Prólogo

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La luz solar del crepúsculo a duras penas se lograba colar por los diminutos espacios de las ventanas de la habitación a oscuras. La única Pokémon en ella; desolada y triste, tenía un montón de basura a sus pies que había podido limpiar claro, pero decidió no hacer.

En realidad, cuatro días ya habían pasado desde que se le vino a la mente el no hacerlo. Después de terminado el deprimente escenario del velorio y todos ya partidos, con algunos vecinos a los que no consideraba más que conocidos y su único familiar: su hermana, guardaron silencio.

Algunos lo lamentaron y le dieron el pésame, otros solo se limitaron a observar, y solo aquella Pokémon con la que había compartido sus años de niñez y adolescencia la acompañó en el llanto.

Ya había perdido la noción del tiempo. Quizá estuvo ahí en aquella mesa tomando quien sabe cuántas tazas de café sobrantes del velorio desde la mañana, o quizá desde la noche anterior. Con unas enormes ojeras bajo sus ojos rojos por la tristeza y lágrimas, cuando un pensamiento más se le vino a la mente.

—Lo... lo necesito— Se susurró a si misma

No perdió el tiempo. Se logró poner de pie a duras penas aún con sus muslos adormecidos y caminó entre vasos desechables y rebanadas de pan a medio comer.

Una vez estuvo cerca de la estantería, cogió un pequeño banquito para llegar hasta arriba y guío su mano en la parte más alta del mueble en dónde guardaba sus instrumentos de cocina hasta que lo encontró.

En una caja para zapatos cubierta de polvo por los años, olvidada y rota, ahí estaba. Una larga pipa que no había visto en tanto tiempo. Por un segundo incluso llegó a dudar.

—Te prometiste a ti misma que lo dejarías, pequeña zorra— Se dijo, con una lágrima resbalándole por la mejilla.

Tomó aquel palo de su cola de hechicera y ya estaba dispuesta a encender la pipa cuando alguien tocó la puerta. Después de tantos años viviendo en aquel pueblo en dónde solo podían habitar Pokémon de tipo fuego, ciertamente ya se había grabado en la cabeza los sonidos que hacían los vecinos al tocar la puerta. Este en cambio era nuevo, muy rítmico y parecía que quien tocaba no tenía una pizca de tristeza en si.

—No estoy de humor, por favor— Dijo, soltando la pipa y bajando de un salto del banco, con notable molestia

Sin embargo los golpes no cesaron, y esta vez siguieron el ritmo a una famosa canción de hace unos dos años.

—Lárgate, ya te dije que no estoy de humor, quien quiera que seas.

Esta vez los golpes pararon por unos segundos. Dudoso quien tocaba quizá, pero tras darse la vuelta estos siguieron. Ya notablemente enojada fue hacia la puerta y la abrió de golpe. 

—¿Quien...

Se quedó congelada por unos segundos. Frente a ella estaba un Incineroar de aspecto jovial y de gran estatura: 1.85 quizá, de unos 19 talvez. Ella ya había renunciado a los hombres a sus 35, pero quizá...

—"¡NO!"— Pensó al instante

¿Qué estaba pensando? Alguien como ella, que ni siquiera había sido capaz de proteger a su única razón de existir, pensando en esas cosas. En ese segundo incluso sintió asco por sí misma.

—¿Tía... tía Susan?— Preguntó confundido el felino

El sobrino de la Delphox cuya hija se quitó la life.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora