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Estaba enfermo. Y punto. Lo había descubierto. Estaba mal de la cabeza, era un desquiciado. Si alguien se enterase lo encerraría en un loquero. 

¿Qué podía hacer? Le traía paz.

Gwi-nam suspiró. Tenía que dejar esto. Urgentemente. Sí, hoy era la última vez. Aunque, en el fondo, a pesar de que se lo prometió, sabía que no era cierto. Llevaba diciendo eso hace mucho tiempo. Y sabía que no pararía. 

Pensándolo fríamente, no era tan malo, ¿no? Mucha gente seguro que hacía eso y cosas aún más obsesivas y aterradoras. 

Pensándolo fríamente, era de ser un psicópata.

No era hasta que la luz de la segunda ventana de la residencia se apagaba y podía ver su sombra deslizándose a la cama que no emprendía el camino a su casa. 


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Muchas cosas habían cambiado en el último año. Jin-soo no había vuelto a enviarle saludos y, por su parte, el señor Lee le había dicho que todo iría mejor para todos si no volvía a visitarlo al hospital. Y tanto cuando ella le pidió explicaciones como siempre que la veía por el pasillo, le rehuía. 

A la fuerza y gracias a este suceso, Naoko se había acercado mucho más a Na-yeon, aunque nada era como con su amigo del alma. 

Los tres matones seguían molestándola siempre que podían. Sin Jin-soo, no tenían entretenimiento; ella parecía ser lo más cercano a eso que aquellos tres tenían. Cuando pensó que se libraba de ellos, debió preguntarse cómo acabaría todo después de que no hiciesen nada durante el año escolar. 

Además, Gwi-nam (había aprendido que así se llamaba el dueño de la chaqueta bonita) la miraba con intensidad siempre que compartían un mismo espacio. Algunas palizas, humillaciones e insultos no faltaban en su día a día, aunque Su-hyeok estaba pendiente de que ella estuviese bien siempre que tenía oportunidad. Todavía no podría considerarlo un amigo, pero agradecía tenerlo cerca y era una persona maravillosa, parecía sólo tener ideas referentes a ayudar a las personas.

Estaba harta de todo, el año que viene pasaría a primero y le daba mucha pereza pensar en lo que se le venía encima. Naoko sentía que se le estaba acabando la vida y ni siquiera había empezado a vivirla.


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El gato que temía al ratón [ESTAMOS MUERTOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora