12.

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Naoko no era imbécil. Empezaba a sospechar. La idea parecía disparatada, pero también bastante acorde con las cosas que había presenciado. De todas formas, la idea le causó tanta repulsión, espanto, asombro y efusividad a la vez que olvidó por completo el autocontrol, la compostura, el carácter de él o simplemente el sentido común de cómo funciona una conversación o cualquier acto social, porque, sin filtro, lo soltó.

— ¿Te gusto?

El chico se dio la vuelta, encontrándose con el ceño frunció de la chica. Empezó a tartamudear varias veces. Carajo, pensó, estaba seguro de que no tenía oportunidades, pero es que realmente jamás nadie le había provocado esa sensación, aquella necesidad de protegerla ante todo y todos. ¿Tan malo era fantasear con que ella lo quisiera un día también?

— Qué asco.

A ella la respuesta, lejos de ofenderla, la tranquilizó. Aunque, después de meditarlo un rato, no se creyó nada de lo que le había dicho.


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— ¿Qué piensas que voy a hacerte? ¿Violarte? — ella no contestó, le daba la espalda, tirada en el suelo y tumbada de lado — Sé que estás despierta.

Naoko levantó la cabeza, con el pelo cayéndole por la cara.

— Es que no tengo sueño.

Ella se tumbó boca arriba, extendiendo las extremidades y quedando cerca del chico, quien estaba apoyado en la pared, con las rodillas dobladas y los brazos sobre las piernas. Ambos estuvieron callados un rato, sin hablarse o mirarse, simplemente sintiendo, incómodos, cómo el otro respiraba a su lado.

— Mira — le dijo, abriendo su mano —, yo a veces soy muy bruto, lo sé. Pero no voy a hacerte nada — nada que tú no me pidas, completó su traicionero cerebro, parte de él pensaba que todo era cuestión de tiempo, que, al final, la chica caería, como antes o después todas las anteriores lo habían hecho con él. Aunque no la quería para lo mismo, porque si bien era cierto que la belleza de la chica lo había cautivado locamente y que no salían de su cabeza imágenes indebidas que lo acosaban, también le daba cosa pensar en la chica como algo sexual, pues la veía como una niña, además de como mucho más que alguien con quien sólo pasar el rato. Al chico le tembló la voz cuando dijo lo que había estado pensando durante un rato largo. Estiró las piernas con lentitud —. Túmbate.

— ¿Es una orden?

— No, claro que no. — dijo a regañadientes. La chica obedeció.

— ¿Tú no dormirás?

— Tengo que hacer guardia. — dijo con seriedad. La chica no tardó mucho en dormirse, pues el jueguecito de las carreras la había dejado agotada. Cuando el mayor comprobó que estaba profunda, enredó las manos en su negra cabellera y comenzó a desenredársela con una delicadeza que ni él mismo creyó que fuese posible en un gesto suyo.

A mitad de la madrugada, la chica comenzó a temblar, pues realmente hacía frío, aunque Gwi-nam no lo sintiese. Ella se levantó, congelada, y miró a su alrededor.

— ¿No tienes frío? —preguntó.

— No. ¿Tú sí? — ella asintió. Después, hizo un gesto maligno, con una sonrisa malévola, lo miró.

— ¿Me das la chaqueta?

El chico miró el abrigo con extrañeza. Finalmente, asintió y estiró el brazo, acercándosela. La chica fue rápida para cogerla, por si acaso él se arrepentía. Se la puso y cerró la cremallera, sonriendo malvadamente. No le importó en absoluto que la chaqueta le quedase gigantesca, pues le llegaba por las rodillas, le sobraban decenas de centímetros por manga y, cerrada, el cuello le tapaba por completo la nariz. Sonrió con malicia, moviéndose dentro de la chaqueta y moviendo los brazos, que hacían las mangas sonar al chocar tela con tela. Se puso de pie de un salto, la chaqueta era fina y no calentaba en absoluto, pero la felicidad que sentía hizo que el frío se le escapase del cuerpo.

Gwi-nam la miró, dejó los ojos en blanco, pero finalmente, a escondidas de la chica, sonrió de lado, descubriendo los dientes.

De un momento a otro, lo asaltó, como una puñalada, el recuerdo de él persiguiendo a Cheong-san y Naoko, cogidos de la mano. La idea de que él pudiese robarle a su Naoko le produjo pánico. ¿Y si a ella le gustaba? No podía ser, ¿verdad? Él era un cobarde. Si él hubiese estado en esa situación, jamás le hubiese soltado la mano, no habría habido poder humano que lo separase de ella. Él nunca la hubiera dejado sola.

La miró, moviendo alegremente las mangas de vez en cuando mientras se sentaba, apoyándose en la pared. Sopesó la idea de que ella estuviese enamorada un rato largo. Finalmente, concluyó que así era. El dolor lo invadió por dentro al admitirse a él mismo que Naoko estaba perdidamente enamorada de Cheong-san. Pero lo importante no era eso. ¿Y él? ¿Qué sentía aquel mamón? ¿La quería? Seguro no podría protegerla como él lo hacía. Ella no podía quedarse con Cheong-san. Ella necesitaba que él se quedase a su lado, la protegiese y, de vez en cuando, le prestase la chaqueta.

Hizo varias gimnasias mentales sobre cómo solventar aquel problema. La decisión fue clara para él una vez se imaginó lejos de Naoko, presenciando cómo se iba con Cheong-san y él se quedaba con ella. Reproducir en su cabeza la imagen de ese gilipollas quitándosela le envió la solución con una velocidad apabullante. Bueno, podía agradecerles a aquellos pensamientos lacerantes que la solución era clara:

Cheong-san debía morir.

Y él iba a matarlo.

Porque la pelinegra era suya. Y él no podía quitársela. Miró el cielo, no debía quedar tanto para que amaneciese. Ahora no podía hacer nada, pero mañana saldría en busca de aquel marica y lo mataría con sus propias manos, lo haría a sangre fría. Si podía elegir, lo haría lejos de Naoko, para después poder decirle que él lo vio huyendo de zombies, que intentó salvarlo pero le fue imposible y que presenció su muerte. ¿Lo creería ella? Probablemente no, pero él debía intentar.

Naoko, por otro lado, no pensaba en nada más que en lo que tenía encima. Se apoyó en la pared para volver a dormirse, pero, antes de hacerlo, tuvo un último pensamiento referente a lo que llevaba puesto:

Tengo la chaqueta suprema. 

El gato que temía al ratón [ESTAMOS MUERTOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora