Miguel— intento entrar al auto pero él me detiene. Su mirada no cesa, todo lo contrario, se intensifica. Una pequeña punzada de desaprobación de mi parte me atravieza entre el pecho y la espalda, sé que no merezco tal sentimiento dirigido hacia mí.

—Ni lo pienses. Aquí hemos venido por un tipo y no me iré de aquí hasta que lo recuperes— me advierte.

Me impresiona ver como alguien puede preocuparse por mí después de todo, aunque claro, él no sabe quien soy yo, ni que yo quisiera que lo supiera. Es bastante egoísta de mi parte, pero mi médula lanza un mensaje indirecto que trato de rechazar pero mi mente está tan de acuerdo con él que lo recibe.

<No lo dices, eso no significa engañar>

La bolsa de culpabilidad en mi pecho ya no da espacio para más, ya está a tope, pero la culpa de no decirle a Miguel lo que soy en verdad empuja para ahuecar un espacio en ella.

—Pues nos desintegraremos aquí, él me ha sustituido— susurro haciendo un puchero.

—¿Cómo se llama él?— pregunta curioso.

—Ruggero— murmuro.

Me da una espinazo directo al lado derecho de mi pecho de inmediato, su nombre me hace más daño al salir por mi boca, siendo ahí el lugar donde ha entrado tantas veces. Saboreo la saliva que se produce bajo mi lengua, mi paladar y los extremos del interior de mis mejillas buscando esperanzadamente un rastro de los restos que los dejó dentro de ella.

—¡¡Ruggero!! —grita Miguel en un alarido desafinado. Me alarmo de inmediato y ya no está a mi vista. Me he perdido en la búsqueda de saliva de propiedad de los mezclada con la mía que no me percato que Miguel camina hacia la casa pegando gritos— ¡¡¡Ruggeeeeeeeeerooooooooo!!! ¡¡Te estamos buscando!!—  exclama con su voz de marica.

Mala ItziteryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora