IX ★ Las hermanas Dozart: Kora y Kena

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Había sido una noche singular con sucesos inesperados

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Había sido una noche singular con sucesos inesperados. Jesús aún estaba desconcertado. Cuando despertara en la mañana (o al mediodía) seguiría pareciéndole que todo fue un sueño. Mucho le hubo pasado en tan pocas horas, y no sabía si hablar de eso con sus amigos. ¿Le creerían? Sin duda nadie le creería si hablaba sobre el Olámtox, los demonios y los reyes, ni siquiera sus amigos más cercanos. Pensarían que eran cosas imaginadas por él para alguna futura historia, porque Jesús tenía bastante imaginación. Con todos esos pensamientos se fue a la cama, luego de haber aparecido en la calle sin alumbrado público frente a su casa. Se preguntó si el portal seguiría allí en la mañana.
Durmió no supo cuánto, pero despertó cansado de los pies y, por increíble que le pareció, sin hambre. Se la pasó viendo la televisión todo el día y comió lo que su mamá le sirvió; aunque los tacos de huevo con chorizo no se comparaban con los manjares de los castillos de los Reyes Demonios, tampoco la sopa de arroz con atún que comió en la tarde.
Ahora la comida de su mamá parecía simple comparada con la que soñó.
Ya comenzaba a ver su mundo de manera distinta, y le inquietaba que hubiese otro plano terrenal. Luego pensó que su inquietud era algo estúpido, pues él siempre había creído que existían el Paraíso y el Infierno, los demonios y los ángeles, sin embargo, jamás imaginó que existieran los akertanos o pensó que existían los Ángeles de la Muerte.

Pasó el resto de la semana pensando en todas aquellas cosas, que por cierto le interesaban. Desde pequeño le fascinaba saber y conocer sobre el universo, espíritus, demonios, brujas y más. Si hubiese estudiado como se debe, le habría gustado ser astrónomo, si no psicólogo, y el mundo que conoció forma parte de esto, del Universo. Además de que aquella noche comprobó que de verdad Dios —o Soid, o Kúame o Yhaváh (Yahwáh, Yahvéh, Jhavâh, Yahowáh)— había creado el universo, la existencia misma. Todo esto lo animaba e incluso le daba ganas de vivir. Pero lo que lo desanimaba era no poder contarle a nadie por miedo a que lo creyeran loco, o mentiroso, o fantasioso (lo de siempre).
Y pensó en contarle a su amigo Kikín, diciéndole que todo era parte de un manuscrito en el que estaba trabajando. Y cuando lo hizo, a Kikín le gustó lo que le contó y dijo que le gustaría leerlo. Fue entonces que a Jesús le dieron ganas de escribir lo que le pasó…, pero pensó que su historia estaba incompleta y le faltaría un buen final. También, que algo así de interesante volviese a sucederle era improbable, aunque, en el fondo, sí quería vivir sucesos asombrosos e inolvidables que iluminaran su patética y monótona vida.


Era domingo por la tarde. Hoy Jesús y su grupo de amigos jugaron fútbol en el campo de fútbol de la colonia Vicente Guerrero. Un campo maltratado y descuidado, con pasto ralo, gradas verdes y apestosos, destrozados y asquerosos baños. Gradas y baños que por las noches le servían a drogadictos bulliciosos.
Se oían gritos y aclamaciones por parte de los jugadores: adolescentes de entre doce y dieciséis años. Jugaron durante una hora y media, en equipos de tres. Normalmente, no contaban los goles, y hoy no fue la excepción. Todos, cansados y con las ropas caladas de sudor, se sentaron resollando en unas viejas y destartaladas bancas de concreto contiguas a la calle Emiliano Zapata.
Jesús se recostó en una banca viendo el cielo cerúleo, procurando controlar su respiración. En ocasiones sentía ahogarse, por suerte, estaba jadeando con menos intensidad y ya inhalaba más aire.
Se sentó y volvió la mirada a sus amigos.
—¿Ya no van a jugar? —preguntó a nadie en particular.
—Pues ya se cansaron —dijo Kevin Naranjo, un muchacho algo rollizo.
—¡Juega tú, a mí ya me duelen las piernas! —terció un muchacho esmirriado.
—No na’más a Kikín —habló Jesús—, a mí también.
—¿Y quién ganó? —quiso saber un chico de piel morena.
—¡No manches, Lalito! —exclamó otro pero de nariz aguileña: Andrik Malibrán—. ¿Tú contaste los goles?
—Sí, Andrik —mintió Lalito Ramírez—, ganamos nosotros. ¿Verdad, Aldo?
—No sé —respondió un muchacho rubio y robusto—. Kevin la estaba falle y falle.
—¡Tú no metiste ningún gol! —se quejó Kevin, levantándose de la banca para comenzar a darle puntapiés a un raído balón blanco.
Jesús se volvió a su amigo de espeso y rizado pelo castaño, que veía el balón.
—Eh, Kikín, ¿sí está chido lo que te conté?
—Sí, porque salen bestias y matan gente.
Ante aquel comentario, Jesús se sintió mal por el Rey Kusonhre y su pérdida.
—Pero no nomás salen bestias.
—Pero las bestias están con ganas, más que los demonios y todo lo demás —repuso Kikín Vargas.
En ese momento, Aldo Naranjo quitó la vista de la pantalla de su celular y entonces las vio: dos hermosas muchachas vestidas de negro, paradas en la esquina más cercana de donde estaban ellos, en la calle Abraham González. Todos voltearon a verlas, hasta que los intimidantes ojos de una de ellas —los de la más alta— se volvieron hacia ellos de sorpresa, seguidos por los tiernos ojos de la otra.
—Se nos quedan viendo. —Andrik se alarmó y desvió la mirada.
Sus amigos hicieron lo mismo, sin embargo, se sentían tentados a apreciar tanta belleza, como si nunca hubiesen visto chicas así en toda su vida.
—Han de pensar que estamos bien papacitos —bromeó Jesús riendo por lo bajo, junto con Kikín, Kevin y Andrik.
—Nomás tú no —se mofó Kevin con una sonrisa.
Rieron, pero casi al instante nadie dijo más, se quedaron mirándolas con cautela. Uno de ellos había visto antes chicas tan hermosas. Jesús esperaba, imploraba y deseaba que las desconocidas fueran dos chicas normales que pasaban por ahí… y no que provinieran del Mundo Oscuro.
—Chíflales, Andrik —dijo Aldo, burlón, riendo por lo bajo.
—A ver, chíflales tú —replicó Andrik.
—Que les chifle Lalito —insistió el rubio.
—¡¡¿Yo por qué?!! —berreó Lalito y todos, de inmediato, hicieron: «¡Shhh!»
—¡Cállate, menso! —dijo Aldo.
Kevin dejó de ver a las chicas un momento, para checar las caras de bobos que hacían sus amigos.
—Kikín na’más se le queda viendo a las chiches a la más grande —dijo.
—Sí, pero cállate —farfulló aquél, sin apartar la vista.
Mientras tanto, las muchachas había empezado a cuchichear, no obstante, la de ojos intimidantes no dejaba de verlos…, o al menos a uno de ellos. La más pequeña estaba ocupada observando el cielo, un tanto embelesada.
Jesús se sintió observado en lo absoluto, lo que le causó miedo. ¿Y si aquellas dos eran como Dark-Dusk y venían a matarlo a plena luz del día? (Pensaba que los Demonios Oscuros sólo atacaban de noche). No podía abandonar a sus amigos…, ¿y si los mataban?, no se lo perdonaría. Le abundaba el miedo, incluso la mandíbula le temblaba, se sentía ansioso.
«No me mataron el miércoles —pensó—, ¿y ahora me vienen a matar hoy?»
La muchacha más alta, la de cabello largo casi hasta los hombros, miraba fijamente hacia acá, hacia Jesús, con un rostro inexpresivo.
—¡Oye, tú! —gritó de súbito. Provocando un respingo en cada uno de los chicos—. ¡El del sombrero!
—Ninguno trae sombrero —murmuró Andrik, extrañado como los demás.
Jesús no tardó en pensar que la chica se refería a la gorra que llevaba y se angustió.
—¡¡Ileeev!! —llamó la misma muchacha, a voz en cuello.
El chico de la gorra tragó saliva de golpe, poniéndosele los pelos de punta. Y allí Kikín se volvió a él.
—¿“Ilev” no era algo de tu libro? —inquirió, dubitativo y acusador—. ¿O qué es?
Sin decir nada, Jesús se levantó, con la intención de ir a la esquina a hablar con las misteriosas muchachas.
—¿Apoco las conoces? —preguntó Aldo, muy sorprendido.
Todos lo estaban, inclusive Andrik estaba casi boquiabierto. No era común ver a Jesús hablando con mujeres, no.
—Yo te acompaño —se ofreció Lalito, queriendo ver de cerca a las chicas.
—No, aquí quédate. Y tampoco quiero que alguno de ustedes vaya —sentenció Jesús, serio, ocultando bien su temor.

Llegó en silencio a donde estaban las chicas, sintiendo las fisgonas miradas de sus amigos. Y así permaneció, en silencio. Movía las manos con nerviosismo, sin saber qué decir. Miraba con recelo al par de chicas hermosas.
—¿El señor Jesuus Naranjo, es usted? —dijo una de ellas.
La más pequeña sonrió.
—S-sí, soy yo. ¿A q-qué me vienen a b-bus-car?
La chica más alta lo miró a los ojos y Jesús se percató de que sus ojos eran de color avellana, y como no queriendo vio los ojos de la más pequeña —unos tiernos ojos color uva— para luego ver de nuevo a la del rostro inexpresivo.
—Sélom. Mi nombre es Kena Dózart. —Inclinó un poco la cabeza.
—¡Sélom! M-mi nombre —habló la otra con una linda voz— es Kora Dózart, mucho gusto. —Se inclinó también.
—Mucho gusto —dijo sonriendo Jesús.
La señorita Kena, aún inexpresiva, sacó del escote un pergamino negro.
—Por orden de mi rey —dijo— y del superior Demazasi he venido a entregarle este pergamino que le ha mandado el rey Cohakuu Kusonhre. Tómelo, es para usted.
Jesús tomó el pergamino y lo abrió, sin embargo, venían letras del alfabeto mekishkiano. No sabía cómo descifrar el mensaje.
Kena Dózart estaba impaciente por recibir una respuesta, y Jesús lo notó.
—Sí sé leer —dijo él—, pero no lo que dice aquí.
—Permítemelo. —La señorita Kena le arrebató el pergamino y le echó un vistazo rápido; sus ojos se movían de un lado a otro raudamente. Cuando hubo leído todo, dijo—: Es una invitación del Rey Kusonhre para que asista a una fiesta en su honor y a que pase la noche en el castillo. Se llevará a cabo el erevaíd veintiséis de semeveun de este año. Celebrarán que haya renacido Ilev. Puede llevar a sus familiares cualesquiera, amigos, sirvientes o seguidores. Si confirma su asistencia vendrán a buscarlo ese día.
Jesús tuvo que pensar con minuciosidad si asistiría a la fiesta, después de todo era en su honor, y había tenido muy pocas fiestas de cumpleaños por la falta de dinero. Pensó que no podría llevar a nadie más si iba, y tendría que buscar una excusa para que sus padres lo dejasen pasar una noche allá, aunque, si se negaba, ya no tendría nada de que preocuparse.
Pero entonces recordó lo que el Rey Kusonhre le había dicho: «Espero que haya amistad entre nosotros desde ahora, señor Naranjo, Ilev.» Cierto, eran amigos. Su amigo, un Rey Demonio Oscuro, había planeado una fiesta en su honor por haber nacido…, bueno, por el renacimiento de Ilev.
—V-voy a ir —dijo por fin—. ¿Cuándo me vienen a buscar?
—El erevaíd veintiséis de este mes —explicó Kena Dózart—, al atardecer de este lugar.
—Vendrá Kena por usted —dijo Kora Dózart esbozando una linda sonrisa.
—Bueno, gracias. Aquí te espero, ¿está bien?
Kena asintió en silencio, mientras Kora se le acercaba al oído, parándose de puntitas.
—Hermana —le susurró—, ¿ya viste que tiene varios seguidores?
—¿Eh? —se extrañó Jesús al oírla—. No, ellos son mis amigos.
—¡Oh! —Kora se sorprendió—. Hermana, hermana, ¡tiene muchos amigos!
—Qué afortunado es Ilev —musitó Kena, adoptando un semblante lúgubre.
Jesús quería decirles algo, pero no se atrevía, su timidez atacaba de nuevo…, hasta que…
—¿En serio no tienen muchos amigos? —inquirió, a lo que las chicas negaron con la cabeza—. Pues… si… si ustedes quieren… podemos ser amigos.
A Kora le brillaron los ojos y Kena esbozó una sutil sonrisa. Ambas se veían radiantes y rebosantes de alegría. Casi sin pensarlo, Kora se abalanzó hacia Jesús y lo abrazó a la altura del tórax —de la misma forma que solía abrazarlo su primita Marisol cada vez que lo veía—, provocándole una agradable sensación, ya que no recibía mucho afecto femenino. (No, si exceptuamos las veces que abrazaba a su mamá).
—Los amigos suelen salir —soltó la hermana mayor con serenidad—. Hacen cosas así, juntos, lo he visto. Salen a comer, a pasear o a platicar. Supongo que es… recreativo.
—¡Sí, hagamos cosas así! —apoyó Kora, achuchando más a Jesús; quien sintió que lo exprimía con una gran fuerza—. Lo siento, me emocioné —se disculpó y lo soltó.
—Hay que salir entonces —propuso Jesús, sonriendo, aunque con una leve mueca de dolor.
Kora comenzó a dar saltitos y Kena dijo:
—No contamos con muchos purateos…
Jesús pensó: «Ah, dinero.»
—… y el día de hoy estamos ocupadas. Mañana veremos al heraldo de Demazasi. ¿Te parece bien dentro de dos soles?
—¿Cuándo? —se extrañó el muchacho.
—El murtaíd quince de semeveun —dijo Kora, sonriente.
—Te esperamos el murtaíd en este lugar, a la puesta de sol de este mundo, claro, si no tienes ningún inconveniente. A Kora y a mí nos encantaría que nos mostraras este lugar.
—¡Es la primera vez que venimos! —declaró Kora.
—Ah, bueno —dijo el muchacho de la gorra—. Aquí nos vemos, y gracias. —Dio media vuelta para comenzar a caminar, meneando una de sus manos. La calle estaba despejada, así que la cruzó—. Nos vemos.
—Claro que nos vemos —masculló Kena, levantando una delgada ceja.
—¡Adiós, amigo Ilev! —exclamó Kora con una mueca de júbilo y meneando su manita.
Jesús estaba llegando con sus intrigados amigos, cuando, antes de irse, las hermanas apreciaron el cielo una última vez. Dieron media vuelta y avanzaron sin dejar de ver ese color cerúleo que las maravilló. Iban hacia el portal por el que vinieron, que seguía abierto a un trecho de allí, escondido, donde nadie pudiera cruzarlo u observarlo.
—Aquí el cielo es brillante, ¡me encanta! —expresó Kora, viendo unos cuantos cúmulos de nubes—. Y aquí las nubes son níveas.
—Me pregunto cómo será de noche —dijo Kena, tratando de ver el dorado sol—. ¿Acaso oscuro?
—¿Y crees que haya de esas… estrellas?
—No, Kora, de esas sólo hay a la vista en el Castillo de la Muerte, todo siempre es cielo y nubes.
—Recuerda que las hay en el planeta Muértex. Además de que el Segundo Cielo está repleto de estrellas.
—Sabrá Kúame, porque yo no. ¡Vamos!
Tomó de la mano a Kora. Volverían dentro de “dos soles” —o mejor dicho: dos días— para salir con su nuevo amigo.

—¿Apoco las conoces? —quiso saber impaciente Aldo.
—¿Cómo se llaman? —inquirió Andrik con entusiasmo.
—¡Están bien bonitas! —dijo Lalito.
—Pero si a ti te gustan los hombres —soltó Kikín con una sonrisa burlona.
—¡No te estés mamando, pinche palo de escoba!
Jesús estaba callado, gritando de felicidad en su interior. ¡Tenía nuevas amigas! Un par de bellezas, literal, de otro mundo. No quería presumirles, pero ganas no le faltaban.
—Son unas amigas —repuso, solemne, provocando que los demás guardaran silencio de súbito—. Se llaman Kora y Kena.
—Una se llama como “corazón” —observó Kevin—, ‘tá raro el nombre.
—¿Cuál es Kora? —preguntó Kikín—. ¿Y cuál es Kena?
—¡A Kikín le gustó la más chica! —Andrik se apresuró a decir, molestando a su amigo.
—Pues esa es Kora —indicó Jesús, sonriendo; y con malicia agregó—: La que me abrazó.
Aldo levantó sus verdes ojos ignorando el celular por un momento.
—Presenta, Jesús —dijo—. Pero a la que está bien buena. La otra está bien tabla.
—Buenas mis nalgas —replicó Jesús enarcando las cejas—. Son mis amigas, consíganse las suyas.
—Al chile está bien buena la que te habló —dijo Kevin.
—La que estaba ‘chichona’ —agregó Lalito.
—Pinches calenturientos —espetó Jesús (por suerte no se mordió la lengua).
—Sí les hago un hijo —dijo Aldo.
—Sí me los madreo a todos por andar diciendo pendejadas, pinches huercos calenturientos. —Jesús se sentó entonces, volviendo un poco la vista hacia la esquina, pero sus nuevas amigas… ya no estaban.
—A mí sí preséntame una —dijo Kevin—, Aldo na’más dice y luego ni les saca plática.
—¡Tú tampoco, mentiroso!
—Mejor ni se las presento —sentenció Jesús—. Aparte, a Kikín na’más le gustaron porque una está ‘chichona’…, y a ustedes también. ‘Nembe’, mejor no, ¿pa’ qué?
—La que está ‘chichona’ es la grande —dijo Lalito—, a Kikín le gustó la otra.
—¡Ahí está! —exclamó Kikín—. Me gustó Kora, la otra no.
—Ay, Jesús —dijo Aldo, burlón—, ¿tú qué les vas a hacer? ¡Nada!
Jesús chasqueó la lengua, indignado.
—Tú qué sabes —replicó—, en una de esas hasta les hago un hijo, neta.
Pasaron un buen rato hablando puras idioteces respecto a la inesperada aparición de las chicas, diciendo cosas morbosas, de mal gusto o teniendo pensamientos un tanto lascivos, porque no tenían nada mejor qué hacer, no estos estúpidos adolescentes. Empero, Jesús sí tendría algo que hacer el próximo martes (o murtaíd para las Dózart): sus nuevas amigas lo esperarían a la puesta de sol, listas para conocer la ciudad natal de la Reencarnación de Ilev. Esto le emocionó y también lo puso nervioso, nunca antes había salido solo junto a dos amigas. ¿Se mostraría tímido?, pues le rogaba a Yahvéh Kúame que no fuese así, y de paso le rogaba a Yhaváh Soid y a Dios por si no era suficiente —y si conociera que también se le llama Jhavâh Güoh, igual le rogaría a él—, aunque eran el mismo ser.


–✯–
Como era de esperarse, no se peinó, «¿Para qué?», pensó Jesús, por lo que llevaba puesta la gorra, con la visera de color gris hacia atrás. No era como que llevara, hoy martes, su mejor ropa, porque no tenía buena ropa y la mayoría de sus prendas eran heredadas, y estaban raídas y hoyosas. No le había dado hora de llegada a su madre y tampoco se llevó el celular. Confiaba en que Kora y Kena fueran buenas personas, no como quien lo atacó.
Ellas estaban allí, puntuales, vistiendo bonitas ropas y con el cabello recogido; aunque la más pequeña lo tenía algo corto y sólo dos largos mechones negros y sedosos le caían por cada hombro hasta sus incipientes pechos. Le produjeron a Jesús una inexplicable felicidad, pues se veían bastante lindas. Le sonrieron cuando lo vieron acercarse, con aire apenado, pero dispuesto a no echarse para atrás.
Kora comenzó a retozar cuando ya estaba demasiado cerca, y aun así comenzó a llamarlo.
—¡Ilev! —profería—. ¡Amigo! ¡Ilev!
Jesús se paró frente a ellas, esbozando una tímida sonrisa, se palpó la nuca con nerviosismo.
—B-buenas tardes —saludó.
—Supongo que sí —dijo Kena viendo hacia arriba—, el clima es agradable y el cielo de aquí es brillante y colorido.
—¡A mí me encanta! —declaró Kora—. ¡Qué bueno que viniste!
—Sí —dijo el muchacho—, pero ¿adónde vamos?
—Tú vives aquí —dijo seria Kora—, nosotras no sabemos.
Jesús se quedó callado por un momento, y las chicas esperaron pacientemente, observando el cielo.
«¡Puta madre! Sí cierto —pensó él—, pero ¿adónde las llevo?»
Le pasó por la cabeza llevarlas a la Miscelánea Junior, donde había máquinas de arcade, sin embargo, le pareció grotesco que estuviesen matando zombis en The House of the Dead III —tal vez Kora se asustaría cuando viera aparecer en la pantalla a ese jefe de seguridad gigante con aspecto zombi—, además, ellas no sabrían hacer los ataques especiales The King of Fighters 2002: Challenge to Ultimate Battle, el videojuego de lucha que solía jugar con su buen amigo Juan Ángel Tacho Morales. (Asimismo, no quería llegar a la miscelánea y que, como de costumbre, el dueño le volviese a preguntar por su exnovia Jessamyn). Y la verdad era que Jesús no tenía dinero, y los purateos que las chicas trajeran no servirían.
—¿Como qué quieren ver? —preguntó esperanzado por cualquier respuesta.
—Pues el cielo estará en el mismo sitio —dijo Kena—, vayamos a cualquier lugar.
«¡¿Adónde?! —pensó desesperado Jesús—. ¿Cuál es cualquier lugar?»
En lo que pensaba decidió caminar para aparentar que había escogido un lugar, así que fue como regresando a su casa, yendo por la destartalada banqueta de la calle Emiliano Zapata.
—Vengan —dijo a las chicas y éstas lo siguieron.
—¡Kena, mira hacia allá! —exclamó Kora señalando el horizonte.
Al final de la calle se hallaba una gran casa, y sobre ella se ocultaba el Sol tiñendo de arrebol todas las nubes de su cercanía. La luz de la tarde había adoptado un color dorado en el occidente. Lo que dejó asombradas a las akertanas. (La puesta de sol en su mundo era por mucho diferente, allá también se ocultaba en el horizonte la bola de energía que iluminaba la tierra, su sol —brillante, de color gris—, sin embargo, ni el cielo grisáceo ni las nubes color carbón cambiaban de color de esa manera cuando se ocultaba su astro de norte a sur).
—Es hermoso —dijo Kena, y sus ojos color avellana rutilaban a la luz del Sol—, este mundo es hermoso.
Jesús sonrió un poco, observando el color arrebolado del horizonte.
«Este mundo se está yendo a la mierda —pensó—, pero no deja de ser hermoso.»

Siguieron caminando; en silencio, porque Jesús no sabía qué decir. Además, ellas no hablaban. Unos minutos después pasaron a un costado del Cementerio Municipal Número 2. Jesús sintió escalofríos, recordando lo que le sucedió la noche que Dark-Dusk lo atacó. Terminó por contarles eso a sus nuevas amigas, las cuales quedaron sorprendidas. Les contó lo sucedido en el Demoroth, y cómo conoció a Vanaih Vahnark —a quien casualmente Kora y Kena conocían—, sobre cómo conoció a los reyes Chocadre Olbatas y rey Cohakuu Kusonhre, y cómo volvió a casa. Cosas que les interesaron a ambas hermanas. Ellas le explicaron que había muchos Demonios Oscuros cuyos alias llevaban la palabra “Dark”, fuesen mujeres u hombres, así que no sabrían quién lo atacó. Kena explicó también que si el alias llevaba “Dark” se trataba de un demonio de alto rango, a diferencia de si llevaba “Black”. Jesús no era para decirles el nombre de su atacante por si de casualidad la conocían, puesto que seguía sin poder recordar el nombre de Mace Noher.
En el camino —que tomaron debido a que Jesús decidió llevarlas a la Plaza Principal— se hizo de noche, el cielo se tiñó de negro y las titilantes estrellas lo tachonaban. Aún había nubes que pasaban como fantasmas pálidos a través de la brillante luna menguante.
Kena miró con asombro aquel resplandeciente cuerpo celeste blanquecino, e inquirió:
—Ilev, ¿qué es eso en forma de arco en el cielo?
—Ah, es la Luna, nada más que tiene fases. Esa no sé cuál sea.
—Oye, Ilev —llamó Kora—, ¿verdad que los puntos que centellean son lo que se llaman “estrellas”? Si no lo son, ¿qué cosa son?, dime, por favor.
—Sí son estrellas —respondió Jesús—, aquí se ven mejor en las noches…, bueno, si es que las nubes no las tapan. Y creo que ya se está nublando.
—¡Sabes mucho! —exclamó Kora, balanceándose en el destartalado bordillo—. Supongo que las estrellas sí están detrás, por eso las nubes las cubren, ¡y a la Luna!
Jesús levantó la vista apreciando el cielo nocturno parcialmente nublado y suspiró.
—Pues es que las estrellas están a millones de kilómetros —dijo—. Creo que hasta podríamos estar viendo una estrella que desde hace mucho ya murió y ni cuenta nos daríamos.
—Vaya —dijo Kena con voz queda—. Este mundo de verdad es maravilloso.
Durante todo el camino las chicas se la pasaron haciendo preguntas que Jesús con gusto les respondió. («¡¿Qué es eso?!», preguntó Kora cuando vio una bicicleta). Casi todas las preguntas estaban relacionadas con las cosas extrañas y desconocidas del lugar, cosas comunes que señalaban. En una ocasión, Kena riñó a su hermana por ello.
—¡Es de mala educación señalar con descaro, compórtate!
—Ajá —dijo indignada Kora—, pero si tú has hecho lo mismo con esa ‘motoricleta’.
—Motocicleta —corrigió Jesús, riendo por lo bajo.
En su trayecto a la Plaza Principal —adonde ya estaban llegando— los peatones que pasaban a sus costados miraban a las hermanas, ya que su belleza era exorbitante. Aunque Jesús pensó:
«Les ha de sorprender que alguien como yo vaya con mujeres como ellas.»
Finalmente llegaron a la Plaza Principal, la plaza Plutarco Elías Calles.
Al ver el lugar, Kena reparó en todo lo que había.
—Es como la plaza Karóer Shakizu —comentó—, sólo que más pequeña y distinta. Aquí las luces no son de fuego oscuro. Es sorprendente lo que hacen los mortales.
Cuando las chicas vieron la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe pensaron que era un pequeño palacio, lo cual le causó gracia a Jesús y les explicó qué era. Como ninguno traía pesos mexicanos sólo dieron vueltas por toda la plaza, observando en silencio lo que había; mientras Kora perseguía palomas. En varias ocasiones atrapó un par de ellas, y Jesús se alarmó cuando levitó para seguirlas en vuelo sobre el quiosco, por lo que Kena reprendió a su hermana obligándola a no apartarse del suelo.
Jesús no tenía ningún buen tema de conversación, pero encantado respondía lo que le preguntaban.
—¿Y cuántos años tienen? —preguntó él cuando se hallaban sentados en las escaleras del quiosco.
—Ahm… —dijo Kena—. Yo nací el siete de sémsert del año 5287, tengo dieciséis años.
«Es de mi edad», pensó Jesús con interés.
—¡Y yo… nací el cuatro de semócniz del año 5289, tengo catorce años!
«Catorce años —Jesús pensó a su vez—, y se ve más chiquita.»
Jesús les dijo que tenía dieciséis años, pero que el próximo mes cumpliría diecisiete.

«ZAAAH ZAZAAAAH ZAAAAAH»
Comenzó a llover, por lo que algunas personas se fueron, sin embargo, ellos se quedaron.
«¡DOM!»
—¡Se está cayendo el cielo! —Kora se alarmó al asustarse por un trueno.
—No —dijo Kena viendo hacia arriba con recelo—. Por los rayos y truenos parece que hay una pelea allá.
Jesús estaba a punto de estallar en risas. Se enjugó el agua del rostro con la mano y, con calma, les explicó qué era.
—Esto es agua, está lloviendo. Es lluvia, no se está cayendo el cielo ni están peleando.
—¡Ya veo! —voceó Kora—. ¡Es una regadera celestial! Ven, Ilev. —Tomó de la mano a Jesús, llevándolo debajo de la fresca lluvia.
—Kena —llamó Jesús—. Ven a bañarte con nosotros.
La chica se irguió, levantándose la blusa hasta arriba del pecho, mostrando un bonito sostén negro.
—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamó Jesús, aturdido.
Por lo que Kora soltó una dulce y agradable risita.
—Si te bañas en la lluvia, no te quitas la ropa —soltó él.
—Qué desperdicio —refunfuñó Kena acercándose a ellos, sintiendo las gotas caer y acariciándole el rostro, lo que le provocó que esbozara una sonrisa de felicidad.
Su pequeña hermana retozaba, reía y gritaba jubilosa, haciendo sentir gustoso a Jesús con tan sólo verla, y no tardó de ver así a la seria de Kena, que ya no se veía tan seria. Ambas estaban rebosantes de alegría por vivir un momento tan peculiar.
En este momento, al muchacho le vino a la mente la canción Raindrops Keep Falling on my Head de B.J. Thomas; y si hubiese tenido con qué reproducirla lo habría hecho.
Las chicas danzaron en la lluvia, la primera lluvia de agua que veían. Una gélida brisa comenzó a soplar, mientras las gotas caían y caían. Jesús quedó cautivado por las alegres risas de las hermanas. Ese sonido y el de la lluvia azotando el suelo eran reconfortantes. Se quedó parado, inmóvil, sólo observándolas divertirse…, como si no se hubiesen divertido en mucho tiempo… o nunca, pero, hoy estaban radiantes. Para Jesús se veían más hermosas sonriendo de esa manera, con sus caladas cabelleras meneándose con cada movimiento que hacían.
—¿Qué haces allí parado? —Kena le reprochó a Jesús—. ¡Acércate con nosotras!
Las chicas asieron de los brazos al muchacho, incitándolo a seguir bailando bajo la lluvia.
—Disfruta el momento, Ilev —dijo Kora.
—Bueno… Eh, pero me llamo Jesús, no Ilev. ¡Jesús!, con acento en la U.
—Jesús —musitó Kena viéndolo al rostro.
—¡Entonces sigamos jugando bajo la lluvia, Jesús! —clamó Kora abrazándole el brazo derecho a Jesús.
Y continuaron bailando hasta que dejó de llover y decidieron regresar. Ya en el camino de vuelta, Jesús les habló sobre cómo se producía la lluvia, y las chicas se sorprendieron al saber que las nubes eran masas de vapor de agua suspendidas en la atmósfera, que se formaban luego del proceso de condensación; y le aseguraron a Jesús que, por alguna extraña razón, eso no sucedía en el Olámtox, aun cuando contaban con el Shyensh Avográh, el Sol Gris.
En la esquina de la manzana donde vive Jesús se despidieron de él con un abrazo. Fue un hasta pronto, pues se verían un día antes de la fiesta que organizaría el Rey Kusonhre, ya que ellas lo invitaron a pasar una noche en su casa, en el pueblo Nergya.

 Fue un hasta pronto, pues se verían un día antes de la fiesta que organizaría el Rey Kusonhre, ya que ellas lo invitaron a pasar una noche en su casa, en el pueblo Nergya

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Ilev -Dark Glow- I. El estado Dark WildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora