VI ★ Rey Demonio de Energía Oscura

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Aquel guardia regresó muy pronto

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Aquel guardia regresó muy pronto. Frente a él venía un hombre que vestía majestuosas y finas ropas con guarnición de metales preciosos; llevaba en la crisma una delgada corona de narug con tres gemas de color gris azulado, circulares y refulgentes. Era la corona Nahrgur.
Vanaih lo reconoció, lo había visto un par de veces, aunque fuese de muy lejos o en imágenes de libros de historia, del periódico, en revistas y carteles.
«Se parece a Richard Kruspe», pensó Jesús, muy sorprendido.
Era el rey Chocadre K. Olbatas III, Rey Demonio de Energía Oscura.
Se trataba de un hombre muy apuesto que mantenía el rostro severo. Era más alto que Kórud. Un hombre muy distinguido y de porte elegante que se veía imponente portando esa toga negra.
—Bienvenidos a mi castillo —dijo con voz tranquila al detenerse frente a Vanaih y Jesús, fijando en ellos sus ojos color violeta, manteniendo la cara en alto.
Jesús estaba entre gente más alta que él, se sintió pequeño con su altura que apenas pasaba de uno sesenta. Tenía que ver un poco hacia arriba para verles las caras a los demás.
El Rey Olbatas reparó en la vestimenta de Jesús, percatándose de que, en efecto, no era de este mundo. Lo escudriñó un momento mientras Kórud y Vanaih se prosternaban.
—La hija de Rámcuan —dijo su majestad al verla —. Qué curioso que la hallaran en mis dominios y no en tierras eleiyanas.
—Quien la encontró fue él —declaró Vanaih señalando a Jesús con un movimiento de cabeza.
—¿Es así, muchacho? —inquirió el rey, fijándose en Jesús.
—S-sí, fui yo…, estaba desmayada, y sigue desmayada.
Jesús no pudo evitar sentirse estúpido con su respuesta.
—Vaya problema —suspiró Olbatas. Hizo un ademán para que Kórud se acercase—. Vuelve a tu puesto, esto tiene que ser… privado. Aquí los caballeros presentes y yo tenemos algunas cosas de qué hablar. ¿No es así, zagales?
—Sí, su majestad —repuso Vanaih inclinando la cabeza un momento.
Jesús frunció el ceño, preguntándose qué eran “zagales”. En eso, Kórud hizo una reverencia con la que casi tocó el suelo y salió rumbo a las escaleras que bajaban al sótano.
—¿Desean sentarse o prefieren estar de pie? —preguntó el rey.
Jesús estaba mudo. Por suerte Vanaih no, y no sería tan descortés como para no responder, así que dijo:
—Por favor. Espero no sea una molestia que nos sentemos. Hemos caminado desde el Demoroth y tomamos el Paso de Kírdum. Supe de inmediato que era menester que usted estuviese enterado de esto, como soberano de esta región y líder de mi clan. —Se inclinó como pudo, con la señorita Kare todavía entre brazos.
—Dime, muchacho, ¿cuál es tu nombre? —quiso saber el rey Olbatas.
—Mi nombre Vanaih Vahnark, hijo de Devanaih Vahnark; de los Vahnark que residen en la linde del Demoroth desde hace ya varias Edades.
—Conozco tu apellido, mas no a tu padre, Vahnark. Ni tampoco a tu familia.
»¿Y cuál es tu nombre?
—M-me llamo Jesús Naranjo…, soy un terrícola, n-no soy de aquí.
—Algo me dijo ese guardia, sí. ¿Conque un terrícola? Del planeta Tierra, ¿cierto?
Jesús asintió rápidamente con la cabeza, por poco se le cayó la gorra.
El rey parecía un poco sorprendido.
—¿En tu planeta abunda la tierra aun más que el agua?
—Pues se ve que es más agua —explicó Jesús rascándose la sien, nervioso—, pero quién sabe si haya más tierra que agua.
—Uhm, ya veo. Pero bien, lo que es importante en este momento es que me expliquen qué hace aquí la señorita Rámcuan.
Ninguno dijo nada, y cuando Vanaih iba a hablar…
—Síganme —indicó el rey. Entonces caminó hasta la puerta, y los otros dos lo siguieron—. Adelante, avancen, no vayan a perderse. Iremos al comedor.
—Nosotros lo seguimos con gusto —dijo Vanaih—. Es un honor ser guiado por usted, mi señor, un gran honor, así como caminar por sus pasillos.
El rey no dijo nada, sólo caminó. Los condujo al comedor luego de haber pasado junto a una cantidad exorbitante de pasillos estrechos y anchos, todos con relucientes pisos blancos y paredes grises, con cuadros a los lados y adornos preciosos. Al entrar al amplio comedor, el rey se sentó en su silla de respaldo alto, decorada con oro y plata, al final de la larga mesa que había en el centro.

«PACHIN»
Hubo un chasquido de dedos. Recibida la orden, uno de los Sirvientes del Rey se acercó de inmediato, inclinando la cabeza a la altura de la boca de Olbatas. A lo que éste, con voz firme, ordenó:
—Ahora mismo lleven a la señorita a la Casa de Sanación.
Su sirviente asintió en silencio, irguiéndose de nuevo, y con una seña notificó a sus compañeros para que se encargaran; entre cuatro Sirvientes del Rey se llevaron a la señorita Kare acostada sobre un lienzo gris, desapareciendo tras una gruesa cortina roja.
—Tomen asiento —dijo el rey a los muchachos.
Vanaih y su anonadado acompañante se sentaron a los costados del rey.
—Ahora sí, cuéntenme qué ha pasado, explíquenme qué hacen en mi reino un terrícola y la hija de un Ángel de la Muerte.
Jesús no sabía ni por dónde empezar o si debía confesarle al Rey Olbatas que suponía ser la reencarnación de Ilev. Sentía que todo se le revolvía en la cabeza, atontándolo aún más de lo tonto que suele ser a menudo.
«PACHIN»
Jesús salió de su ensimismamiento cuando hubo otro chasquido de dedos. Pensó que el rey había chasqueado los dedos para que contara lo sabía, pero para su sorpresa no fue así, y se quedó con la boca abierta. Olbatas estaba dándole una orden a los cocineros. Así fue que delante de ellos pusieron bandejas de plata con distintos platillos. Platillos que desprendían olores deliciosos que Jesús jamás en su vida había percibido, y se le alegró el olfato y se le abrió el apetito. Casi toda la mesa fue llenada de bandejas, aunque fuesen sólo tres comensales.
—Nada mejor para contar historias que acompañarlas con una buena comida —manifestó el rey.
—Ya lo creo, su majestad —dijo Vanaih con una sonrisa.
—Sí —musitó Jesús, cohibido, con la cabeza gacha, observando todo cuanto había en las relucientes bandejas.
—Bien —dijo el rey —. Si gustan pueden comenzar a comer, sólo les pido que hablen ya.
Vanaih dio las gracias y comenzó a comer, como si hacía mucho que no comía o… como si no comiera este tipo de comida muy seguido; de todos modos, sabía que quien debía contar lo ocurrido al rey era Jesús. Éste contó todo con lujo de detalle, causando una leve impresión en el Rey Olbatas, el cual escuchaba atento, en silencio, mientras comía. El terrícola habló y contó todo, aun pese a que la timidez lo invadía. Habló y procuró comer, para cesar un poco su constante hambre. Y claro que habló sobre Dark-Dusk (aunque omitiendo su nombre porque seguía sin recordarlo); cosa que sorprendió al rey. Luego de un rato, Jesús concluyó en su encuentro con Vanaih y su petición de ser transportado de vuelta a su mundo, a su planeta natal.
—¿Es todo? —preguntó Olbatas al final.
—S-sí, ya es todo…, señor.
—Como te ha atacado alguien de mi raza —dijo el rey— y supongo que fue una mujer de mi clan, te concedo que uno de mis portaleros te llevé de vuelta a tu hogar. —Se volvió a Vanaih—. A ti te quiero pedir un favor, Vahnark.
—Lo que usted mande y ordene, su majestad.
—Quiero que seas el encargado de llevar a la hija de Rámcuan hasta la región de Eléiyar, también que le lleves un mensaje de mi parte al Rey Kusonhre y vuelvas con su posible respuesta.
—Será un honor, mi señor —dijo Vanaih levantándose para hacer una reverencia.
—Ve a la Casa de Sanación —indicó el rey—, dile al jefe de los sanadores que te llevarás a la chica, estaré contigo cuando hayan llevado al señor terrícola a la Central de Portales de Eo.
Vanaih hizo otra reverencia y luego se irguió, sin dejar de mirar a Olbatas.
—Enseguida cumplo con lo que me ha pedido. —Entonces pasó por detrás del Rey Olbatas y tocó el hombro derecho de Jesús, a quien le dijo—: Fue un placer conocerte, Ilev —dio un respingo y enseguida agregó—: ¡Quiero decir!: Jesús Naranjo. Ha sido un placer, Naranjo.
Jesús no supo qué decir, temió un poco por sí mismo, no obstante, el rey los miró con cierto recelo.
—Detente —dijo éste a Vanaih—. ¿Por qué le has llamado Ilev?
Vanaih vaciló un momento, sin embargo, no le quedó de otra que responder con sinceridad.
—Quien atacó a Naranjo lo ha llamado “la Reencarnación de Ilev” —explicó—. Disculpe que no le hayamos hecho saber eso antes. Aquella mujer lo llamó así cuando lo atacó, así que, se haya enterado por como se haya enterado, supongo que atacó a este terrícola esperando que le mostrara su poder oculto. Podría tener… el espíritu de Ilev.
—¡¿Él es Ilev?! —se preguntó el rey con los ojos bien abiertos—. ¡Vaya noticia de la que me vengo enterando! ¡Este terrícola sentado a mi mesa es el legendario y poderoso Ilev!
—¡¿Usted cree que sea cierto?! —inquirió Vanaih.
—Ya lo creo —repuso Olbatas. Después, como para sí mismo, dijo—: Pero si Demazasi me lo había dicho hace unos meses, dijo que el Gran Azrael confirmó que una de las reencarnaciones de Ilev se daría a conocer en esta Edad, que Kúame así lo quería, y el Todopoderoso Kúame no se ha de equivocar jamás.
»¿Crees ser tú la reencarnación de Ilev?
—No sé —dijo Jesús con nerviosismo.
—¿Podrá ser? Dime entonces, ¿naciste en el 5286 de esta reiniciación del calendario? ¿O en qué año naciste?
—Nací en el año 2003.
—¿Cuántos años tienes? —insistió el rey al no entender.
—Voy a cumplir diecisiete años el mes que viene.
—Ya veo. Naciste, sí, en el año 5286 de esta reiniciación del calendario, en el mes de semzéid.
Jesús no supo cómo reaccionar. En especial por ver la cara de su majestad, que decía para sí—:
—Los dígitos entre sí suman veintiuno, y los dígitos de veintiuno suman tres, como la Khashlush. ¡Acerté, estaba en lo correcto! —Se levantó.
Y Jesús lo imitó, comiéndose rápido un último pedazo de pollo. Olbatas le extendió la mano y Jesús se la estrechó.
—Es un honor poder conocer al poseedor del alma de quien fue mi tío abuelo. Pero no creo que conozcas las leyendas, dijeron que reencarnarías en un planeta muy remoto.
Tras una seña del rey, Jesús empezó a andar tras Vanaih, quien tampoco sabía cuál era el camino a la Casa de Sanación. Por suerte, el Rey Olbatas les dijo:
—Sigan en línea recta, por favor.
Éste no podía dejar de ver a ese bajito y flacucho joven que a simple vista parecía no tener nada en especial, empero, poseía el espíritu del Legendario Ilev.
«¿Así que este es el nuevo Ilev? —pensó mientras caminaban, y no pudo ignorar que por la mente y el corazón le pasaron pensamientos despectivos y de desagrado—. Es éste el poseedor del inmensurable poder del Demonio Legendario. ¡El mismo despreciable ser que provocó… la destrucción del Ollitsahc-ed-Nergya, el castillo de mi abuelo! ¡Tiene el espíritu de quien derrotó a mi querido abuelo como a un vil debilucho! Pero, si logro ponerlo de mi lado y su poder oculto no mengua, mi reino sería el más poderoso, aun si llegase a aparecer el Blanco.»
Olbatas sonrió feliz, pues con el poseedor del alma de Ilev de su lado, en su clan, sería el Rey Akertano más poderoso de todo el Mundo Oscuro. Le encantaría ser la envidia del Rey Kusonhre y la admiración del Rey Refáider.

El rey los condujo por diversos pasillos, luego de llegar a una pared, yendo de aquí para allá hasta entrar a un salón como una catedral, con el techo muy alto y adornos relucientes como gemas de estrellas; las paredes, blancas y grises, tenían pilares y cuadros. Ya estaban muy cerca de la Casa de Sanación, sin embargo, se detuvieron frente a una puerta doble. De la cual salió uno de los sirvientes del castillo, dándole paso a dos mujeres. Jesús quedó impresionando por su extrema belleza.
Vanaih sólo hizo una acentuada reverencia, y con un toque en el hombro incitó a Jesús a que hiciera lo mismo, y así lo hizo.
—Reencarnación de Ilev —dijo el rey.
Por lo que Jesús levantó la mirada. Las dos mujeres se sobresaltaron, un tanto perplejas.
—He aquí a mi esposa y a mi hija.
Jesús, a decir verdad, no supo cuál era cuál, porque ambas se veían jóvenes y se parecían mucho. Aunque una era más alta que la otra. Ambas sonreían.
El Rey Olbatas se puso a la derecha de su mujer y le rodeó los hombros con el brazo, y dijo:
—Te presento a la hermosísima reina de este castillo y de mi corazón.
—Kihrian Olbatas, mucho gusto.
Era una alta mujer de bellos ojos plateados y largos cabellos grises, de los cuales varios mechones eran unas bonitas trenzas. Tenía un cuerpo excepcional, era delgada, pero voluptuosa; llevaba un vestido muy fino, de un color tan negro como el cabello de su marido, un elegante vestido con joyas grises, brillantes y preciosas como el sol de este lugar. Pero no se compraban a las gemas que refulgían en la delgada corona negra que portaba en la frente. La corona Nahrgurah, gemela de la corona Nahrgur.
—M-mu-mucho gusto, soy Jesús… Jesús Naranjo… l-la reencarnación de-de Ilev.
Vanaih dio un paso al frente y no tardó en hacerle una reverencia a la reina, exclamando:
—¡Salve, Reina de la región de Nergya y esposa de su majestad el Rey Olbatas!
—Por poco y olvido que sigues aquí —dijo el rey—. Puedes retirarte a la Casa de Sanación, en un momento estamos contigo, vete, es en la puerta detrás de ti.
Vanaih hizo un gesto de asentimiento y dio media vuelta.
—Nos vemos, Naranjo —dijo y se marchó, compungido.
—Ahora, señor Ilev —habló de nuevo el rey—, te presento a mi primogénita e hija única.
—Kurhia Olbatas, es un placer, honorable señor Ilev —dijo la princesa. La doncella más hermosa del reino; tenía un cuerpo escultural como el de la madre, y un largo y sedoso cabello oscuro con mechones grisáceos.
—Gusto mucho —balbuceó Jesús, abochornado, perdido en aquellos bellos y brillantes ojos que eran azules como en el mar de su mundo— ¡digo!, mucho gusto…, pri-princesa Kurhia.
Ella, tan linda, esbozó una linda sonrisa que con extrema felicidad le atravesó el corazón a Jesús. La reina también sonrió, y el rey le dio un efusivo beso en la cabeza.
Como en la mayoría de veces, Jesús no sabía qué decir y volvió a enmudecer, por lo que hubo silencio en lo que miraba a la familia frente a él. Pero el rey dijo:
—Vayamos a ver a la hija de Rámcuan.
—¡Es cierto! —exclamó la Princesa Kurhia—. Nosotras nos dirigíamos hacia allá.
—Vamos, cariño —dijo la reina—. Señor Ilev.
Jesús asintió con frenesí y de inmediato los siguió, y mientras caminaba, la señorita Kurhia le sonreía con ternura, echándole curiosas miraditas, lo que lo ruborizó.

Se acercaron a la puerta principal, que a Jesús le pareció majestuosa y preciosa. Era muy alta, en forma de arco y con figuras de eneroth de la familia real, desde Fure Olbatas Azuta hasta Kurhia Olbatas Acrobedo. Maravillaron al muchacho. Al salir se encontraron con un bonito jardín de pasto café verdoso y flores plateadas. Había gente que iba en tropel de aquí para allá, todos al servicio del Rey Olbatas. Los akertanos a simple vista no distaban mucho de algunos habitantes de la Tierra.
Desde aquí se podía apreciar el rutilante cielo nublado, y las luces de todas las casitas que había abajo, bajando unas largas Escaleras de Madur que iban del castillo al pueblo.
El Rey Olbatas se adelantó, extendiendo los brazos en alto.
—¡Habitantes del pueblo de Nergya! —gritó llamando aún más la atención de todas las personas, se volvieron a él y guardaron silencio—. ¡Les presento al señor Jesús Naranjo!
Todas las miradas se fijaron en el nervioso y apenado muchacho que estaba tan rígido cual estatua. Por un momento todos pensaron que por su aspecto era un etreumujyin de pelo negro.
—Me honra decir que él es… ¡¡la reencarnación de Ilev!!
Por un par de segundos hubo un silencio sepulcral, pues aunque fuera el monarca quien lo dijera, no parecía más que una broma de mal gusto.
—¡Es el auténtico, y me consta a mí, su rey! —vociferó Olbatas.
Ora hubo silencio, ora se desataron vítores por todos lados, y la noticia se difundió entre cuchicheos por las escaleras hasta el pueblo mismo. Así y así más y más demonios fueron enterándose de la presencia del auténtico Heredero de Ilev en el Ollitsahc Fure O-Azuta. Los akertanos pululaban. Y hubo más gritos de sorpresa, y hubo hurras, y las aclamaciones fueron en aumento, así como la algarabía («¡¡Ha renacido»; «¡¡Ilev!!»; «¡¡Ha reencarnado!!»; «¡¡Bendito sea Kúame!!»; «¡¡Es el de la leyenda, el Demonio Legendario!!»; «¡¡Es él, es Ilev!!»; «¡¡Ha renacido para buscar a su amada!!»).
La multitud de demonios se hacinó en las puertas del castillo para conocer y estrechar la mano del Portador del Alma de Ilev, porque todos creían con fervor la tan famosa Leyenda de Ilev. Vaya jaleo se armó. En cuestión de segundos Jesús se hallaba estrechando manos y recibiendo besos en los dorsos de las manos, le tocaban los hombros, el pecho y la frente, como si fuese el Mesías.
—¡Sélom, Heredero de Ilev! —exclamaban algunos.
—¡Sélom, Ohredehreh ed Ilev!
—Bahujavá, thu’Ilev Yuhesh —decían otros.
—¡Bienvenido sea, Portador del Espíritu de Ilev!
—¡Odinevneib aes, Rodatrop ed le Utihrípse ed Ilev!
—¡Enhorabuena ha resucitado el más poderoso de los Hijos de Nergya! —gritaban unos cuantos.
—Naihonhre, nýw Ïlëv, suaaeht wiht ihnu lethatha.
—¡Suerte en encontrar a la Reencarnación de Anadri!
—¡Que el Blanco no obstruya tu anhelo de amor!
— Thanks, Kúame! Welcome, new Ilev.
—Ehq Anadri y út es nehrtneuhcneer, somehrepse ehq Kúame ísa ol eesed, ¡etreus!, Nóicanrahcneer ed Ilev.
La gente no hablaba sólo oiralétir, también jorenyipgo, éirrenglet y mekishkiano e inclusive onamík. Jesús apenas y entendía unas pocas palabras entre todo lo que se hablaba, era muy difícil percibir bien una oración en este inmenso e intenso rumor. Que no duró más de un par de minutos, porque el Rey Olbatas levantó una mano y de ella desprendió un sinnúmero de chispas de luz, todas negras, que se elevaron muy alto en el cielo.
—¡¡SILENCIO!! —voceó con ímpetu, ahogando las voces de todos en lo absoluto.
Regresó el silencio sepulcral.
La multitud retrocedió, se alejaron del perplejo y anonadado Jesús, y todos le abrieron paso al rey y a su familia y a la Reencarnación de Ilev, mientras estos se dirigían a un edificio de muros blancos, parecido a un torreón y con aspecto semejante al de una lujosa y elegante casa, al costado izquierdo del castillo.
Jesús levantó la mirada fijándose en el rótulo grabado en la piedra color nieve, en donde se leía: «Asahc ed Nóicanas». Estaba escrito en mekishkoghengo. Y al no saber pronunciar ese idioma, de forma errónea, leyó: «‘Asak’ ed ‘Noikanas’»; por suerte lo leyó en su mente, y que él supiera aquí nadie sabía leer mentes.

Entraron a una bonita estancia, era la Sala de Espera; había asientos marrones de madera con terciopelo negro yuxtapuestos a las paredes. Al fondo se hallaba un mostrador de piedra grisácea, y detrás estaba sentada una joven y hermosa mujer que vestía una túnica blanca con negro ceñida por listones plateados, como los que le colgaban del cabello; recogido por un moño plateado. Al verla, Jesús reparó en el labial negro que llevaba. La mujer se puso de pie y rodeando el mostrador para hacerle una reverencia a la familia real, con las manos en los gruesos muslos.
—Bienvenidos, mis señores —dijo con tono amable—, señorita e Ilev. ¡Buena es la noche, mas no la inesperada llegada de la señorita Kare! Si me lo permiten, los conduciré adonde se encuentra. —Notó un gesto severo en el rey, lo que le provocó un respingo—. ¡Ah! S-sí, y-ya voy, sus majestades, lo siento, por aquí, por favor.
El Rey Olbatas fue delante y entró, todos lo siguieron, incluyendo a la recepcionista. La habitación tenía paredes grises y una sola ventana, que daba al pueblo. La señorita Kare yacía en una gran cama. A un lado se encontraba el joven Vahnark; y Jesús se sintió aliviado de volver a verlo. Vanaih lo saludó con un movimiento de cabeza e hizo una reverencia para la familia real.
—¿Qué es lo que tiene? —quiso saber el Rey Olbatas, con aire serio.
La recepcionista se paró junto a la cama y dijo:
—Con seguridad puedo decir que está bien, aunque fue dañada con magia. Está inconsciente por efecto de un hechizo soporífero. Tras revisarla, columbro que en ella han usado… la maldición Ëxtorkqheö.
—Fue torturada —sentenció el rey; su esposa y su hija ahogaron un grito—. Un Mago Lóbrego o tal vez alguien que emplea la magia lóbrega. ¡Jum! —Se volvió a la recepcionista, a la cual intimidó con su semblante severo—. Deme pergamino y pluma, también un tintero, y algo con qué atar —indicó—. Vayamos al mostrador, enseguida.
Cuando regresaron luego de un momento, el rey llevaba en las manos un pergamino negro, envuelto y atado por un delgado listón rojo.
—Le entregarás esto personalmente al rey Cohakuu Kusonhre —le ordenó a Vanaih—, a nadie más. Que los sanadores de su castillo atiendan a la hija de Rámcuan, yo ya no puedo hacer nada, salvo entregársela. Cumple bien con tu cometido y serás recompensado, muchacho.
—Así será, es un honor —dijo Vanaih.
Jesús pensó que ya no se acordaban de él, salvo la señorita Kurhia, que seguía echándole miradas furtivas; por lo que Jesús se dijo: «¿Qué nunca había visto a alguien tan feo?»
—Señor Ilev —lo llamó el Rey Olbatas—, ¿gustas acompañarlo para conocer al Rey Kusonhre o es que prefieres volver ya a tu hogar? Me gustaría que Kusonhre te conociera y que conocieras el reino de la región de Eléiyar.
No hubo respuesta.
De súbito, Jesús revisó la hora en su celular —en su fondo de pantalla se podía apreciar a la seiyū Kaede Hondo sonriendo—, eran las 2:22 a. m. Caviló rápido y concluyó que tenía tiempo antes de volver a casa, antes de que su mamá no lo encontrara. No había por qué desperdiciar una oportunidad como esta.
—Sí —repuso extrañando a todos, incluso más que por haber sacado aquel artefacto desconocido para ellos—. Digo, sí quiero ir…, gra-gracias.
—De acuerdo —dijo el rey—. Diríjanse a la Central de Portales de Eo.
»Tú, muchacho —le indicó a Vanaih—, haz el favor de llevar a la joven Kare. Mi hija les mostrará el camino. Ve con ellos, Kurhia…, sin replicar.
Cuando Vanaih hubo tomado en brazos a la señorita Kare, la princesa salió en silencio, y tras ella Jesús. Vanaih se despidió del rey y la reina con una reverencia y los lisonjeó antes de salir. Fuera aún se aglomeraba la gente, no obstante, le abrieron paso a la doncella más hermosa del reino, que, en silencio y enfurruñada, se dirigía a la Central de Portales de Energía Oscura.
Comenzaba a creerse poco a poco lo que le estaba pasando, porque en definitiva no era un sueño. Jesús conoció a un Rey Demonio y en unos momentos conocería a otro, vería otro castillo y, por qué no, vería también más de las hermosas mujeres de este mundo…, ¡este extraño y tenebroso mundo maravilloso!

 Jesús conoció a un Rey Demonio y en unos momentos conocería a otro, vería otro castillo y, por qué no, vería también más de las hermosas mujeres de este mundo…, ¡este extraño y tenebroso mundo maravilloso!

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Ilev -Dark Glow- I. El estado Dark WildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora