CAPÍTULO 5

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Oigo que algo suena y al segundo comprendo que es mi madre llamando a la puerta de la habitación. Ayer no me preocupé de ponerme una alarma por dos razones: la primera es que me da igual llegar tarde y la segunda que nadie me ha dicho a qué hora debo estar allí. De todas formas, mi madre insiste en despertarme a las siete para "prepararme" y "ponerme guapa". Esas han sido las palabras exactas que ha usado para describirlo.

Me pongo en pie enseguida y me visto con el conjunto que dejé en la silla anoche. Acto seguido voy al baño para recogerme el pelo en un moño medio deshecho que indique que no me interesa la opinión de los demás ante mi aspecto.

En menos de dos minutos ya estoy en la cocina, desayunando un bol de cereales y preparándome un bocadillo de nada, efectivamente, hecho única y exclusivamente de pan, aceite, tomate y sal. A la gente no le suele gustar, pero eso es porque no lo han probado, porque puedo asegurar que está realmente bueno.

Al salir de la cocina mi madre ya está preparada para hacerme mil fotos con la cámara más cutre del mercado, pero se queda quieta y se horroriza ante mi atuendo. Ignoro su cara de sonrisa fingida y paso por su lado para ir al baño. Mientras me lavo los dientes oigo cuchichear a mi hermana y a mi madre. Qué novedad. Son las personas más cotillas que he conocido en mi vida, aunque tampoco es que haya habido demasiadas.

Al salir casi me estampo contra ellas de lo cerca que estaban de la puerta que separa una habitación con otra. No le doy importancia y frunzo el ceño ligeramente.

Vuelvo a mi habitación para coger todo lo que tengo pensado llevarme y bajo las escaleras por tercera vez en diez minutos, maldiciendo el exceso de esfuerzo que tengo que hacer y agradeciendo que a partir de ahora viviré en una sola habitación.

En el salón me esperan las dos marujas, ahora con una sonrisa llena de alegría y completamente sincera, y yo muestro un rostro neutro, que es tal y como me siento.

- ¿Necesitas ayuda? Cualquier cosa que podamos hacer...

- No, ya está. Bueno, ya me voy. – Sueno cortante y no me podría importar menos.

Las dos se quedan quietas frente a mí y creo que ninguna de las tres sabe qué hacer o decir. Finalmente, Liv se abalanza sobre mí y casi caemos al suelo. Le devuelvo el abrazo y me despido con un "ya sé que me echarás de menos". No se me da nada bien expresar mis sentimientos hacía el resto de las personas, pero estoy convencida de que ha entendido la referencia.

- Y tú, mamá. Bueno, ya sabes, te quiero y esas cosas... – Lo digo flojo, pero estoy segurísima de que me ha escuchado a la perfección.

- ¡Yo también te quiero! – Dice animadamente, con alguna que otra lágrima recorriendo su rostro. Esta mujer es muy dramática, llora por cualquier cosa. Pero sí, la quiero.

Nos damos otro abrazo rápido, compartimos treinta segundos de miradas incómodas y salgo de la casa de mi infancia para dirigirme a un lugar desconocido. Dicho así da miedo, pero no suena tan mal... o, al menos, no puede serlo, quiero decir, no va a serlo.

Salgo de casa y no tengo pensado darme la vuelta. Simplemente andaré hasta llegar al autobús. Probablemente la mayoría de alumnos van acompañados por sus familias, pero yo prefiero que sea así.

No quedan ni diez metros para llegar a la parada cuando veo, y no muy lejos, a Maikel. Intento dar la vuelta y esperarme un rato hasta que se haya ido, pero por mala suerte me ve antes de que pueda reaccionar y llevar a cabo mi plan.

- ¡Lara! – Chilla, y pongo los ojos en blanco. Como si me hubiera visto, rectifica sus palabras mientras se acerca. – Quiero decir, ¡hey!

- Otra vez aquí. – Vuelvo a poner los ojos en blanco.

Todas las razones por las que te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora