16. Ego

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El portero de ese pub le devuelve una tarjeta de identificación que en realidad no tiene en la mano, pero el humano cree ver y tocar, y le abre la puerta deseándole una buena noche.

—Gracias —contesta Traian sonriendo con diversión.

El interior del local no es tan oscuro como una discoteca, pero la iluminación sigue siendo mortecina, como si no quisiera atentar contra los futuros resacosos. Hay algunos humanos que se mueven, saltando y moviendo sus cabezas al ritmo de la música rock, otros hablan a gritos sentados en unas mesas en los laterales, y otros se acumulan en la barra, unos para pedir bebida y otros para quedarse. Traian inspira el olor de esos humanos allí concentrados, creyéndose seguros, y se recuerda que no está ahí para hacer una cata. Avanza hacia la barra y localiza al hombre que busca. Se trata de un humano de unos 30 años, de un metro noventa de altura, piel oscura y constitución fuerte. Está sentado en un taburete, con una jarra de cerveza en la mano y aunque hay un grupo ruidoso a su lado no les está prestando atención. Traian puede leer los pensamientos en que está absorto, y casi puede oler su frustración. Contiene una risa, se sitúa a su lado y pide un whisky doble, y vaya si sienta bien saborear esa vieja costumbre.

—No hay mucho que celebrar esta noche —comenta para romper el hielo.

El moreno lo mira unos segundos de reojo antes de dar un largo trago a su jarra.

—¿Acaso sí lo hay alguna vez? —contesta con una voz grave, fuerte—. No te había visto por aquí. ¿Nuevo? ¿Un nómada?

—No puedo decir que sea nuevo, pero sí he viajado mucho —contesta con una sonrisa, aunque no tan amplia como podría ser por esa respuesta que es tan irónica; sus dientes son demasiado blancos—. En cada lugar puedes encontrar algo que celebrar con un poco de tiempo, pero llevo dos meses buscando aquí y todavía no lo he encontrado.

—Eso es porque has llegado a la ciudad incorrecta, amigo, aquí es una constante lucha. Esos... despreocupados parecen celebrar porque van más borrachos que una cuba, pero seguramente entre ayer y hoy han perdido a alguien a mano de esos vampiros —le contesta acabando de otro trago la jarra y pide otra al instante.

—Eso es lo que se les suele escuchar, risas hasta que llegan los lamentos. Pero si no bebes lo suficiente rápido eso es lo que te depara el alcohol —reflexiona Traian mientras da vueltas a su vaso antes de darle otro buen trago—. ¿Y esa lucha avanza? No se puede ver ni oír nada en estos túneles.

—No lo suficiente rápido como nos gustaría —acepta responder con sinceridad tras mirarlo unos segundos cavilante—. Ellos crean vampiros más rápido de lo que nosotros acabamos con ellos.

—Matar a esos vampiros, para alguien experimentado es como jugar a los bolos —opina Traian, puede ver en la mente del humano que para él no es demasiado complicado—, o más bien como echar agua en un hormiguero. Salen y salen, pero no llegas a matar a quien los gobierna, sólo desperdicias el agua en un agujero. En unos días han recuperado lo que destrozaste.

—Llegar a sus gobernantes está fuera de nuestro alcance con lo que tenemos ahora —responde—. ¿Cómo sabes tanto sobre lo que hacemos? La mitad no tiene ni idea de que hay gente que lucha por salvar este puto mundo.

—Sólo tengo que mirar, está todo en tu cabeza, Jöel Bouma —responde Traian con una gran sonrisa, aceptando que ya ha entablado suficiente charla banal con el humano.

El hombre se levanta de golpe del taburete y saca un cuchillo del cinto de su pantalón sin dudarlo un instante, aunque no hace mucho escándalo, sabe que si lo hiciera el local estallaría en pánico y habría avalanchas. Además ese vampiro se comporta de una forma extraña.

—¿Qué quieres, vampiro?

—Suena tan vulgar —comenta nada alterado por ese cuchillo, no se ha levantado, ni siquiera ha soltado su vaso—, puedes llamarme mejor majestad. Y quiero en esencia lo mismo que tú, aunque yo sí puedo conseguirlo, no sólo hacer guerrillas.

Vicio y SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora