2. Sumisión

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Esta noche no está mirando a las llamas, sino que está sentado en el alféizar de la ventana que da hacia la entrada del palacete, con ésta abierta. Los guardias están nerviosos porque escapa de la jaula de piedra sin supervisión, como un pajarillo, lo divierte y ofende a partes iguales que crean que alguien podría impedirle que se largara si así lo quisiera. En cualquier caso, deberían acostumbrarse más rápido, hace un par de días que espera ahí a que alguien en especial le traiga un divertimento. Lo cierto es que la espera de cualquiera siempre se le hace larga, casi lo desquicia. Él despierta apenas el Sol está terminando de esconderse mientras que a la mayoría de los vampiros les cuesta un poco más, necesitan la seguridad de la absoluta oscuridad.

Impaciente, se levanta y coge un poco de tabaco turco y se entretiene en liar algunos en hojas naturales, después enciende uno y vuelve a la ventana. Le queda poco cuando la ve, al fin llega su proveedora y además es a quien esperaba, sonríe juguetonamente y da una nueva calada. Poco después la chica llama a la puerta, él da una calada sin prisas y contesta:

—Adelante.

Alina entra cerrando tras de sí, se sobresalta un poco cuando se percata de que él la está mirando, con una sonrisa casi perversa en los labios. El corazón se le acelera y millones de ideas en las que debe salir corriendo si quiere seguir viviendo le vienen a la mente, pero se esfuerza por tomar una honda respiración.

—Creo que hoy no me he retrasado —dice pensando que esa puede ser la razón.

Él da una calada más, disfrutando de su nerviosismo.

—¿Quieres uno o prefieres que me dé la vuelta para robarlo? —pregunta señalando con la cabeza a la mesa en que ha dejado el tabaco liado.

La joven alza una ceja por esas palabras que la hacen pensar en que él se hubiera dado cuenta del pequeño pecado que cometió la última vez.

—Aceptaría uno —contesta tras tragar, esperando que no sea eso.

Traian chasquea la lengua.

—Me decepcionas, pensé que se trataba de cleptomanía, pero no, debe ser premeditado —medita con una sonrisa burlona.

—No entiendo a dónde quiere llegar, majestad —asegura ella, aunque intuye si no lo sabía hasta ese momento, ahora ya debe saberlo, habrá leído su mente—. ¿No quiere su mercancía? —pregunta levantando una bolsa llena de botellas de alcohol.

—Déjalo donde siempre, puedes cargar con ello, ¿verdad? —contesta él.

—He venido cargando con ello hasta aquí —responde rodando los ojos antes de percatarse de que no es correcto.

Aún así no se detiene temblando como sabe que otros muchos harían en su situación, esperando una reprimenda. Pasa por el lado de él, no puede evitar inspirar profundamente, aún recuerda el sabor de su sangre, dulce y picante a la vez, adictiva, suave, caliente... se había tenido que obligar a detener con dos tragos o podrían haberla encontrado a la noche siguiente aún adosada a ese cuello, sobre todo cuando empezó a sentirse más fuerte que en mucho tiempo. Deja las bolsas sobre la mesa y espera a que él diga algo más.

Él la mira a los ojos directamente, averiguando los detalles que le faltan, realmente apenas se dio cuenta, y le ha costado discernir que no fue parte de sus sueños, ella realmente bebió de él, aunque tan poco que no pudo achacar la pérdida de sangre, si hubiera estado del todo inconsciente, pero el mordisco lo había mantenido por un segundo en el borde antes de volver a caer.

—Acércate —ordena, termina el cigarrillo y lo tira por la ventana.

Cualquier vampiro con dos dedos de frente habría tratado de escapar sabiendo que en ese momento su vida correría peligro sólo por escuchar esa palabra. Ella, sin embargo, no huye, no tiembla, tiene miedo, sí, porque no es una ingenua, pero no piensa darle el gusto de además huir. Da un par de pasos y queda frente a él, a menos de medio metro.

Vicio y SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora