CAPÍTULO 31

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Dos eternas e infernales semanas.

Catorce largos e infinitos días.

Alrededor de 336 extensas e inacabables horas.

Todo ese tiempo es el que llevo sufriendo por Bruno, por su vida. Porque todavía sigue preso en esa camilla de hospital, sin poder comer, ver, sentir...

Mi madre no me ha dejado ir a verlo en ningún momento, ha insistido en que debía continuar con las clases.

El miércoles después del accidente volví en autobús con Liam y Maikel, que se habían quedado con nosotros en el hospital para esperarme. Ese mismo día hice todo lo posible porque me dejaran quedarme allí, con él, pero todo resultó ser insuficiente, inútil. De modo que yo me sentía inútil, también.

Pensar que tal vez no volvería a verlo era la peor forma de tortura que podían llegar a hacerme.

No lo conozco demasiado, lo admito. Apenas ha pasado una semana desde que lo vi por primera vez, sin contar el tiempo que ha pasado en el hospital. Pero de algo estoy segura: había llegado a mi destructiva vida para derribarla todavía más, pero de una manera tan alentadoramente intrigante y emotiva que era imposible odiar.

Durante estos catorce días me he dedicado a llorar desconsolada, caminar sin ganas de vivir por el campus, desplazándome de clase en clase, y a ser obligada a comer por Maikel.

¿Qué sentido tiene estar aquí si el pesado idota que solo me incordiaba no está? Ninguno...

Mi madre me ha llamado veinte veces cada día para asegurarse de que estoy bien, pero no lo estoy. Sara también ha estado muy pendiente de mí. Se ha saltado acontecimientos que llevaba tiempo organizando solo para no dejarme sola. Y ni siquiera le he dado las gracias.

Tampoco he estado hablando demasiado. Solo me he molestado en soltar algún que otro sonido cuando en clase me cuestionaban alguna estupidez o cuando Maikel, Liam o Sara intentaban hacerme sonreír. Por el momento, no lo han conseguido.

La viva imagen de Bruno inconsciente, respirando con esfuerzos, no deja de repetirse una y otra vez en mi cabeza. Detesto no poder hacer nada. Es su culpa. No. Es culpa de mi madre, que me obligó a ir a la Universidad. De no haberlo hecho, yo no lo hubiese conocido y nada de esto hubiera pasado.

Ahora estoy en mi habitación, pasándome las manos por el pelo y esperando a que mi madre me llame para darme noticias desde el hospital. Al ser posible, noticias positivas.

He olvidado decir que el día que llegué Bea se enfadó conmigo porque no transmitía "unas buenas vibraciones" y, tras hablarlo - aunque ella fue la única que intervino en esa conversación, o, más bien, monólogo - concluimos que lo mejor era cambiarse de habitación por Sara, que me ha estado aguantando durante todo este tiempo. Y lo que posiblemente falta...

Ella misma se encargó de hablarlo con el encargado de las habitaciones para que nos permitiera este cambio. Ahora Bea va con Michelle. De ahí solo pueden salir llamas, o incluso el mayor incendio nunca visto.

Llaman a la puerta. No me molesto en responder porque está demasiado claro quién puede ser. Entra Sara, acompañada por los dos chicos.

- Hora de comer. - Anuncia felizmente Maikel.

Resoplo. Respiro hondo. Cierro los ojos. Cuando los vuelvo a abrir ya tengo una bandeja de comida apoyada en la cama.

- ¿Cómo te encuentras? ¿Estás mejor? - Pregunta Sara, muy preocupada por mi estado, aunque con una sonrisa de oreja a oreja.

Niego con la cabeza y recuerdo aquellos días en los que no tenía fuerzas ni para hacer ese simple gesto.

- También hemos alquilado una película. - Añade Liam alegremente.

Todas las razones por las que te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora