35 | visionario

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Tony no la estaba pasando bien.

No solo había estado dentro de la casa cuando explotó, sino que casi muere congelado en medio de Tennessee, casi fue volado por dos ex militantes locos con habilidades de curación regenerativa y súper fuerza, tuvo numerosos ataques de pánico, localizó al Mandarín y descubrió que solo era un anciano contratado para interpretar el papel, y luego, para colmo, lo noquearon y lo tomaron como rehén.

Se despertó en medio de una habitación, atado a una cama oxidada, y vio a Maya Hansen al otro lado de la habitación, trabajando en una computadora. Casi preguntó por Athena y Lyanna, pero luego se mordió la lengua. Con un poco de suerte, estarían lejos de este lío y a salvo de cualquier daño.

—Como en los viejos tiempos, ¿verdad? —dijo Maya, sonriéndole desde su silla.

—Sí, con precintos —dijo Tony—. Muy divertido.

—No fue mi idea —dijo Maya.

—Bien. Así que aceptaste la tarjeta de Killian —supuso Tony.

—Acepté su dinero —corrigió Maya.

—Y aquí estás, 13 años después, en un calabozo —respondió Tony.

—No

—Sí.

—No, tú estás en un calabozo —dijo Maya—. Yo puedo irme —se puso de pie y caminó por los escalones hacia él—. Han pasado muchas cosas, Tony. Pero estoy cerca. Extremis está prácticamente estabilizado.

—¡Te digo que no! —espetó Tony—. Lo he visto. La gente explota; dejan marcas en las paredes. Maya, te estás engañando.

—Entonces, ayúdame a arreglarlo —suplicó Maya, mostrando una tarjeta de la convención de Berna. En el reverso había una ecuación garabateada, que Tony miró confundido.

—¿Yo hice eso? —preguntó Tony.

—Sí.

—Recuerdo la noche, no la mañana —dijo Tony—. ¿Esto es lo que estabas buscando?

—¿No te acuerdas? —preguntó Maya.

—No puedo ayudarte —dijo Tony—. Antes tenías una psicología moral. Tenías ideales. Querías ayudar a la gente. Y mírate ahora. Yo puedo levantarme cada mañana con alguien que todavía tiene su alma —Maya parecía herida—. Sácame de aquí. Vamos.

Maya se dio la vuelta cuando un ruido sobre ellos indicó que alguien llegaba. Aldrich Killian entró, sonriendo como si fuera completamente normal tener a Tony atado a una cama—. ¿Sabes lo que me decía mi padre? Uno de sus dichos favoritos: "Al que madruga, Dios lo ayuda, y no por madrugar amanece más temprano".

—No seguirás enojado por lo de Suiza, ¿verdad? —preguntó Tony.

—¿Cómo puedo enojarme contigo, Tony? —preguntó Killian—. Estoy aquí para agradecerte. Me diste el mejor regalo que me han dado. Desesperación. Recuerdas que en Suiza dijiste que me encontrarías en la terraza, ¿no? Durante los primeros 20 minutos, de veras pensé que irías. Y durante la siguiente hora, pensé en tomar un atajo a la recepción. Si sabes a lo que me refiero.

—Honestamente, todavía quiero saber por qué alguien querría madrugar —respondió Tony.

—Pero cuando miré la ciudad, nadie sabía que yo estaba ahí, nadie podía verme, nadie estaba mirando —dijo Killian—. Tuve una idea que me guiaría por muchos años. Anonimato, Tony. Gracias a ti, ese ha sido mi mantra desde entonces. ¿No es cierto? Reinar desde atrás de la escena. Porque desde el minuto que le das rostro al mal, a un Bin Laden, un Gaddafi, un mandarín, le das un blanco a la gente.

—Eres increíble —dijo Tony, incrédulo de lo que estaba escuchando.

Killian se sentó en un escritorio y abrió un maletín—. Asumo que lo conociste.

—Sí —respondió Tony—. Sir Laurence Olvidier.

—Sé que a veces es un poco exagerado —dijo Killian—. No es todo mi culpa. Es actor de teatro. Dicen que su actuación del Rey Lear fue la mejor de Croydon. En fin, el punto es que... desde que ese sujeto con el martillo cayó del cielo, la sutileza ya no está de moda.

—¿Qué sigue ahora en tu mundo? —preguntó Tony.

—Quería devolverte el mismo regalo que tan amablemente me diste —dijo Killian. Levantó los orbes que había creado, que parpadearon antes de mostrar una imagen que hizo que el corazón de Tony se detuviera—. Desesperación.

Vio a Athena, acostada sobre una mesa con los ojos cerrados por el dolor. Por primera vez desde que despertó, la expresión de Tony cambió de imperturbable a una de miedo al ver a la mujer que amaba atada a una mesa, claramente en agonía. No sabía qué le había pasado y había asumido que estaba a salvo, pero al ver la mirada en los ojos de Maya que reflejaba algún tipo de culpa, supo que ella tenía algo que ver con esto.

—Bien, esto es en vivo —explicó Killian—. No sé si te das cuenta, pero en este momento el cuerpo está tratando de decidir si acepta Extremis o se da por vencido. No me sorprendería que se rindiera; después de todo, tu encantadora esposa ha pasado por una dura prueba emocional. Primero perderte a ti, luego a su perro, luego al bebé —Tony cerró los ojos y miró hacia otro lado, sintiendo que su corazón se rompía un poco—. Si se da por vencida, debo decir... la detonación es espectacular. Pero hasta ese momento, solo siente un dolor terrible.

Killian apagó los orbes y la imagen desapareció, dejando a Tony sintiéndose vacío e increíblemente enojado. Tony miró a Killian mientras se ponía de pie, con una sonrisa en el rostro del hombre.

—Ni siquiera hemos hablado de tu sueldo —Killian agarró a Tony por el cuello, con los ojos brillantes—. ¿Qué tipo de paquete de beneficios estás pensando?

—Déjalo ir —vino la voz de Maya detrás de ellos.

—Espera, espera —dijo Killian en voz baja, antes de volverse hacia Maya, que sostenía una aguja en su cuello—. Maya...

—¡Dije que lo dejes ir! —gritó Maya.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Killian.

—1200 cc. Moriría con la mitad de esta dosis —dijo Maya.

Killian miró a Tony—. Momentos como este ponen a prueba mi temperamento. Maya, dame el inyector.

—Si muero, Killian, ¿qué sucederá con tus soldados? ¿Qué sucederá con tu producto? —preguntó Maya.

—No vamos a hacer esto, ¿de acuerdo? —dijo Killian, dando un paso hacia Maya mientras ella retrocedía.

—¿Qué te sucederá a ti? —preguntó Maya—. ¿Qué sucederá si te sobrecalientas?

Killian ni siquiera miró a Maya mientras levantaba el arma y le disparaba una bala en el estómago. Cayó al suelo cuando Tony se estremeció, pero Killian simplemente sonrió—. La buena noticia es que se acaba de liberar un puesto de alto nivel.

Tony dejó escapar un suspiro—. Eres un maníaco.

—No, soy un visionario —respondió Killian, alejándose—. Pero soy dueño de un maníaco. Y esta noche, entrará en escena.

ATHENA | Tony Stark ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora