22.

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Era una parodia del grito anterior. Este era más armonioso, más bajito, más cantado y, notablemente más inquietante.

A Naoko se le cayó el alma a los pies. Le faltaba el aire.

Era...

Era...

Era Yoon Gwi-nam.

Si bien su aspecto estaba bastante desmejorado (sangre por todos lados, despeinado, lleno de sudor y agujeros por la ropa), estaba vivo. ¿Estaba vivo? Su mente le jugaba una mala pasada. ¡No! ¡Estaba vivo! ¡Estaba vivo! ¿Entonces no lo había matado? No lo veía con demasiada claridad, pues el chico se movía, acuchillando y matando zombies para abrirse el paso. Aún así, fue una de las visiones que más paz le trajo en (casi) lo que recordase de vida.

Porque eso descartaba su imputación como homicida, claro.

Por su mente pasó que, aunque no estuviese muerto, la odiaría por haberlo intentando. ¡Eso era un crimen! Y, más allá de eso... ¡Carajo, ella detestaría a quien intentó matarla! Aquellos pensamientos pasaron por la cabeza de Naoko antes de que Cheong-san reaccionase al llamado.

Presa de un estado que lindaba con la locura, Naoko se tiró escaleras abajo a buscarlo.

La escena, francamente, podría haber sido catalogada como cómica. Las chicas, que estaban arriba, se escondieron detrás de Wu-jin y Dae-su, quienes adoptaron posición de combate aún sosteniendo la tela. Joon-young se subió las gafas con expresión atemorizada y, después, apretó las manos al rededor del palo metálico. Su-hyeok abrió los ojos con espanto, rozando la hiperventilación. Abrió la boca, como si no pudiese creer lo que veía. Y Cheong-san... Cheong-san temblaba enteramente, se veían sudores fríos por su frente y sus ojos expresaban el mismo pánico que cargan los de un pequeño ratón, acorralado por el gato.

Sí, así solía reaccionar la gente al ver a Yoon Gwi-nam.

Naoko corrió escaleras abajo, con una sonrisa de oreja a oreja y brillo en los ojos, llenos de una felicidad aparentemente inagotable.

— No, no. ¿Q-Q-Qu-Qu... Qué-qué haces? — Su-hyeok la cogió del brazo, tensándolo. Por más que la ojiazul forcejease, era inútil para ella librarse del agarre de alguien como él.

— Déjame, déjame. — ella miró a Cheong-san en busca de apoyo, quien estaba pálido y comenzaba a mover los ojos de forma extraña, como mareado. Su miedo era palpable. Su-hyeok, cansado de la insistencia, tiró de su brazo, haciendo que ella quedase muy cerca de él.

— ¿No le has visto los ojos? Reacciona, mierda. Mírale la cara.

Ahí y sólo ahí, tenía un punto. Subía la escalera a paso extremadamente lento. No se detuvo en ningún momento, ni siquiera a pelear. Mantuvo, casi siempre, la mirada cruda, impasible, demencial, en un mismo objetivo:

Lee Cheong-san.

— Vale, vale. — accedió ella de mala gana. Después de casi un minuto después de que ella dejase de forcejear y cuando Gwi-nam estaba casi a diez escalones de ellos, soltó a Naoko. Ella no se movió. Él, que había quedado en una posición alerta, se relajó al verla inmóvil.

Con una risa malévola, echó a correr escaleras abajo.

Gwi-nam frunció el ceño y, después, abrió los ojos al mismo tiempo que sacaba el cuchillo del cuello de un zombie, sin apartar nunca la vista de ella.

Naoko no tuvo demasiado éxito al esquivar a los zombies, aunque eso no importó mucho, pues cuando estaba lo suficientemente cerca como para tocarla, una fuerza no identificada lo arrancó del suelo, lanzándolo por los aires escaleras abajo.

— ¿Naoko?

Ella quería reír y bailar. No sabía que él todavía recordaba su nombre. De hecho, no estaba segura de si, alguna vez, la había llamado por él. Como única respuesta, se lanzó a abrazar al mayor. Él se escudaría siempre en que ese era un mal momento, sin embargo, jamás hubiese sabido reaccionar cuando sintió los pequeños brazos de ella rodearlo por la cintura. Por más extraño (de la buena manera) y feliz que se sintiese, tuvo que apartarla para despejar a los zombies del camino.

— ¿No me odias?

Él no contestó. Abrió camino y subió rápidamente a la pelinegra al rellano, pasándola por debajo de la lona. Después, acuchilló algunos más antes de subir él. Al llegar sonrió, enseñando los dientes mientras miraba a un Cheong-san atenazado del miedo. Como vio que este no se movía, lo saludó con la mano, dejando a Naoko detrás suyo. Se rio antes de hacerle gestos burlones con las manos y la cara. Lo último que hizo fue carcajearse.

— Hey, Cheong-san.

El gato que temía al ratón [ESTAMOS MUERTOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora