3. Vergüenza

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—¡NOOO! —grita al tiempo que se incorpora, todo el mobiliario tiembla, las ventanas vibran amenazando con romperse.

Traian observa la habitación en la que sólo se mantiene una vela encendida, pero allí no están quienes veía en sus sueños, la oportunidad, si la tuvo, la perdió hace demasiado tiempo y jamás lo recuperará. Se encoge sobre sí mismo, el dolor es tan intenso que no puede ni dejar salir un sollozo. Él no quiere pensar, no quiere recordar, no quiere sentir. La noche anterior pensó que el dolor físico ayudaría con el dolor que sentía en ese momento en que tuvo la maldita suerte de escuchar la fecha en la que estaban a los guardias de abajo, ese día que otros celebran. Se sintió tan rabioso que ese fue el único modo de no acabar con todo sin pensarlo. Ya no siente las cuerdas, ni los golpes, o las consecuencias del sexo duro, su piel está impoluta, pero él no lo está, en ese momento se odia por aquello en lo que ha caído, se avergüenza de aquello en lo que se ha convertido, no es ni una sombra de lo que fue por tantísimo tiempo, de lo que lo llevó a ser lo que es. No es nada, su cuerpo es fuerte, pero no su alma, si es que sigue poseyendo una.

—Majestad —escucha un susurro y unos pasos acercarse a él, aunque no demasiado. No reconoce la voz, de todas formas no debería haber ninguna voz ahí, debería estar solo, y no con alguien que puede ver su debilidad. Es una mujer, lo sabe, como también sabe que es débil, una de esas que los que le arrebataron todo han creado y ahora mandan, un recuerdo en ese momento de porqué le hicieron aquello a él—. ¿Se encuentra bien?

—¡Lárgate! —brama volviendo a levantarse un poco en sus brazos—. Desaparece si no quieres que lo haga por ti —amenaza entre dientes, gira un poco el rostro hacia ella, en él es evidente cuán roto está por dentro. Levanta un brazo y la joven es empujada con fuerza hasta que da con la puerta y ésta se sale de los goznes para abrirse para el lado contrario y así dejarla caer al suelo.

—No puedo marcharme —protesta ella, aunque sabe que no tiene mucho que hacer en su contra, puede manejarla como más se le antoje.

Él aprieta los dientes, podría cumplir su amenaza, pero realmente no se siente capaz de causar lo mismo que en sus recuerdos lo atormenta en ese momento.

—Vete —insiste y parece más un ruego que una orden porque suena tan destrozado que parece una mala broma que su cuerpo no muestre lo mismo.

Alina duda, porque estaría desobedeciendo si se marcha, pero no es como si no hubiera desobedecido antes. En el fondo le conviene más hacerle caso al Rey que a los gobernantes. Asiente y da un paso atrás.

—Nos veremos, majestad —se despide, aunque no está segura si después de aquello va a tener muchas ganas de volver. No le gusta ver a una persona, por muy vampiro poderoso que sea, como si fuera una alfombra a la que pueden pisotear y destrozar, como si fuera unos simples harapos.

Se percata en ese momento de que últimamente ha estado yendo demasiadas veces y que eso está afectando bastante a su cordura, tanto que incluso empieza a dudar del sistema de gobierno, del terror de los humanos frente a los vampiros, de la represión... y de mantener a un rey como si fuera un maldito despojo. Suspira largamente y mira la hora, aún es pronto para salir, el Sol sigue brillando con fuerza en el exterior, así que lo mejor para ella será esperar en la biblioteca, un buen libro la despejará, o eso espera, pero cuando llega el momento de distraerse acaba cogiendo un libro de temática BDSM, como si con ello tratara de descubrir qué pasa por la mente de ese vampiro para ponerse a merced de otro, dejar que te golpee y prácticamente, al menos en el caso de Traian, te denigre de esa forma. 


N/A: Este es muy cortito, pero debía quedar claro que aquí su majestad ha tocado fondo hace tiempo. Y no, BDSM no es en lo que se ha entretenido esta noche porque no tiene nada de Sano, Seguro y Consensuado. Si queréis algo de BDSM, tenemos dos historias ya publicadas ;)

Vicio y SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora