24.

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Naoko se separó rápidamente de Cheong-san, quien se puso delante de ella por acto reflejo.

Lo que ambos vieron fue una cara ensangrentada y una sonrisa maquiavélica. Gwi-nam saltó al techo de la azotea.

— Te dije que te iba a arrancar los ojos, hijo de puta.

— ¡Para, para! ¡Que no estábamos haciendo nada, por favor!

Los gritos alertaron a todos, que lo miraron con pánico. Gwi-nam corrió hacia Cheong-san sin importarle qué tanto Naoko chillase. Se abalanzó sobre él tirándolo al suelo y aprisionándole el cuello con una de sus gigantescas manos.

— ¡Cheong-san! — gritó Su-hyeok.

— ¡Por favor, quítate! ¡Le vas a matar, por Dios! ¡¿Es que no ves que no puede respirar?!

Él la ignoró por completo, llevando su pulgar al ojo de Cheong-san.

— Dame tu ojo, infeliz. — sonrió con malicia. Cheong-san gritó, dolorido.

On-jo intentó rescatar a su amigo, pero Gwi-nam la agarró del brazo con fuerza; soltó un "maldición" y la lanzó por los aires. Casi todos fueron a intentar consolarla.

Su-hyeok, como siempre intentando ser el héroe, pateó la espalda de Gwi-nam. En un segundo, volvió a ser aquella pelea en donde Naoko tiró a Gwi-nam por la ventana. Se insultaban y golpeaban con un odio que ya era más que personal.

— Sal de aquí o a ti también pienso sacarte los ojos.

— ¡Eh! — Su-hyeok lo agarró del brazo; ambos se mantuvieron quietos — Sólo quiero que me lo expliques. ¿Por qué lo haces? ¿Realmente es por aquel vídeo?

— Perdimos el celular — dijo Naoko, por si acaso eso servía de algo —. Por favor, déjanos y estemos en paz. Puedes quedarte, nadie va a negártelo.

— ¿Es eso? — preguntó Su-hyeok, mirándolo fijamente. Observó su cara, que se fijaba en la expresión aterrorizada de Naoko — No — el atleta rio —, no lo haces por el vídeo. Eso ya no te importa lo más mínimo — volvió a sonreír —. Lo haces por ella.

Todos se quedaron callados. Naoko se ruborizó.

— ¿Cómo? — habló la confusa ojiazul.

— ¿Es en serio? ¿Haces todo esto por ella? Idiota... Eres un cerdo, ¡ella es una niña! ¿Y qué esperas? ¿Eh? ¿Que después de lo mal que la has tratado ella se enamore de un gilipollas como tú? ¿De verdad crees que ella podría llegar a quererte? Definitivamente eres más idiota de lo que creí.

Él se abalanzó sobre Su-hyeok. La ira le emanaba de todas las partes del cuerpo y, si la situación no hubiese sido tan seria, Naoko hubiese jurado que le salía humo por las orejas.

—¡Para, para, por Dios! ¡Estás mal de la cabeza!

Entre todos los chicos, lograron apartar unos pocos centímetros las manos de Gwi-nam de la cara de Su-hyeok y Naoko aprovechó ese instante para ponerse delante de él. El atleta se levantó. Todos suspiraban por el esfuerzo hecho.

Gwi-nam levantó las manos para apartar a la chica, pero ella, inundada de terror por todo lo que él casi había hecho, corrió a esconderse detrás de la espalda de Su-hyeok, enredando sus pequeños bracitos en el grande y musculoso antebrazo de su amigo. Como antes, cuando era más pequeña e insegura; como antes, cuando aquellos matones la molestaban, se dejó caer el pelo sobre la cara y ocultó la cabeza de tal modo que sólo una gigante y luminosa esfera azul se veía detrás de las anchas espaldas de Su-hyeok.

— ¿Has visto? — habló el atleta.

— Yo... — la ira se desvaneció en el chico al verla así. ¿Tanto miedo le tenía? Se miró las manos. Intentó, de manera lenta y pacífica, hacer que se le pasase el miedo — Naoko...

Su-hyeok frenó el intento de proximidad de un fuerte manotazo. Su cara se tornó completamente impasible.

— No quiero que vuelvas a acercarte a ella.

Sólo eso hizo falta para volver a enfurecer a Gwi-nam. No, eso no iba a ser así; ¡de ningún modo! Naoko era suya y nadie tenía derecho a tenerla; nadie más que él.

— ¿Por qué todos sois así? — preguntó, dolido — ¿Por qué todos queréis quitármela? — sorbió por la nariz, pero en ese momento estaba lejos de llorar — El marica y el enano... y luego tú — acusó, mirando a Cheong-san, quien levantó los brazos en señal pacífica —, y también tú — miró a Su-hyeok. Pero él no se movió.

— Pues sí. Ella nunca ha sido tuya y que pienses eso es escalofriante. Empieza a entender que Naoko no tiene dueño, porque no es un perro, pero, de tenerlo, sería yo.

La ojiazul le dio un golpe fuerte.

— ¿Por qué habláis de mí como si no estuviera? Yo no soy de absolutamente nadie, no habláis de un burdo secador de pelo. Además — dijo, frotando la cabeza contra el brazo de su amigo —, esto ya lo hemos hablado: el único que puede decidir sobre mi persona y destino es Loki Laufeyson.

— ¿Y ese quién es? — preguntó rápidamente Gwi-nam.

— El que le gusta, ¡que no eres tú! Un tipo inteligente de ojos verdes, ¡así que a ver cómo haces! — habló Su-hyeok, con enfado infantil en la voz.

Gwi-nam volvió a abalanzarse sobre Su-hyeok, quien frenó hábilmente poniendo sus manos sobre las del más alto. Forcejearon un rato mientras Naoko no se soltaba de su amigo.

—¡Para, para! — rogó Naoko.

— Quita de en medio.

— No le digas que hacer.

La balanza empezaba a inclinarse a favor de Gwi-nam, así que Naoko sentía la necesidad de actuar lo más rápido posible. Por una vez en su vida, debía ser ella la que salvase a su amigo.

—¡Para, por Dios! ¡Venga, para, para, para para, por favor! ¡Que hago lo que tú quieras, pero para! ¡Para!

— Calla.

— ¡Para, Yoon Gwi-nam!

El chico se quedó congelado en el sitio. ¿Cómo había dicho? Ella... ella nunca lo había llamado por su nombre.

Perdió cualquier atisbo de fuerza. Su-hyeok aprovechó todo lo que pudo ese momento de debilidad, venciendo por fin a su oponente y tirando, de nuevo, a Yoon Gwi-nam por la cornisa.

Naoko se abalanzó hacia ella con Su-hyeok detrás. Lo único que vieron fue a Gwi-nam estampado contra el suelo y con una sonrisa idiota en la cara.

— Uy. 

El gato que temía al ratón [ESTAMOS MUERTOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora