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Maratón de domingo (2/3)

Narras tú.

Horas antes <<

Llegué a casa con humor de perros, cansada y malhumorada, no es algo normal en mi ya que me criaron para esconder toda emoción negativa que siento.

Agradezco que mis abuelos hayan muerto, pero no importa cuanto cambie, seguiré viendo la regla de madera de mi abuela y los golpes empezarán a arder como si estuvieran recién hechos.

Además, es ridículo sentirse mal por eso, peor aún cuando me entero que apenas dejamos de ser amigos, el muy descarado salta a los brazos de una niña que me cae horriblemente mal, genial, así se define este día, un día GENIAL.

Pero la tormenta se aleja y un sol radiante me da en toda la cara.

Ese sol es mi mamá, ella está en casa y se ve estable.

Sin embargo la cara de papá no es la misma que la mía, pero la cambia apenas me ve sonriendo.

— Te dije que mamá estaría bien, _____.

Obviamente corrí a abrazarla y ella hizo lo mismo conmigo, me dio muchos besos y luego empezó a llorar.

— Mamá está bien, no es paa tanto, solo me asusté un poquito — Mentí, me asusté mucho — Te amo mamá.

— Yo tambien te amo mi princesa — Papá salio de mi habitación para traer a mi hermanita con nosotros — Las amo a ambas, son mis princesa de cuento favoritas.

— Vamos a comer, dejé la comida lista antes de buscarte, _____.

Fui sonriente a ponerme un vestido más comodo, dejé mi mochila y corrí al comedor de lo feliz que estaba de saber que mamá no tenía nada malo.

Terminamos de comer y Mamá sacó de la nevera una gran pastel que pasó comprando cuando salió del hospital. Todo era tan perfecto que parecía paz antes de la tormenta.

Y lo era.

— _____, amor, ¿Te gustó el pastel que mamá trajo?

— ¡Sí! ¡Tiene mi fruta favorita!

— Si, lo elegí muy bien — Ella se aclara la garganta y le toma la mano a mi papá — Muy bien, hay algo importante que mamita debe decirte.

Mire a mi papá pero el desviaba la mirada hacia otro lado, evitando el contacto visual mientras miraba a Cami.

— Mi amor, mamá se irá de regreso a México.

— ¿Qué..?

— Papá y yo queremos que decidas, ¿Iras conmigo o te quedarás?

Esa pregunta fue suficiente para que un hombre tan maduro como Iwazumi Shirokawa comenzará a lagrimear, soltando la mano de mamá para taparse la boca.