Naoko estaba sentada en la biblioteca, sola. Intentaba balancear una ecuación química que amenzaba con terminar con su cordura. Sí, un viernes, terminada la jornada escolar, eran pocas las personas que seguían en el colegio. Naoko siempre era una de ellas. La verdad le gustaba cambiar de ambiente de vez en cuando, incluso cuando seguía sentada estudiando, salir de la enana habitación en la que vivía permanentemente ayudaba.
Abstraída mientras escuchaba el Réquiem de Mozart, no escuchó cuando la puerta se cerró detrás de un chico. Y no fue hasta que se sentó delante de ella, que no se quitó los audífonos, asustada, mirando lo que tenía delante. Intentó levantarse, pero él la paró con el brazo, sentándola con brusquedad. Naoko sintió el impulso de gritar "¡Su-hyeok, Gwi-nam volvió!" y esperar a que su mesías volviese a salvarla. Pero no lo hizo, pues la mirada fría del chico, que parecía querer atravesarla, la mantuvo callada y sin mirarlo a los ojos.
— No me siento orgulloso de lo que hice — Naoko hubiese querido contestarle que si quería aplausos al respecto, pero, como siempre, calló. Él suspiró y se metió la mano al bolsillo, sacando una barra de chocolate de la máquina expendedora, se la tendió con gestos rápidos y tiesos. Naoko no la cogió —. Ten — dijo en tono cansado, mientras movía el dulce —. Cógela, carajo.
Finalmente, ante esta órden, obedeció.
— Exactamente, ¿qué edad crees que tengo?
— No lo sé — respondió el chico —. ¿Catorce, quince?
— ¿Crees que puedes comprar con esto — dijo, enseñándole la golosina — a una niña de quince años a la que desnudaste y grabaste para después amenazarla con difundir las imágenes donde aparece semidesnuda?
— No lo sé.
— No tengo un precio. Pero ten por seguro que, de tenerlo, no sería esto. — Naoko levantó la barra de dulce, enseñándosela al mayor, quien se rascó la cabeza.
— Eres una niña. Los niños comen chocolate todo el tiempo.
— ¿Soy una niña?
— Sí.
— Pero eso no te importó hace unos días.
Él suspiró, conteniéndose para no gritarle todo su repertorio de insultos. Estaba desesperándolo. ¿Qué sabía ella de la vida? Nada. ¿Qué sabía ella de su vida? Nada. Jamás entendería por qué tomaba las decisiones que tomaba. Muy en el fondo, aún y todo, se sentía miserable porque una parte de él creía que ella tenía razón. Y la otra no se sacaba de la cabeza la imagen de la chica aterrada, cubriéndose.
— Eliminé los vídeos — terminó por admitir; ella puso cara de no entender nada —. Sí, los borré. No existen más.
— ¿Por qué hiciste eso?
Él dejó caer su cabeza sobre la mesa, pegándole varios puños a la misma.
— Carajo... — dijo levantándose, pues tenía que irse: sabía que no era capaz de controlar sus ganas de dar golpes cuando se enfadaba — Eso no es asunto tuyo. Están borrados, eso es todo lo que te incumbe. — empujó la silla con fuerza, haciendo que esta chocara con la mesa, haciendo mucho ruido y asustando a la menor, aunque esta no se lo dejase ver. Salió de la biblioteca, dejando sola a una confundida Naoko.
¿La había hecho pasar ese mal rato sólo para después borrar los vídeos, así, sin más?
Naoko, dejando de lado su orgullo ateo, comenzó a rezar, permitiéndose derramar algunas lágrimas. ¿Cómo era posible que hubiese acabado metida en esta situación por mentir para encubrir una mentira? ¿Cuándo, siquiera, debió haber sabido que era momento de parar? ¿Cómo empezó esta pesadilla?
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El gato que temía al ratón [ESTAMOS MUERTOS]
RandomNaoko lo miró fijamente. ¿Estaba... asustado? Parecía tener miedo de tenerla cerca, parecía que le tenía miedo a ella, en general: no quería mirarla a los ojos o acercarse demasiado. Él levantó las cejas, preguntándole qué cojones miraba. Así fue qu...