XIV. LA CRUDA REALIDAD.

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Aún recuerdo como fue ese mes.

Entendí que después de tantos sueños, la pesadilla no estaba muy lejos y había llegado demasiado pronto. No llegamos a ser felices por mucho tiempo.

( . . . )

ELIZABETH KELLER:

Eran los últimos días de diciembre. Los últimos días del 2.018

Apenas habíamos cumplido dos años de matrimonio. Elena tenía al rededor de cuatro meses... Apesar de haber estado pequeña ya había mostrado sus ojos, como lo supuse, los mismos que Alessandro. Dos hermosos ojos grises y un perfecto cabello negro.

Había crecido enormemente y estábamos encantados con ella.

Sobre la llamada que había recibido meses atrás, no volví a tener otra o algún contacto con Mustafá. Alessandro estaba investigando a fondo sobre su paradero, aunque no sabía que él quien me había llamado aquella noche.

¿Dónde estás Mustafá?

En fin.

Teníamos que preparar la cena de año nuevo. Íbamos a invitar a toda la familia esa noche antes de la celebración.

Estábamos de vacaciones. Si, en Nueva York, en mí casa. La familia tenía que llegar de Italia en unos días. Pasábamos estos días en el apartamento de Alessandro aquí.

-¿Puedo comer algo? -preguntó Alessandro detrás mío.

-Alessandro, pareces un bebé -le reclamé-. Es para mañana por la noche.

-Solo un poquito, ¿siii? -hizo un puchero.

-Ay, Dios.

Tomé un tenedor de la mesa, pinche un poco de comida y se lo llevé a la boca.

Cerró sus ojos sintiendo el sabor.

-Mmhhh... Te amo.

-¿Me hablas a mí o a la comida? -pregunté.

Abrió sus ojos sonriéndome con diversión.

Tomó mí cintura y me acercó a él dejándome un casto beso en los labios.

-A ambos -sonrió.

Le di un pequeño golpe y él se alejo de mí.

Fue a la sala donde estaba nuestra hija junto a Marta, quien nos acompañó en el viaje, era como nuestra madre, mía y de Alessandro.

Elena la adoraba con todo su corazón y ella a la pequeña.

A los minutos me acerqué a la sala y vi a padre e hija jugando. Alessandro tenía a su hija acostada en sus muslos y ella le sonreía como enamorada.

Ella era muy parecida a él, muy poco había sacado de mí por no decir nada.

Piel blanca, cabello negro y ojos grises.

-¿Que hacen ustedes dos? -pregunté.

-Hablo un poco con mí hija -respondió, mirándola con adoración-. Le dije que no iba a tener novio hasta los cuarenta.

VERDADES DOLOROSAS [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora