IV ★ El extraño Vanaih Vahnark

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Jesús se volvió hacia donde provenía la voz, haciéndolo con cautela, entonces vio que se trataba de un joven apuesto y delgado que tenía el pelo negro, erizado y largo casi hasta los hombros, sin volumen

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Jesús se volvió hacia donde provenía la voz, haciéndolo con cautela, entonces vio que se trataba de un joven apuesto y delgado que tenía el pelo negro, erizado y largo casi hasta los hombros, sin volumen. También se fijó en que aquel muchacho tenía unos azulados ojos brillantes, color morado. A simple vista no parecía alguien amenazante. No, hasta que sacó un arco y una flecha de la nada, luego de haber movido los brazos a una velocidad impresionante.
Al temeroso Jesús se le vino a la mente el elfo Legolas de El Señor de los Anillos. Ahora lo apuntaba una luminosa flecha azul de punta metálica. Jesús se inmovilizó de inmediato, inclusive detuvo la respiración un momento.
—Dime a qué clan perteneces —exigió el chico del arco y flecha—. También tu nombre.
—¡Me llamo Jesús! —se apresuró éste a decir.
—Habla, no has dicho a qué clan perteneces…, ¿o acaso no eres un Demonio Oscuro?
Jesús no dijo nada, pues nada se le venía a la mente para contestar, y no quería recurrir a las mentiras. Al ver que no había respuesta, el muchacho apuesto dijo:
—¿Qué hace aquí alguien que no es un akertano? Y con una mujer inconsciente. Esto es muy sospechoso, ¿no crees? ¡Habla ya! ¿Eres uno de esos hechiceros de la Galaxia Zura?
Jesús ni quisiera sabía si su galaxia tenía nombre —porque no sabía muy bien qué cosa del cosmos tenía como nombre Vía Láctea—, mucho menos si había hechiceros en otra galaxia.
—N-no… s-soy un hechicero —declaró, con los nervios a flor de piel—. Soy un… un terrícola…, sí, ¡un terrícola! ¡Del planeta Tierra! No soy tampoco un Demonio Oscuro; ni siquiera sé cuáles sean esos demonios. Créeme.
—Es difícil creerte si pienso que eres un mentiroso. Además, si provienes de esa tal Tierra y no eres ni sabes qué es un Demonio Oscuro, no tendrías nada que estar haciendo aquí, en mi mundo. ¿Qué te ha traído por acá?
A esa pregunta tampoco sabía qué responder, así que dejó que su boca hiciera todo el trabajo y comenzó a decir lo primero que le vino a la lengua.
—Yo… Es que… —balbuceó—. Me… ¡Me atacaron! Una mujer me quería m-matar y no sé có-cómo, pero acabé aquí… y no sé cómo regresarme a mi casa. —Se volvió un instante adonde yacía la hermosa chica—. ¡Y creo que ella ocupa que la ayuden!
El otro echó un vistazo a la chica, viéndola bien por vez primera desde que apareció. Esto provocó un súbito cambio en su semblante ceñudo y de desconfianza, a uno de sorpresa con una pizca de preocupación.
—Kare G. Rámcuan —musitó.
—¿Cómo?
—¡Dime qué haces aquí solo, en el Demoroth, con la hija de uno de los Ángeles de la Muerte! Más vale que tengas una buena explicación, porque si akertano no eres, Mago o etreumujyin has de ser.
¿El zopenco de Jesús siendo un Mago? Si no tiene nada de conocimientos sobre emplear la magia verdadera; a duras penas hacía un patético truco de desaparecer una piedrita y hacerla salir por la boca. El del arco sabría que de verdad Jesús no era un Mago cuando éste quisiera usar magia, porque tampoco vestía como un Mago, no llevaba túnica ni sombrero o chistera, mucho menos una varita mágica. Además, Jesús, a pesar de que tenía un aspecto similar a los etreumanos, se comprobaría con facilidad que para nada era de esa raza.
—¡¿Perteneces a una de esas sectas de Magos Lóbregos que desprecian a Gaderiln?! —preguntó con un tono despectivo el joven apuesto, ceñudo una vez más—. Ni se te ocurra sacar tu arma mágica. ¡Te llevaré directo a Zukahn para que te recluyan si eres partidario de la magia negra del Señor Oscuro! ¡Brujo!
—En serio no sé tampoco quién es ‘Garedín’, tampoco sé por qué estoy aquí… ¡Me quiso matar una mujer que volaba y aventaba luz de las manos! De donde vengo, nadie hace eso.
—Debió haberte atacado, sin duda, una akertana o una etreumujyin —dijo el otro con un tono más calmado—. Comprendo. Eso explica que quizá usó un portal u otro medio para que terminaras aquí, pero sigue habiendo un enigma: ¿qué hace aquí la señorita Kare?
Conque esta inconsciente y hermosa señorita se llamaba Kare. Jesús no lo olvidó, se le quedó grabado en la mente.
«Se llama Kare», se había dicho.
—¡Responde a lo que te digo! —apresuró el del arco.
—¡No sé! —exclamó Jesús, y se oyó creíble, aunque le temblaba la voz—. Cuando me desperté, porque caí aquí y creo que me desmayé, ella ya estaba aquí, y cuando la vi la quise ayudar, pero no pude cargarla bien y no sabía si había gente aquí cerca. Hasta que tú te apareciste. La quería ayudar porque la vi así, desmayada, y hace poquito se empezó a quejar, como que algo le duele. No sé qué le hicieron.
—Tendré que confiar en tus palabras, aunque sea a regañadientes —manifestó su interlocutor.
El idiota de Jesús no entendió la última palabra que le dijo el chico, pero asintió con ímpetu.
—Bueno —dijo—. ¿Aquí hay algún hospital?
—Hay un sanatorio en el pueblo. Pero esto es urgente, ¡es la hija del superior Rámcuan! Debe ser llevada de inmediato al castillo del Rey Kusonhre; si tú quieres acompañarme, no me opongo, de refilón puedes informar tu situación y así alguien al servicio del Rey Olbatas puede crear un portal para llevarte de regreso a donde perteneces, a ese planeta… Tierra.
»De verdad, lo siento, yo no he aprendido a crear portales.
—Está bien, gracias —dijo Jesús—. Con que me regresen a donde vivo está bien.
—No se diga más, andando.
El chico apuesto bajó el arco y puso la flecha de nuevo en el carcaj lleno de esas flechas de hojas verdes que colgaba de su cadera en ese grueso cinturón marrón. Se colgó el arco del hombro y con cordialidad dijo la forma de saludo (también de despedida) usada entre los akertano que significa paz y bienestar:
—¡Sélom!
Jesús no tuvo tiempo de reaccionar ante aquella palabra desconocida.
—Me presento, mi nombre es Vanaih Vahnark, primogénito de Devanaih Vahnark y Yenkoh Soreko —le tendió la diestra, cubierta por un raído guante color marrón claro—. A su servicio. Mucho gusto… —se interrumpió para que el otro se presentara.
Jesús le estrechó la mano, aún nervioso, pero lo hizo con agrado.
—A-a su servicio. Me llamo Jesús Naranjo, s-soy hijo de mi papá y mi mamá. Mucho gu-gusto.
—Seguro. Entonces, adelante, vayamos hasta el castillo del Rey Olbatas.
—A-ah, sí, vamos. Pero ¿y la muchacha desmayada?
Desde lo alto de la pendiente, Vanaih dio un salto, cayendo de pie con firmeza. Se acercó a la señorita Kare, todavía tendida.
—Yo la llevaré, no te angusties. Hay que ser cuidadosos con una mujer como ella.
La tomó entre sus brazos y sin ningún esfuerzo la cargó, así de fácil, como si sólo fuese una; incluso la acomodó de tal manera que parecía ir bastante cómoda, aunque gimiendo todavía.

—¿Ella es una princesa o algo así? —preguntó Jesús cuando subían la pequeña pendiente.
—No una princesa, sino la hija de alguien muy importante por aquí. Es la hija de un Ángel de la Muerte. ¿Sabes al menos qué es un Ángel de la Muerte?
—No…, nada más sé que Dios tiene sus Ángeles y ya.
—¿Qué dios? —inquirió Vanaih con curiosidad.
—Pues Dios. ¿O para ti no es el mismo? Dios, el Creador de todo. Dios. P… pues Dios. —Al muy tonto casi se le escapó llamarlo “papito Dios”.
—¿“El Creador de todo”? Ya creo saber a quién te refieres. Tú hablas de Kúame, sí.
—¿Quién es Kúame?
—Nosotros, los Demonios Oscuros, lo conocemos como Yahvéh Kúame, pero normalmente todos suelen llamarlo Yhaváh Soid. Es probablemente a quien tú llamas “Dios”.
—Creo que sí —convino Jesús.
Ahora caminaban, tan tranquilos, en línea recta por un liso camino de piedra negra que parecía llevar a ningún lugar, adelante sólo había uno que otro peñasco, y, a lo lejos, se alzaban unas cuantas colinas de la misma piedra maciza.
Vanaih no presentaba ninguna señal de cansancio. Algo favorable para Jesús, pues así él sólo tenía que encargarse de caminar hasta donde estaba el rey.
Un rey, así que se dirigían a un castillo. En toda su vida, Jesús jamás había visto un castillo real; ni siquiera el Castillo de Nueva Apolonia, ubicado en su natal Tamaulipas. Entonces, si llegaban al castillo del Rey Olbatas, este sería el primero que vería. Se sentía ansioso de ver el castillo de un rey, más porque sería el castillo de un Rey Demonio, una ocasión increíble.
Si esto no era un sueño, estaba viviendo la mejor experiencia en su vida hasta ahora, y aunque fuese un sueño, no solía soñar con castillos de Reyes Demonios ni mucho menos.
—Para serte sincero —decía Vahnark—, no sé bien qué función emplean los Ángeles de la Muerte, pero sólo sé que es una tarea de suma importancia, tanto para la naturaleza del universo como para su majestad, la Muerte.
—¿Cómo que “la Muerte”? —preguntó Jesús, un poco atemorizado. Esperaba no encontrársela.
—Mortuh, la Santísima Muerte. Es la soberana suprema del Mundo Oscuro —explicó Vanaih—. Tiene potestad sobre el Desierto de las Almas Penantes y el Akerteranhd. Porque según las leyendas, la diosa Akuerte se alejó a un lugar solitario en donde no puede ser encontrada, ni molestada, y se cuenta que sólo observa los reinos de los tres Reyes Demonios, en sus tierras. Se dice que cuida a todos sus vástagos desde lejos… —ahí Vanaih susurró—: por si el dios Etrétox quiere hacer de las suyas. Tarde o temprano lo hará.
«¿Hasta dioses? —pensó Jesús—. Es como si me estuviera hablando de la historia de un cómic, manga, o ánime, o hasta un libro, o una serie, no sé.»
Él para nada era escéptico, y creyó eso a pie juntillas.
—¿Pues cuántos dioses son? —preguntó a Vanaih, muy intrigado.
Vanaih comenzó a contarle lo poco que sabía sobre la mitología mekishkiana mientras rodeaban un peñasco, hablándole de las historias de antaño que les contaba su padre a él y a su hermana, además de lo escaso que aprendió en la escuela del pueblo. Contó historias a medias, otras sólo las empezó y algunas las terminó sin haberlas comenzado. Jesús, como buen oyente, puso atención a todo lo que le decía, porque parecían historias, leyendas y mitos, todos de fantasía, sacados de la ficción de alguien, de algún libro, película u otro medio, y a Jesús le interesó demasiado.
Así se esfumaron tres cuartos de hora de caminata.
Vanaih supuso que Jesús no sabía volar, o recordaba haberle escuchado decir que no podía, y por eso debía caminar junto a él, aun siendo urgente llevar a la señorita Kare hasta el castillo del Rey Olbatas; si es que los dejaban cruzar.
No obstante, fue una caminata agradable, donde Vanaih pudo hablar y hablar sobre todo lo que sabía de la historia de su raza; y ahora Jesús era testigo de que el chico conocía una parte de la extensa historia de los Demonios Oscuros —con eso de que la hermanita de Vanaih solía burlarse diciendo que él no sabía nada sobre historia, aunque fuese bueno para las matemáticas—.


Al final del Demoroth llegaron, no al castillo, sino, a una mansión vetusta hecha de lo que fue una fina madera; a simple vista dejaba ver que hacía años que no le echaban una pintada, o mejor, una limpia. Tenía un bonito pórtico con columnas gruesas de madera, talladas, de un marrón oscuro. Muchas habitaciones tenía, sí, y un jardín en la parte trasera (en donde se podía apreciar un poco del pasto café verdoso que crecía).
Jesús contempló dos elegantes terrazas en sitios opuestos, dos terrazas ya muy viejas, y varios balcones. Por un momento le recordó a la casa de la familia Addams de las películas de los 90’s.
Allí se detuvieron.
Vanaih avanzó hacia el umbral y cuando subió un par de escalones de madera —que crujieron cuando los holló— miró a Jesús sobre su hombro y le dijo:
—Por favor, espera aquí. Regreso en un momento.
El otro muchacho asintió con la cabeza. Vanaih abrió la puerta de la mansión y entró con la señorita Kare entre brazos. Se oyeron más pasos —ligeros— adentro. Jesús estaba atento, pues no tenía nada que hacer más que ver el extraño cielo, las piedras o contemplar la mansión.
Pasos ligeros otra vez.
—¿Y esa chica? —preguntó la voz de una pequeña niña.
—Es la señorita Kare Rámcuan —repuso Vanaih—. La llevo al castillo del Rey Olbatas, así que, pasé a avisar. Díselo a papá. Volveré a más tardar al amanecer.
—No tengo por qué decírselo —replicó la voz de la niña.
Fuera, Jesús supuso que era una niña de entre diez o trece años, aunque no la había visto.
—¡Se enfadará! ¡Venkoh Krinaih Vahnark Soreko, sólo hazme ese favor!
—No —espetó Venkoh con esa linda voz suya.
Hubo pasos en el suelo de madera, pasos acercándose a la entrada.
—Si llegase a recibir una buena recompensa, créeme que no la compartiré contigo —exclamó la voz de Vanaih, se oía levemente molesto—. Y cuando duerma no quiero encontrarte abrazándome.
—¡Tampoco haré eso! —chilló la niña.
—Te prohibiré entonces que entres a mi habitación, nada de abrazos y no habrá mimos.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Yo le avisaré a papá, tú no te preocupes, hermanito!
—Muchas gracias, hermanita —dijo Vanaih con sorna.
Se abrió la puerta.
Jesús trató de ver por la abertura que hubo en la puerta, quería ver el aspecto de la hermanita de Vanaih, porque si él era un galancillo, quizá su hermana sería demasiado linda como para verla unos segundos…, se preguntó cómo sería si su voz era dulce (aunque serena) y tierna en absoluto.

—Ahora podemos continuar —dijo Vanaih a Jesús, y éste asintió con la cabeza.
—¿Esta es tu casa?
—Sí —respondió Vanaih, mientras comenzaban a caminar, yendo hacia el lugar menos ensombrecido—. Es la Mansión Vahnark, ha pertenecido a mi familia desde hace mucho, pero mucho tiempo. Se dice… que desde que aún existía Ilev.
«Ah, sí cierto», se dijo Jesús en el pensamiento, lo había olvidado casi por completo. En ese momento, con toda la curiosidad del mundo, se volvió a Vanaih.
—¡¿Quién es Ilev?! —soltó.
A Vanaih no le extrañó que preguntara eso, si no sabía qué eran los akertanos, etreumanos, negihott ni los Krénqer Énmadher. Empero, le extrañó que a pesar de eso no había oído nada sobre las hazañas de ese personaje, ese legendario personaje del que muchos conocen. Y como vio gran interés en Jesús —a quien hasta las pulpas se le dilataron— le explicó:
—Ilev fue un Demonio Oscuro de renombre, y hoy día es una leyenda. Su historia en aquende es muy conocida y en la mayoría de planetas de allende el vasto Universo.
Jesús prestaba atención lo mejor que podía, con un interés inmensurable.
—¡Era increíble ese tipo! Imagínate, derrotó a dos Bestias Oscuras, él solo…
Jesús no sabía lo que eran, pero siguió escuchando.
—… derrotó a un Rey Demonio de antaño, también fue capaz de darle una paliza a uno de los Ángeles de la Muerte (supongo que si se lo proponía pudo haber derrotado incluso a un arcángel); y enfrentó al único Demonio Blanco que ha existido; claro, y perdió la batalla y falleció, se dice que por segunda vez. Sin embargo, todo lo que hizo fue, es y sigue siendo impresionante. Muchos lo respetan y veneran. Es un completo ídolo.
»Los Magos de la Galaxia Zura idolatran al grandioso mago Aromus Gaderiln, incluso a Durmor, y nosotros, los akertanos del Mundo Oscuro, idolatramos al Demonio Legendario Ilev.
—Hala —musitó Jesús, impresionado—. Entonces ya entendí bien eso…, bueno, quién es Ilev.
Si no mal recordaba, la mujer que lo atacó lo llamó así: Ilev, “la Reencarnación de Ilev”.
—Oye…, ya ves que te dije que me quería matar una mujer…, la verdad no me acuerdo cómo se llamaba, dijo que era Dark-no-sé-qué.
—Ya veo.
—Bueno, dijo que yo era… la ren… la reencarnación de Ilev. Algo así le entendí. ¿Qué tendrá qué ver ese tal Ilev con cómo me dijo ella?, eso de reencarnación.
Vanaih se detuvo de golpe. Se dio cuenta de que a Jesús lo atacó de verdad una akertana y no una etreumujyin, entonces, siendo ella una auténtica Demonia Oscura, de ley conocía la Leyenda de Ilev, por ende sabía que el Demonio Legendario reencarnaría tarde o temprano en la Ranhd, el Mundo Mortal.
¿Así que era este tipo?
«¿Acaso él es la reencarnación de Ilev? —pensó—. Pero, ¿cómo saberlo?»
No por ser la reencarnación de Ilev tenía que saber usar la energía oscura, aunque así no podría hacer gala del excelso poder de Ilev.
—¿Eres tú la reencarnación de Ilev? —preguntó Vanaih; comenzó a caminar otra vez.
Jesús volvió a imitarlo
—Aclárame esa duda, por favor.
—Ni siquiera sabía quién era Ilev —repuso Jesús—. Yo soy alguien normal de la Tierra, no sabía que de verdad existían todas estas cosas. No estoy soñando, ya me di cuenta desde hace rato. Porque de donde vengo, que yo sepa, la gente no vuela por sí sola.
—Ya veo. Confiaré en tus palabras…, Naranjo. Y si de verdad eres la reencarnación de Ilev, no se lo digas a nadie, mucho menos lo hagas saber dentro del castillo del Rey Demonio. Por tu propio bien. Si acaso podrías confesárselo al Rey.
—¿Por qué?
—¿Que por qué? Naranjo, los soldados de élite del rey te querrán enfrentar para medir sus poderes con el tuyo.
—¿Pero cuál poder?
—Sin ningún entrenamiento de tus poderes ocultos acabarías muerto, incluso enfrentando a un demonio de clase baja. Será mejor que calles, ya te lo he dicho. Diré sólo que eres una persona perdida, aquí, por azares del destino.
—Gracias. De por sí estoy bastante cerca del Mundo de los Muertos como para que otra vez me quieran matar.
—Corrijo: estás en el Seol, el Envernum, en el Mundo de los Muertos. Y estás a punto de llegar al pueblo Nergya, donde está el castillo del Rey Olbatas.
—Hala — musitó Jesús, luego dijo—: ¿Entonces el pueblo se llama como la diosa?
—Si no lo mencioné antes… fue porque no le vi tanta importancia.
—Y la historia de amor de la diosa, ¿cómo es?
—Disculpa, pero no me la sé —declaró Vanaih—. Quien se la sabe bien es mi hermanita. Lo que puedes hacer es comprar un ejemplar Historia de los Demonios Oscuros y leer el capítulo «De Iessu y Nergya». Lo encuentras en todas las librerías del pueblo. ¿O no tienes purateos?
—Ni siquiera sé qué son los “purateos”. Creo que dinero. Dinero, ¿no?
—Sí. Los purateos son la unidad monetaria de aquí. ¿De dónde vienes como lo llaman? ¿O qué moneda usan?
—Allá son pesos. No en todo mi planeta se usa el peso, pero sí donde vivo.
—Pesos —repitió Vanaih—. Es obvio que no has de contar ni con un atavo para el libro, qué mal.
—Creo que de donde vengo serían los centavos.

Cuando menos se dieron cuenta llegaron a una abertura en una áspera pared de negra roca, sobre una colina, por donde bajaba un sinuoso camino tallado en la misma roca. Desde ahí podían apreciar que bajo el cielo, cubierto de nubes oscuras y rayos del mismo color, había un pueblo muy extenso.
Jesús se dio cuenta de que el pueblo era incluso más grande que Ciudad Mante. Además de que cada región de Tannakert era tan extensa como el mismo estado de Tamaulipas de México. Un lugar lleno de bonitas edificaciones pétreas (unas que otras de madera y ladrillo), algunas con techo de paja, madera o piedra; iluminadas con sendas linternas de fuego oscuro, o con velas. Un lugar con calles adoquinadas, sin aceras.
«Un pueblo de demonios —pensó, anonadado—, y es de verdad, no lo estoy soñando.»
Vanaih vislumbró la prestigiosa plaza Karóer Shakizu, una plaza de doscientos metros cuadrados. Por ese extremo podían pasar muy cerca de la prisión de Zukahn —donde antes de ser construida, Ilev peleó contra el Obol Ohrhgen—. Aquella prisión fundada en el año 477 de la reiniciación 3999 de la Décima Edad del Universo por el reconocido guerrero Kitoh Zukahn. Pero como el joven Vahnark ya no tenía pensado dejar a Jesús en prisión, ahora tenía que tomar un camino más corto para llegar al castillo. Se volvió hacia un camino ya nada liso, sino pedregoso y en penumbras. Jesús sólo lo seguiría, no sabía ni dónde estaba parado. Entonces Vanaih lo condujo hasta ese camino, yendo a la siniestra en vez de seguir derecho hasta la plaza cerca de la prisión en el pueblo. Así, ambos jóvenes, con la señorita Kare, siguieron adelante rumbo adonde se encontraba el rey Chocadre Olbatas.
Mientras que para Vanaih parecía una cosa normal, de todos los días, para Jesús en definitiva era algo que lo hacía sentir muy nervioso. Vería tal vez a un Rey Demonio temible… ¿o no? Pues no lo sabía. No podía imaginar cómo era su majestad. Tampoco había oído sobre el primer encuentro entre el Rey Olbatas I e Ilev.
¿Sucedería algo similar?
Para ser franco, Jesús esperaba no verse cara a cara con el rey, ya que comenzaba a temerle sólo porque era un Rey Demonio, aunque también esperaba que fuese amable. De todos modos, sí quería conocer su aspecto. También, si un demonio lo llevaba de regreso, estaría bien, haya visto o no al Rey Demonio Oscuro; ya le habían sucedido cosas tan extrañas que cuando llegase a su casa sólo recordaría todo… como un simple sueño.
Caminaron y caminaron. El camino era escabroso, Jesús estuvo a punto de caer un par de veces, en las penumbras apenas podía ver bien. Vanaih caminaba con mucha ligereza, cargando todavía sin ningún problema a la señorita Kare, a quien se le movían varios mechones oscuros fuera del moño blanco. Jesús vio cómo oscilaban las piernas de la señorita, ya que por un momento concentró sus pervertidos ojos en esas bonitas y sensuales piernas. Hasta que Vanaih echó un vistazo por encima de su hombro fue que Jesús dejó de mirar las piernas de la chica.
Llegaron entonces frente a un áspero muro de roca, alto hasta el cielo. A unos metros se hallaba una puerta tallada en la roca, al igual que una inscripción garrapateada en mekishkiano (mekishkoghengo), sobre la puerta, donde podía leerse:

Adahrtne la Ollitsahc Fure O-Azuta.
Odinevneib, is neihgla oneub sehre

—Aquí estamos —dijo el joven Vahnark.
—¿Dónde? —preguntó Jesús estúpidamente.
—Hemos llegado al famoso castillo del rey Chocadre Olbatas III, el Castillo Fure O-Azuta.
»Fue llamado así en honor a Fure Olbatas Azuta, la madre del Rey Olbatas I; rey conocido por destruir su propio castillo. —Vanaih se detuvo volviéndose a Jesús, y le susurró—: Si quieres mi opinión, es muy estúpido ser un rey que destruye su propio castillo, luego de que lo hubiese edificado y construido una diosa. Qué idiota ese rey, ¿no crees?
—Sí, qué pendejo.
—¿“Pendejo”? —se mofó Vanaih, sonriendo—. ¡Jamás había escuchado un sinónimo como ese para llamar idiota a alguien! Porque sí es un término sinónimo de idiota, ¿verdad?
—¡Ah! Sí, sí es.
Vanaih se carcajeó con una risa placentera. Éste se aproximó a la puerta tallada en la pared de roca y bajó unas escaleras, Jesús lo siguió, pero no sin antes leer lo que en la pared estaba escrito.
«‘Adatren’ al ‘Ollitsahk’ Fure O-Azuta. ‘Odinuéneb’ is ‘neigla’ onéub ‘sere’», leyó en su mente de forma errónea. Pasó la puerta y visualizó el extraño cielo del lugar, y no sólo eso, también estaba a la vista el Castillo Fure O-Azuta. Un magnifico castillo, semejante a la catedral de Colonia, se encontraba en lo alto de la Montaña Madur, una montaña cortada a la mitad. Estaba rodeado por una imponente muralla de maciza piedra oscura, del mismo material que estaba hecho la mayoría del castillo. En él brillaban tenues las muchas ventanas del edificio, donde se iluminaban las diversas salas y habitaciones mediante antorchas de fuego oscuro, así la luz emitida era grisácea.
Jesús contempló entonces el Castillo Fure O-Azuta bajo un cielo encapotado, lo que le daba un aspecto más tenebroso y sobre todo… grandioso.


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Ilev -Dark Glow- I. El estado Dark WildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora