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•Itzitery•

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Itzitery

Ha pasado una semana desde que regresé a casa con Ruggero. Miguel se ha ido a Doncaster con su madre, casi le da un ataque cuando se dio cuenta. Él y yo seguimos mandándonos mensajes de texto, aunque a escondidas de Ruggero porque tiene miedo que él termine matándolo, no lo creo, pero, ¿él que sabe?, es un gay.
No ha sido nada fácil. No han sido flores y colores; Ruggero tiene pesadillas por las noches, al igual que yo. Los últimos tres días él ha tenido que dormir en el sofá. En las noches, cuando se despierta y me mira se pone como loco. Creo que me odia, pero en las mañanas se disculpa y vuelve a ser tan cariñoso como siempre. Es un círculo enfermizo. Sé que una parte de él, su subconsciente no está cómodo con mi presencia, pero tiene una lucha interna que lo hace estar conmigo a diario. Mi madre aún no me habla, tampoco Gastón, sólo Pasquarelli. Seguramente él ya les hizo saber a la familia que Ruggero está de nuevo conmigo. Mi padre me aconseja que me aleje, que no es el momento para retomar la relación. Pero, ¿qué puedo hacer yo? Es imposible vivir lejos de Ruggero, es imposible que las heridas sanen si su ausencia las abre más.

—Buenos días— susurro acariciando su cabello.

Abre los ojos y parpadea hasta que sus párpados se despegan por completo. Ruggero es tan hermoso cuando se despierta. Se estira un poco y aspira, se voltea y sigue durmiendo.

—Ruggero...ya es tarde, debes levantarte— susurro en su oído.

Él me aparta con la mano y gruñe.

—Vamos, amor. Te preparé tu desayuno favorito— olfateo el delicioso aroma de su cabello.

Ruggero suelta un quejido y se envuelve más en la manta.

—Ruggero, no me obligues a lanzarte una cubeta de agua fría— lo amenazo.

—Lárgate— masculla con voz de borracho.

Está muerto de sueño, seguro no durmió nada anoche. Tuvo más pesadillas.

—Está bien, me largo a Londres —lo chantejeo y abro la puerta de la calle. Él no se mueve para nada. Suspiro y cierro la puerta— Idiota— susurro para mí misma de camino a la cocina.

Veo la mesa; me siento a solas y desayuno ingrima una vez más. Veo que Ruggero se cae del sofa en su intento de acomodarse.

—Mierda— masculla, pero no se mueve. Se queda dormido en el suelo.

Termino de desayunar y recojo los platos. Dejo el desayuno de Ruggero en el microondas por si quiere comerlo luego. Subo las escaleras y él continúa roncando en el suelo. Bueno, no, no roncaba, pero ojalá lo hiciera para grabarlo.
Tomo una ducha con agua fría y me visto. Seco mi cabello y lo plancho, lo he comenzado a hacer desde que Anto me cortó el flequillo. Texteo un poco con Miguel, su madre lo cuida más que nunca y me promete que regresara la otra semana porque trabajará en un café de mesero.
Voy camino a las escaleras cuando miro la habitación de Ruggero con la puerta abierta. Desde que regresamos no dormimos ahí, ni él lo hace, siempre lo hacemos en mi habitación (dormir). Entro a su cuarto y veo que todo está revuelto, no lo ha hecho últimamente, esto tuvo que haber sido antes. Reviso los cajones y todos están vacíos. Él movió toda su ropa hacia otra habitación, pero aún permanecen ahí sus tarjetas calientes y algunas fotos mías. Supongo que es hora de limpiar un poco este basurero. Los hombres son unos cerdos, debo poner orden a este gallinero. Aspiro un poco la alfombra, quito el polvo de los cajones, tiendo la cama y saco los zapatos Armani que Ruggero deja bajo la cama. Hay algo más allá abajo, ¿qué es? Lo arrastro hacia afuera y son... ¿Unos aros?
Sí, son dos aros metálicos del tamaño de mi
palma cada uno unidos. Veo que tienen grabados unos nombres uno dice Ruggero y el otro Jade. Mieeeeeeeerda. Tiro los aros en la bolsa de la basura y la habitación queda impecable. Saco la basura y la dejo afuera, nunca supe quien la botaba, esta casa es rara. Ya es más de medio día y Ruggero sigue tirado en el suelo durmiendo. Me lavo las manos en la cocina y comienzo a preparar el almuerzo. Genial, yo viviendo con yo misma en casa de Ruggero, para colmo él ya no trabaja en Manchester y yo tampoco estudio ahí. Bonito futuro nos espera. Termino de cocinar el almuerzo y lo sirvo en la mesa, tal vez Ruggero despierte pronto. Me pongo a fregar las sartenes mientras tanto.
Siento un roce frío en mi cadera y doy un salto del susto. Miro hacia atrás y Ruggero me está abrazando.

Mala ItziteryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora