XIX ★ Bestias Oscuras de Noher

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La Mansión Vahnark estaba muy silenciosa, al menos desde que Jesús y los demás se fueron

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La Mansión Vahnark estaba muy silenciosa, al menos desde que Jesús y los demás se fueron. Venkoh estaba en su habitación, leyendo todo lo que tuviera qué ver con las Féstehger Tókzer para darse cuenta si peleadores como su hermano y Kena Dózart serían capaces de vencer a una como el Krad Etreum. Abajo, en la sala, frente a una de las ventanas —tan grande como una puerta— había una silueta en particular. Devanaih Vahnark observando el tranquilo y encapotado cielo nocturno.
—Chicos…, manténganse firmes. Haz lo tuyo…, no “lo suyo”. Ustedes saben… que todos tienen… lo que se necesita. ¡Así que vuelen libres!
Y permaneció ahí. Los esperaría, quería ver que regresaran todos con bien y habiendo salido victoriosos. Ponderó los riesgos del cometido, así que le rezó a Yahvéh  Kúame por ello.

–✯–
En el ínterin, Jesús y su séquito llegaron al pueblo Nergya lo más rápido que pudieron volar Kena y Vanaih; quienes cargaron en su espalda a Kora y Jesús. Entraron de inmediato a la Tienda de Portales de Evo, compraron un portal (diciéndole al empleado que no lo cerrara hasta que al menos uno de ellos regresara), y así llegaron al Mundo de los Vivos. Jesús sintió alivio por haber vuelto acompañado de sus amigos, ahora tal vez, y sólo tal vez, podrían hacer que Ciudad Mante no terminara yéndose a la mierda. Había posibilidades de que nadie más muriera.
Aparecieron en la intersección de Abraham González y Francisco Villa; en una de las esquinas del campo de fútbol de la colonia Vicente Guerrero. Estaba oscuro, no había alumbrado público en esa parte, y si lo había, no se iluminaba todo, a lo sumo el campo (que en esa esquina está hecho para jugar béisbol) era lo único que estaba iluminado a medias.
Entraron por la malla rota del campo. Corrieron con harto apremio, hacia la esquina más cercana a la casa de Jesús.
—Allá hay personas —dijo Vanaih, entornando los ojos y señalando la intersección de Raúl Madero y Emiliano Zapata, adonde se dirigían.
Jesús escudriñó entre las penumbras.
—Creo que son mis familiares —jadeó—, ya saben lo que está pasando. ¡Ahh!
—Será mejor tranquilizarlos —dijo Kena— y decirles que nosotros nos encargaremos.
Jesús no sabía cómo iba a explicar que lo que estaba destruyendo la ciudad era un monstruo de otro mundo y que él junto a sus amigos tratarían de detenerlo. Ni siquiera estaba seguro de que fueran a creerle…, ¿por qué le creerían? Y lo más importante: tampoco estaba seguro de que su mamá y su papá lo dejarían ir a pelear.
Tan pronto llegaron a la esquina, todos los miraron; algunos estaban amedrentados y otros anonadados, incluso había quienes lloraban. De entre su familia y el resto de vecinos salió Kevin, el hijo de su primo Toño, con cara de susto, y se le acercó de inmediato.
—¡Jesús! ¡¿Ya viste lo que está pasando?! —farfulló.
—Sí —repuso Jesús, agitado—. Esa cosa viene de otro mundo.
Se sintió estúpido al decir eso, pero, aun así, vio que algunos hacían gestos que indicaban que le creían, otros dudaban y los demás no le creyeron.
—¿Cómo que de otro mundo? —inquirió con voz trémula su primo Aldo.
—¿Cómo sabes? —preguntó entre lágrimas su tía Flor, una señora corpulenta—. Porque sí parece.
Jesús, aunque nervioso, tomó una bocanada de aire.
—Esa cosa… —comenzó— es una Bestia Oscura, una Bestia Maldita…
—Una Féstehg Tokz —agregó Kena, solemne, y todos la miraron.
—Sí —coincidió Jesús—, gracias, Kena. Bueno, esa cosa la hizo un dios… ¡créanme! Y una vieja que, yo creo, quiere gobernar este mundo, la trajo. ¡Es verdad lo que estoy diciendo, neta! Y nadie va a venir a detener ni a la Bestia ni a la demonia que la trajo.
Dejó a todos incrédulos. ¿Cómo iban a creer esos disparates? Sin embargo, ante tales pruebas no era tan difícil creerle, Jesús no podía inventarse esas cosas así nada más… ¿o sí?
—¿Y se puede matar a la cosa esa? —preguntó un señor robusto, su tío Juan—. Dices que tú eres el que sabe.
Jesús no supo qué contestar, y rápido volteó a ver a Vanaih, instándolo a hablar.
—Sí se le puede matar —respondió Vanaih—, pero sólo con un poder mayor al de la Bestia Oscura, y para nosotros es imposible.
Parecía que no todos le creían.
—Pero se puede detener, a eso venimos. Si hacemos que se vaya todo va a estar fuera de peligro.
El abuelo de Jesús, don Pedro Naranjo, un señor algo regordete, algo calvo y de pelo y bigote canos, se adelantó ante el joven Vahnark, ignorando la presencia de Jesús.
—¡¿Pero quién va a espantar al monstruo?! —exclamó—. ¡N’ombre! Nadie va a querer, y el que vaya no va a poder. ¡Apenas que venga el ejército! —soltó una risa, con lo que algunos cuantos rieron; excepto Jesús y sus acompañantes.
—Señor —lo llamó Kena—, hemos venido nosotros a tratar de controlar a la Bestia.
Los de la muchedumbre enmudecieron. A ella no le importó si le creían o no. Vanaih se acercó al oído de Jesús.
—Será mejor irnos ya —le susurró—, nos crean o no, eso no importa en lo absoluto.
—Bueno —dijo Jesús.
Se abrió paso entre todos, quienes lo miraban incrédulos y perplejos, formulando preguntas a diestra y siniestra. Detrás de él iban Kora, Kena y Vanaih.
La más pequeña se inclinaba y saludaba a todos a su alrededor, con esa linda voz suya. A uno de los amigos de Jesús —a Kikín— le dio un vuelco al corazón cuando ella se inclinó frente a él y le dijo: «Sélom», sonriendo.
Y allí estaba la familia de Jesús. Su mamá —una mujer bajita y un poco rechoncha— se abalanzó a él, abrazándolo de improviso, y detrás estaba su hermana Natalia —una niña bajita de pelo castaño oscuro—, que decía:
—Te estaba mande y mande mensaje, ¿por qué no contestabas, burro?
—¡Estaba ocupado! —bufó Jesús.
—Ya —dijo su mamá—. Lo bueno que ya llegaste. —Lo soltó alzando la vista, y vio a los amigos de su hijo.
Kora, sonriente, incluso la saludó sacudiendo la mano. Los de su alrededor no dejaban de mirarlos, cuchicheando y murmurando.
—Sélom, señora Naranjo —dijo Vanaih de forma educada.
Y él y las chicas se inclinaron ante la madre de Jesús, lo que a ella le pareció extraño.
—‘Amá —llamó Jesús—, me dejes o no, voy a ir a la plaza.
—¡¿A qué vas?! ¡No! ¡¡No, tú no vas a ir a ningún pinche lado!! —voceó su mamá.
La gente que había formado un corro en torno a ellos se sorprendió y murmuró. De entre ellos salió el papá de Jesús; un señor moreno, un pelín más bajo que Jesús, de bigote y barba (sólo en el mentón) entrecanos, y que llevaba una gorra con la visera al frente.
—¿Qué vas a hacer allá? No. Na’más vas a ir a que te maten.
—Sí, Jesús —dijo su tía Mago, una señora regordeta—, es mejor que estés aquí.
—¡Tengo que ir! —exclamó Jesús con una pizca de desesperación—. ¡¡Digan lo que digan voy a ir!!
—Pero no grites —dijo un muchacho corpulento; Gabriel, hijo de su tío Juan.
Jesús ignoró todo, absolutamente todo, lo que comenzaron a decirle. Abrazó a su mamá y a su papá, y forcejeó para abrazar también a su hermana. No sabía si regresaría bien…, o vivo. Sólo quería abrazarlos.
—Ya me voy —avisó, aún ignorando lo que seguían diciéndole.
Todos sus familiares, amigos y vecinos quedaron estupefactos ante lo que veían: Vanaih estaba levitando, y no sólo él, también las otras dos.
Jesús los miró como si tal cosa.
—Oigan —dijo—, ya no me sale eso… ¡no puedo volar! ¿Quién me va a llevar?
—¿Cómo no puedes levitar? —dijo Kena con retintín.
—No puedo y ya. ¿No ves que no valgo madres?
—En ese caso, yo te llevo —dijo Kena.
—¡Vámonos! —exclamó Jesús.
—¡¡No vas a ir!! —gritó su mamá, al borde del llanto—. ¡¡Jesús!! ¡¡NO VAS!!
—¡Jesús! —clamó su hermanita.
—Jesusito… —llamó su papá.
Kena sujetó a Jesús por debajo de los hombros y lo elevó, aun cuando los de abajo intentaban agarrarlo. A Jesús le dolió, porque algunos se preocuparon de verdad por él, en especial su mamá… que ya estaba llorando.
—Voy a regresar —dijo Jesús—, y la cosa esa ya no va a estar. Juro que sí regreso. Tengo que ir, si no vamos nosotros, no va a ir nadie más. La Reencarnación de Ilev tiene que ir.
—¡¡Jesús!! ¡¡Bájate y ven!! ¡¡Bájalo, chamaca!! ¡¡No te vayas!! ¡¡No te lo lleves!! ¡¡No!! ¡¡Jesús!! ¡¡¡JEEESÚÚÚÚSSS!!!
Él hubiera preferido no escuchar los gritos desesperados de su mamá…, pero, no podía hacer nada, sólo ir a protegerlos a todos.
—Kena, súbeme a tu espalda, así siento que me voy a caer.
Abajo la atónita muchedumbre seguía mirándolos.
—Después te quejas de que te aprieto las nalgas, no.
—No es cierto, ándale. Tenemos que llegar rápido.
—Sólo no te sujetes de mis senos o te dejo caer.
Al final sí lo llevó a cuestas, aunque fue luego de que Jesús se resbalara y cayera. Por suerte lo alcanzó. Entonces avanzaron por el aire, donde los acariciaba un viento gélido en esta calurosa noche. Jesús podía ver que iban muy alto y sentía cómo incrementaban la velocidad.

Ilev -Dark Glow- I. El estado Dark WildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora