II. UN PLAN.

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DOS AÑOS ATRÁS

OTTAWA (CANADÁ)

(…)

ALESSANDRO LEONE:

Prohibido.

Exquisito.

Placentero.

El deseo desmedido por la mujer equivocada, por la mujer prohibida. Cómo Romeo y Julieta, huimos, nos escondemos del mundo para vivir nuestra pasión en secreto.

La mujer que marca mi cuerpo, Rebecca Diane de Leone, la esposa de mi hermano mayor.

—¡Ah! —gemía mientras la embestía una y otra vez—. Mí amor… ¡Si! ¡MÁS! ¡ASÍ!

Llegamos casi al mismo tiempo a un exquisito orgasmo. Caí a su lado en el sofá de este apartamento que se había convertido en nuestro pequeño escondite. Me levanté para ir al baño y quitarme el condón para tirarlo a la basura.

Era sumamente necesario que evitemos un embarazo no deseado. Siempre nos cuidamos, en cada encuentro. Yo no quiero ser padre, mucho menos embarazar a la mujer de mí hermano. Quizás suene como un sin vergüenza… Pero acostarme con ella es una cosa, embarazarla es otra completamente diferente.

Además no queríamos que Stefan se enterase de nuestra aventura.

Fue atracción inmediata a primera mirada. Nuestro primer encuentro entre amantes fue una noche antes de su boda. Llámenme Hijo de puta o Sin vergüenza, ya que asistí a la ceremonia y los felicité como si nada.

Rebecca estaba destinada a ser la única mujer que me haría perder la cabeza. Era la perfecta personificación del pecado, una diosa de leyenda, 90-60-90, rubia, con unos hermosos ojos esmeralda y una sonrisa inigualable.

Recuperamos el aliento luego de cinco desenfrenadas horas de sexo. La mire con una sonrisa satisfecha en el rostro.

Nos levantamos para ir a la cocina y beber algo. Ella, aún desnuda, se sienta en uno de los taburetes de la mesada.

—¿Y como va ese plan de conquista? —preguntó curiosa.

«Plan de conquista»

Mí hermano mayor, Stefan, estaba empezando a sospechar tenía que encontrar una solución y pronto, empezaría a atar cabos y llegaría a la correcta conclusión de que tenía bien montados los cuernos. Fue cuando se nos ocurrió fingir que estaba enamorado y que me casará.

Era una forma para desviar completamente la atención de mí astuto hermano mayor de nosotros. Entonces apareció Elizabeth Keller. En realidad, Rebecca había ido a comprar a su panadería y le gustó ella. No era la clase de mujer que me gustaba y por eso me dijo que fuera por ella. 

No tenía cuerpo, no tenía personalidad, ni la belleza que a mi me gustaba. No me atraía ni un poco.

—Bien —dije con desánimo.

—Ey. Vamos, es la única forma de distraer a tu hermano —se cruzo de brazos—. No quiero tener que alejarme de ti, mí amor.

—Lo se, yo tampoco.

Se levantó caminando hacia mi y me abrazó. Este plan tenía que seguir adelante, tenía que casarme con ella. Si o si.

Keller era inocente, ingenua y tonta. Sería fácil conquistarla y lograr llegar a algo.

¿Culpa?

No la sentía.

¿Pena por ella?

VERDADES DOLOROSAS [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora