XXVII. ENTRADA A RUSIA.

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Dos días después.

Berlín, Alemania •

( . . . )

KATHERINE MARCORIOUS:

Me quedé sola en la habitación, como desde hacia días. No tenía ganas de probar algún bocado, solo quería quedarme aquí y no salir.

Ya lo había perdido todo.

Cerré mis ojos y dejé lágrimas caer. Necesitaba liberar todo este dolor que sentía desde que hace meses y no lograba sacarlo.

Mis tíos... Habían sido como mis papás y ahora no los tengo más.

—Marcorious... —Samara llamó a la puerta.

Al no responder ella entró sin permiso, se apoyó en el marco mirándome seriamente. Sequé mis lágrimas para evitar que viera lo destruida que me encontraba.

—Creo que si no contesto es porque quiero estar sola —dije.

—Lo buscaré en la lista de cosas que me importan una mierda —cerró la puerta—. Así que... ¿Murieron? ¿Eh? Que cosa.

Arquee una ceja en su dirección.

¿De verdad buscaba consolarme o que?

—No soy muy buena haciendo estas cosas.

—No lo hubiera imaginado —contesté con sarcasmo—. ¿Que estás intentado hacer?

—No has salido en días, tampoco has comido —miró hacia otro lado—. Y considerando que eres la única mujer aquí a parte de mí,  además de la única que conoce lo de Paolo... Creo que deberíamos llevarnos bien —me miró–, ¿No crees?

—Puede ser. —miré hacia mis manos—. No intentes consolarme... Eres pésima.

—Ya te dije que no soy buena —sonrió en mí dirección.

Se acercó y se sentó en los pies de mí cama, como si fuéramos amigas desde hace años. Aunque nos quedamos en silencio era bastante cómodo.

Jamás tuve amigas, debía admitir que con Mustafá era más que suficiente.

—Lo que más enfurece fue que él estaba ahí, en el cementerio... ¡En el entierro de mis tíos! ¿Cómo puede dar la cara así? —golpeé el colchón furiosa.

—Entiendo tu enojo, pero estuviste bien... Dejaste que te viera sin que se diera cuenta que eras tu —me sonrió—. Le diste una pequeña advertencia, además... No lo mataste.

—Tuve que contenerme mucho para no hacerlo. —dije, entre dientes.

—¿Cómo fue...? ¿Que se sintió cuando supiste la verdad?

Me callé unos segundos, —. Fue peor que un baldazo de agua fría. Sentí como mí vida que quebraba. Literal era como caer en un pozo sin fondo...

—Se te rompió el corazón...

—No, no fue eso. —la miré—. Sentí como cada uno de mis sueños eran aplastados sin piedad, y en aquel ataque a Brasil... Vi la realidad, sin sueños de por medio, tal y como era.

VERDADES DOLOROSAS [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora