Naoko no sabía si seguían peleando, no los oía, en esos momentos no oía nada. Creía que lo mejor era salir de ahí, seguro que otro golpe no se iba a hacer esperar. Sin embargo, al ponerse de pie, se dio cuenta de que escapar no iba a ser tan fácil. Estaba mareada, no sólo algo tambaleante, sino con un mareo de esos que hacen que los cuadros te den vueltas alrededor y la tierra se mueva bajo los pies. Dio unos pasos y, de algún modo, acabó a cuatro patas. Esperó unos minutos a que se le pasase, pero no se le pasaba. Empezó a entrarle el pánico. No debían quedarse ahí, la huida resultaba indispensable, pero no podía andar, ni oír. Se llevó una mano a la oreja izquierda, la del lado del que se golpeó con el escalón, y vio que se manchaba de sangre. ¿Se había quedado sorda? La idea la asustó. En cualquier caso, no podía dejar que se le notase el miedo; estaba completa y absolutamente segura de que Gwi-nam la miraría. Él olía tu miedo. "Nada de rastros de sangre", se dijo. No podía caminar pero ¿podía arrastrarse? Necesitaba salvar a Su-hyeok, a quien la vida parecía escapársele a una velocidad imparable. Intentó avanzar; sí, si iba muy despacio, podía arrastrarse. Su única esperanza era llegar a salvarle la vida a su amigo. Si se quedaba así, a cuatro patas, en zona descubierta, no sólo la mataría Gwi-nam, sino una próxima horda de zombies. La mera idea de ver a su amigo morir hizo que se dirigiese, obstinadamente, centímetro a centímetro, hacia ellos. Un temblor de brazos la hizo caer de morros. Pasó otras dos veces más. Decir que lo consiguió con las últimas energías de su cuerpo fue decir poco: justo cuando llegó a rastras hasta los dos chicos, se desplomó sin fuerzas sobre el suelo, de boca.
Olvidó el dolor de la mandíbula y se aferró a la camiseta de Gwi-nam, intentando servirse de ella para poder ponerse de pie. El chico giró la cara y su expresión fue un poema. ¿Qué había hecho?, se preguntó. ¿Él la había dejado así? ¿Tanta fuerza había usado? Se miró las manos. Sólo había querido quitarla del medio para que no saliese herida. ¿Cómo había sido posible que saliese así de mal?
Sintió unas ganas incontrolables de intentar hacer algo por curarla. Estaba llena de magulladuras y la sangre emanaba de su oreja izquierda sin control. Mierda. Necesitaba ayuda. Con el brazo libre, intentó ayudar a la chica a ponerse de pie, sin dejar de intentar asesinar a Su-hyeok. Una vez la chica tuvo estabilidad, aprovechó que el chico estaba desorientado para tirar de su brazo. Al estar él con la guardia baja, Naoko logró hacer que se levantase un poco, aflojando el agarre del cuello del chico, a quien le entró una mínima dosis de oxígeno. De otro rápido tirón, terminó de ponerlo de pie. No supo muy bien cómo reaccionar al lograr su objetivo, pues ella estaba enteramente apoyada en él, usándolo de bastón.
¿Qué se suponía que debía hacer ahora? El dolor le impedía pensar con demasiada claridad. Sí, había pensado en llegar a ellos, pero ¿a hacer exactamente el qué? Se armó con el valor de ver a su adorado e irremplazable amigo prácticamente sin vida y apoyó todo su peso en el brazo izquierdo del chico.
Con las fuerzas flaqueándole, emprendió una carrera que era todo o nada, triunfo o muerte hacia la ventana. Con las manos aún en el brazo del chico y usando su peso y la gravedad a su favor, desafió toda ley de fortaleza, apoyándose en las de la física.
Y tiró a Yoon Gwi-nam por la ventana.
No escuchó su grito, no escuchó a Su-hyeok volver a respirar, no escuchó los cristales rotos, no escuchó el sonido de los huesos de Gwi-nam quebrarse, no escuchó el golpe que se dio contra la ventana al no tener apoyo que la sujetara, ni siquiera el ruido de sus pies al despegarse del suelo. Tampoco oyó cómo sonaban sus anillos al chocar con el metal de la estrecha ventana. Sólo fue consciente de dos cosas. La primera fue que jamás olvidaría su cara al caer. Y la segunda...
Que ella había asesinado a Yoon Gwi-nam.
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El gato que temía al ratón [ESTAMOS MUERTOS]
RandomNaoko lo miró fijamente. ¿Estaba... asustado? Parecía tener miedo de tenerla cerca, parecía que le tenía miedo a ella, en general: no quería mirarla a los ojos o acercarse demasiado. Él levantó las cejas, preguntándole qué cojones miraba. Así fue qu...