7.

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Naoko caminó por el colegio con la cabeza gacha. Al otro lado del pasillo vio aquella inconfundible chaqueta blanca acercándose a ella a una velocidad de vértigo. El chico la cogió de un brazo, abrió la puerta del almacén y la metió dentro con brusquedad, cerrando la puerta y quedándose fuera.

— ¿Dónde cojones está metida?

— No sé. Seguro está en clase.

— ¿Por qué siento que no me ayudas? Ya te dije que una vez haya acabado con ella puedes hacer lo que quieras. Eso debería ser un aliciente.

— Lo siento, de verdad no sé dónde está.

— Sigue buscándola. — y pasos. Naoko no habría tenido valor de moverse si Gwi-nam no hubiese abierto la puerta del almacén y la hubiese sacado con violencia. Iba a irse, pero la voz de ella lo detuvo.

— Oye... gracias — él se dio la vuelta —. Por lo de ayer.

— ¿Qué hice ayer? — preguntó, acercándose; ella no contestó — No te confundas. A mí no me importa nada de lo que te pase. — se dio la vuelta y empezó a caminar. Naoko se mordió el labio, iba a jugarse el pellejo. Esto podía salir muy bien o muy mal.

— ¿Ah, no? — él paró de andar, pero no se dio la vuelta — ¿Y qué hacías antes de ayer en mi residencia? — la cara de él fue un poema. A Naoko no le hizo falta nada más para saber que sí estuvo ahí esa noche, que no estaba equivocada, que nunca estuvo loca. Él volvió a acercarse.

— Sácame de tus desórdenes mentales.

— Me llamo Naoko.

"Lo sé" quiso responder él "Y sé que adoras el Wolframio, aunque todavía no entiendo por qué. Y también sé que tu modelo atómico favorito es el de Thompson, por la similitud que tiene en tus apuntes con un pudín con pasas". Yoon Gwi-nam se dijo a sí mismo que tenía una reputación que mantener, así que siseó, negó con la cabeza y se fue sin mirar a Naoko.

Bien, pensó Naoko, el enano me busca. Caminando hacia las horas de talleres se le ocurrió una buena idea: aquel imbécil jamás pisaría la biblioteca. Sonrió con malicia y desvió su camino. Podía saltarse la hora del taller.

Una vez sentada en la silla, sacó los libros de historia y empezó a intentar memorizar los primeros inicios del franquismo, la revolución soviética y el estalinismo.

La organización de la biblioteca era curiosa. Había varias mesas que estaban cerca unas de otras. Casi todas las sillas se daban la espalda. Casi siempre estaba sola.

Myeong-hwan, Gwi-nam y su pandilla entraron en la biblioteca.

Quizás la idea no había sido tan buena. ¿Cómo no se le ocurrió que a él se le ocurriría que ella iría allí a estudiar? Idiota. Los cinco se sentaron a su espalda, acelerándole el corazón. Gwi-nam estaba justo detrás de ella. Sintió que movió la silla, dándole la vuelta para quedar mirando una pequeña espalda, cubierta de una manta enorme de pelo negro, ligeramente rizado y sujeto con unas pequeñas trenzas que rehacía con mimo cada mañana.

No movió un sólo músculo. Terror, era la palabra exacta para definir lo que sentía.

De un movimiento rápido le empezó a mover el pelo.

— Hola... ¿qué tal? Hola - dijo, alargando la "a", dándole una entonación burlesca —. ¿No vas a hablarme? ¿No? Ah, estupendo.

Dio un manotazo, poniéndole el pelo hacia delante. Naoko tensó la mandíbula. Los amigos de Gwi-nam rieron como brutos, como animales. Una selva, eso era Hyosan para ella, una puta selva. El chico de aquella preciosa chaqueta le quitó la suya, descolgándosela de un hombro. Por fin Naoko se dio la vuelta, mirándolo con enfado en las preciosas orbes azules. Él dejo caer los ojos, dejándolos entrecerrados. Su inexpresividad y seriedad infundió temor en Naoko, que bajó la mirada y volvió a centrarse en sus libros, dándoles la espalda una vez más.

El gato que temía al ratón [ESTAMOS MUERTOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora