1. Límite

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La oscuridad de la noche envuelve en ese momento y ese lugar a cualquier ser o ente que tenga la suficiente valía para salir a la calle. Alina sabe que incluso para alguien como ella es una completa temeridad hacerlo. Últimamente el mundo está demasiado convulso, hay demasiadas revueltas, demasiados problemas, y se empieza a preguntar si todo en lo que la han hecho creer durante esos 50 años es correcto. Da una última y larga calada a su cigarrillo —es un vicio recientemente adquirido, sabe que eso no va a dañarla y la relaja, últimamente necesita ayuda para hacerlo— y lo tira al suelo que en algún momento debió ser de asfalto, pero que ahora sólo tiene gruesa gravilla y mucha basura.

Ella sigue caminando y deja atrás las ruinosas casas deshabitadas. Siempre se pregunta cómo sería ese barrio antes de que todo cambiara, antes de que el mundo fuera dominado por la oscuridad, por el miedo... antes de que ellos se hicieran con el poder y obligaran a los humanos a esconderse como ratas de alcantarilla para no ser cazados. Siente curiosidad por esa vida en la que los vampiros se escondían y los humanos atacaban. Se siente intrigada por ello porque no llega a comprender cómo esos seres débiles y cobardes consiguieron oprimir a toda una comunidad de vampiros; sólo imaginarlo le resulta ridículo, y casi hasta logra sonreír con esa imagen. Casi. Sin embargo, no se habla de esa época, no hay documentos que expliquen cómo era, no queda absolutamente nada.

Tiene que desviar su recorrido unos pocos metros, uno de los sistemas de cañerías ha debido de romperse y el agua corre libre por la calle más directa a su destino. Agua negra no sólo por la oscuridad, y que no le apetece nada pisar. Rodea ese río de porquería maloliente y por fin ve el gran caserón. Rodeado por un gran murete de piedra maciza cubierta por hiedra y malas hierbas y con una mugrienta verja que en cualquier momento dejará de ser de utilidad, el palacete medieval se alza imponente en el centro de la finca. Una finca que parece cada día más poblada de vegetación, los árboles crecen sin nadie que los controle, la hierba ya alcanza el medio metro de altura, y las malas hierbas se han afincado ahí para no marcharse jamás. Detrás de una gran fuente que hace décadas que no tiene agua, y que probablemente no será capaz de volver a tenerla, se alza el palacete, su gran torre está un poco maltrecha desde que una gran tormenta tirara uno de los árboles más altos, pero no corre el riesgo de caerse. Algunas ventanas han acabado con los cristales rotos en la última tormenta, pero ella sabe que pronto volverán a estar intactas, y la piedra no está tan limpia como debería. Aún así el lugar sigue teniendo una belleza un tanto fantasmal que a Alina la atrae, es el reflejo inverso de quien habita ese lugar, espeluznante por fuera pero hermoso en el interior.

La única luz que se puede ver desde fuera es la de una ventana en la segunda planta, es tenue, apenas un brillo, pero es la única que siempre se enciende y se apaga y sólo suele hacerlo cuando él está esperando. Ese día la espera a ella, aunque no lo sabe, nunca sabe quién irá, pero sí que lo hará alguien.

Dos guardias están como siempre custodiando la gran portalada de madera de la casa, simplemente asiente a modo de saludo y espera a que le abran la puerta.

Ella no acusa el frío del exterior, sin embargo, agradece la pausa de aire que le proporciona el interior. Mueve los dedos de los pies como si los tuviera realmente entumecidos, aunque no es así, y camina por la majestuosa alfombra hasta las escaleras. Llega con un poco de retraso y no puede quedarse observando la arquitectura del lugar, por muy impresionante que sea. Sube las escaleras de madera pasando la mano por la gruesa y ornamentada barandilla, con esculturas de madera en cada giro. Le resulta muy perturbador que todos esos querubines la sigan con la mirada, como si la juzgaran por lo que está haciendo, por lo que debe hacer. Más de una vez ha sentido el impulso de destrozarlos, pero ella es sólo una invitada y al anfitrión parecen gustarle sus querubines.

Atraviesa un largo pasillo con puertas cerradas y obras de arte millonarias, se detiene frente a una gran puerta de madera de nogal y llama con los nudillos. Cuando obtiene una respuesta, entra. La habitación iluminada es elegante, como el resto de la casa, un poco ostentosa para su gusto, pero en cierto modo es cálida. Quizá sea cosa de la chimenea o que sean las velas y no la electricidad lo que la ilumina. Tal vez lo que la hace cálida es la presencia de ese hombre, de pie frente a la chimenea, grande, hermoso, atrayente y tan desconcertante para ella.

Vicio y SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora