CAPÍTULO 32

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Una semana más, Bruno sigue en ese odioso hospital, igual de callado que los anteriores días.

De todas formas, yo me he obligado a hacer algo. No puedo seguir encerrada bajo una sábana.

Ayer decidí que lo mejor era entretenerme, aunque, eso sí, dentro de la habitación. Todavía no me veo capaz de pisar el suelo del campus y sentir el aire exterior sin ver cómo, pese al sol matutino, mi cuerpo se hunde en un océano de lágrimas.

Así que hoy es el primer día que me pongo a ello.

Hace tan solo unos segundos que me he despertado. Me incorporo para mirar el reloj: son casi las siete de la mañana de un sábado. Sigo sin conseguir dormir varias horas seguidas.

Aún así, me levanto con toda la energía que consigo reunir y abro la persiana de par en par. A mi lado, alguien gruñe.

- Lara... ¿Qué hora es? - Pregunta Sara, cansada por la paliza que le estoy dando durante las últimas semanas.

- Tengo que hacer algo. - Ignoro su pregunta.

Se sienta en su cama y estira los brazos cómodamente. Acto seguido, pasa sus manos por los ojos y pega un bostezo que me contagia. De modo que las dos nos encontramos respirando hondo con la boca abierta y los ojos cerrados.

- Voy por el desayuno, entonces.

- Te acompaño. - Para su sorpresa, y también para la mía, me ofrezco a salir.

Es verdad que hace un minuto he pensado que lo mejor era quedarme aquí, pero las cosas cambian de un momento a otro. Y yo lo sé mejor que nadie...

Sara procura disimular su sorpresa, pero le cuesta.

Bien, allá vamos. Abro el armario y lo primero que veo es la maldita camiseta que llevaba el día que lo conocí. Por supuesto que lo recuerdo.

Cierro de un portazo y le doy una patada a la parte inferior del mueble.

Sara se acerca a mí y apoya su mano en mi hombro.

- Tranquila, Lara.

- No quiero que me llames así.

Y es que ahora tengo más razones. De la única boca de la que me ha gustado oír ese estúpido nombre es de la de Bruno. Él hacía que olvidara el origen de este. Incluso parecía atractivo cuando lo pronunciaba de esa forma tan característica en él.

Pff.

No han pasado ni cinco minutos desde que me he despertado y ya me resulta inevitable llevar todos mis pensamientos hacia él.

Aún así, me dispongo a ver por lo menos un rayo de sol al día. Salimos de la habitación y vamos a la cafetería. Hacía mucho que no pasaba por aquí.

Sara abre la puerta y me deja pasar primero. El olor a pastas me invade y resulta reconfortante, acogedor.

No hay demasiada gente, algo bastante normal en un sábado tan temprano. Acaban de abrir. Lo sé porque aún están los encargados preparándolo todo.

Nos dirigimos hacia la barra y yo me decanto por un par de dónuts con chocolate y un vaso de leche, en cambio, mi acompañante prefiere un croissant de jamón y queso, una pieza de fruta y un zumo de naranja.

- ¿Nos quedamos aquí o vamos a la habitación?

Lo pienso unos segundos. Porque, por una parte prefiero quedarme allí encerrada, pero por otra sé que es mejor despejarme, por mucho que pueda venir gente. Aunque, sinceramente, dudo que aparezcan muchas personas a estas horas. Los alumnos habrán salido esta noche y ni siquiera habrán llegado todavía a sus cuartos.

Todas las razones por las que te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora