29.

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— Es evidente que no vamos a llegar. — dijo Su-hyeok.

— Estoy de acuerdo — habló Gwi-nam, con el pelo pegado a la frente por el sudor —. Tú distráelos.

— ¿Qué vamos a hacer? — preguntó Naoko, que estaba sinceramente preocupada, pues era imposible que salieran del colegio.

— De momento, seguir corriendo.

— ¡Estoy cansada! No voy a aguantar mucho más.

— Entonces te llevo a rastras. — amenazó Su-hyeok.

— Tú no la llevas de ninguna forma.

— ¿Podrías callarte? Mira, si alguien sobra aquí eres tú. Ni Naoko ni yo vamos a morir por salvarte a ti.

— Yo no necesito que me salves. De hecho, debo recordarte, tú estás vivo gracias a mí.

Naoko estaba perdiendo el aliento, así que dejó que discutieran sin meterse entre ellos. Cada vez sus piernas hormigueaban más y su resistencia decaía con una rapidez pasmosa. Lamentó con todas sus fuerzas haberse saltado tantas clases de educación física. Bien le haría falta ahora un poco de forma física.

— ¡Hostia! — un zombie se abalanzó sobre Gwi-nam, dejándolo en el suelo y con pocas posibilidades de escapar.

— Vamos — susurró Su-hyeok —, es nuestra oportunidad de escapar, de llegar a la montaña, de reunirnos con los otros.

Naoko pareció pensarlo.

— ¡Ni de coña! ¡Quítaselo de encima!

Pero ya era tarde.

Naoko observó, horrorizada y con mareos, que Gwi-nam ya le había rebanado el cuello y aquel zombie, yacía, al lado del chico. Él recuperó el cuchillo y lo limpió en el césped. Se levantó entre suspiros por el esfuerzo, se limpió el sudor de la cara con la manga de la camiseta y miró las caras de estupefacción de los dos.

— ¿Qué? ¿No seguimos?

La pelinegra tropezó varias veces mientras los chicos iniciaban otra pelea, pero Su-hyeok no la dejó caer. La lluvia seguía cayendo y la oscuridad no les permitía ver más allá de unos cuatro pasos por delante. Estaban jodidos, muy jodidos.

— ¡El gimnasio! — chilló Naoko, mientras lo señalaba.

— ¿Ahí? — preguntó Su-hyeok — ¿Y cómo iremos desde allí a la montaña?

— Si prefieres seguir corriendo hasta que te atrapen, yo me llevo a Naoko al polideportivo.

— Gwi-nam, deja de intentarlo, pedazo de arrastrado. — insultó Su-hyeok, mientras cogía el brazo de su amiga y desviaba el recorrido para entrar al edificio. Los dos cerraron las delicadas puertas de vidrio mientras Naoko abría las otras.

Los chicos se pusieron cada uno a un lado distinto de Naoko. Estaban exhaustos después de la carrera y llevaban días sin dormir. También les hacía falta comida y agua. A Naoko se le cayó el alma a los pies: no tenían escapatoria, ¿no? Destrozada, cogió las manos de ambos compañeros.

— Eh — Su-hyeok la miró mientras le acariciaba la cara —, no te preocupes, saldremos de esta.

— ¿Qué pasa? — susurró la chica, ignorando a su amigo al sentir la mano de Gwi-nam tensarse sobre la suya.

— Maldición — respondió él —. Corre — en estado de la confusión más absoluta, Naoko miró todo el lugar tratando de ver o escuchar lo que él veía; lo único que el chico hizo fue soltarle la mano —. Corre.

Un relámpago iluminó todo el polideportivo. Su-hyeok también le soltó la mano al ver qué era lo que atormentaba a Gwi-nam. Una horrorizada Naoko se echó hacia atrás, poniéndose detrás del más alto. Agarró la chaqueta con las dos manos, ocultando la cabeza.

Decenas de zombies fueron alumbrados por la tormenta. Se giraron para mirarlos con expresión hambrienta.

— ¿Qué carajos?

— ¡Corre, corre! — gritó Gwi-nam, cogiéndola del brazo y apresurándose a entrar al cuarto de utilería. Su-hyeok cerró la puerta detrás de él y se sentó con la espalda apoyada en ella.

¡Era una mierda! ¿Tenía que pasarle todo siempre a ella? Jamás había hecho mal a nadie, ¡nunca se portó de formas deplorables! No recordaba haber cometido un acto que pudieran reprocharle. ¿Y este era el pago? ¿Así la trataba la vida después de haberla dejado sin padres, sin amigos, sin... sin novio? ¿Tenía que sufrir eternamente?

Bueno, lo de "eternamente" se sometía a harta discusión, pues morirían de hambre en menos de dos semanas. Ahora no sólo estaba cansada, hambrienta, sedienta y deprimida, sino también encerrada. Y, por si eso fuese poco, durante un tiempo indefinido, tenía que lograr que esos dos conviviesen. ¿Por qué justo tenían que quedar ellos tres ahí dentro?

— ¿Y ahora?

El gato que temía al ratón [ESTAMOS MUERTOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora