28.

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Naoko lo miró, entre asustada y encantada. Corrió hacia él todo lo rápido que sus pequeñas piernas le permitieron. Alguien, rápidamente, la levantó por la cintura, evitando que sus pies tocasen el suelo y, evidentemente, evitando que siguiese corriendo.

Por supuesto, era Su-hyeok.

— ¡Déjame, déjame! —pataleó, moviendo las piernas — ¡Suéltame! ¡Tú no puedes controlarme!

— ¿Apostamos? — contestó desafiante el chico.

— ¡Hey, Cheong-san! — sonrió Gwi-nam, levantando el palo.

— ¡Deberías cambiar de grito! Ya aburres. — respondió el amenazado, acercándose a Su-hyeok. Por los gritos, los zombies empezaron a llegar, acercándose desde muy lejos y distintas direcciones.

— ¡Vale! — habló Su-hyeok — ¡Iros! ¡Iros todos! ¡Tenéis que iros como lo habíamos planeado! ¿Vale? Yo me quedo.

— No pienso dejarte solo.

— Nadie va a hacerlo.

— Que os larguéis.

— Pero...

— No va a hacerme nada. Venga, largo.

— Su-hyeok. — protestó On-jo.

— No te abandonaremos. — sentenció Nam-ra.

— Nos reuniremos, lo prometo.

Cuando Gwi-nam intentó abalanzarse sobre ellos, la valentía aminoró y todos, Cheong-san y On-jo liderando la fila, salieron corriendo.

Naoko no era tonta. Y Su-hyeok menos. En una situación normal, él la habría obligado a irse. Sólo la había dejado quedarse, aún teniéndola sujeta lejos del suelo, por una razón. Él sabía exactamente que si ella estaba ahí, Gwi-nam no le haría nada. Terriblemente inteligente, tuvo que admitir Naoko. A estas alturas, el único que no sabía lo que sentía por Naoko era Gwi-nam. Su-hyeok lo tenía más que claro y la chica empezaba a intuirlo, por increíble e imposible que le resultase.

— ¡Suéltame, hijo de puta! — chilló Naoko, pataleando. Finalmente, pateó a Su-hyeok en la rodilla, haciendo que este perdiese el equilibrio y la soltara, agarrándose la pierna con una mueca de dolor.

La verdad era que estaba muy contenta de volver a verlo. Solía sacarla de quicio y a veces le inspiraba pánico, pero lo cierto era que ella lo... lo quería. Él nunca se separaba de ella, nunca la abandonaba, nunca la dejaba sola. La protegía, estaba atento a lo que le sucedía, se preocupaba por ella, así como Gyeon-su había hecho alguna vez.

Sí, la comparación podía antojarse un poco injusta, pero era lo único que la chica quería. Una persona que la quisiese, que quisiese que ella lo quisiese; que se dejase querer por ella. Naoko quería demostrar hasta dónde era capaz de amar. ¿Acaso no merecía que alguien la quisiera? ¿Era tan excesivo lo que pedía? Gwi-nam no era, ni de lejos, el chico perfecto, pero por alguna razón no podía sacárselo de la cabeza.

¿Tan poco era? ¿Así de insignificante sería su cariño por alguien? La vida no era tan sencilla cuando eras Naoko Tanaka. Cuando eras ella, el mundo te maltrataba hasta que no dabas más, te jodía por todas partes. Incluyendo, por supuesto, el ámbito afectivo. Se odiaba. Todos la odiaban. Pero por alguna razón, Gyeon-su no parecía sentir lo mismo.

Y Gwi-nam tampoco.

Naoko echó a correr todo lo rápido que puedo. Gwi-nam, que sabía que se dirigía hacia él, pensó que iba a atacarlo, pero no se movió, pues su querida ojiazul era un enemigo fácil de neutralizar. Sin embargo, la chica, lejos de agredirlo, se lanzó a abrazarlo, dando un salto y agarrándose a su cuello. El chico, sin saber cómo reaccionar, retrocedió por la fuerza del impacto y rodeó también a la chica con manos temblorosas. Ella ocultó su cara en el hueco del hombro de él, sonriendo sinceramente. Por su parte, a él lo recorría una dosis de adrenalina que lindaba con el éxtasis.

— Te he echado de menos — admitió Naoko —. ¿Estás bien?

— Sí.

— Tenemos que irnos. — dijo Su-hyeok, visiblemente molesto. Pero los zombies empezaban a acorralarlos y la huida resultaba indispensable. Ante la mirada expectante de su amigo, le dio la mano, para evitar que su enfado aumentase. Al separarse del abrazo, a la chica le pareció ver, de refilón, a un Gwi-nam con las mejillas encendidas en un color rojizo.

Echaron a correr, pero sus persecutores eran muy rápidos y era evidente que, a este paso, no iban a llegar a la montaña. O bueno, al menos no los tres.

El gato que temía al ratón [ESTAMOS MUERTOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora