XVI ★ El cumpleaños de Jesús

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Al volver al Érez, la vida de Jesús siguió siendo normal

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Al volver al Érez, la vida de Jesús siguió siendo normal. Todavía no pasaba ni una noche aquí y ya extrañaba el Olámtox. Por mucho le gustaría estar en Tannakert, en el Mundo Oscuro, y no en el estado de Tamaulipas, en la República Mexicana. Pero, no siempre se tiene lo que se desea. Cuando llegó a su casa, su mamá lo recibió dándole de comer, y se sorprendió porque Jesús no quiso. Estaba ahíto luego de haber comido tanto con los Vahnark. A Natalia le dio igual que su hermano mayor hubiese vuelto. Así, Jesús había vuelto a su rutina diaria de estar de holgazán con un libro o un manga en las manos (en este caso el libro que Venkoh le prestó).
Pasó la noche de hoy, miércoles (miortohaíd), recostado, pensando en todo lo que pasó mientras estuvo en aquel otro mundo. Ya quería volver. O al menos ver a sus nuevos amigos.
«¡Iremos pronto! Sólo que Kena se desocupe»: las palabras de Kora seguían resonando en su cabeza. Pero ¿cuándo sería “pronto”?
Jesús normalmente pasaba días, semanas o meses sin ver a algunos de sus amigos, y por vez primera ya no le importaba que algunos de sus amigos más cercanos tardaran incluso días en responderle los mensajes de WhatsApp. No quería hablar con nadie, mucho menos con quienes lo hacían sentir solo. Estaba más preocupado por volver a ver a Kora y Kena, a Vanaih y a Venkoh e incluso al simpático señor Vahnark.
El primer día del mes de octubre fue un día soleado, aunque con algo de viento y unas cuantas nubes grises en el cielo, sin embargo, aún podía apreciarse el azul intenso del Primer Cielo de este mundo.
¿Y si este día Kena se desocupaba?
Parecía estúpido, pero podría ser. Por lo cual Jesús no lo pensó dos veces y en la tarde fue a sentarse en una de las destartaladas bancas de concreto del campo de fútbol. Allí se puso a leer. Cada vez que le daba vuelta a una página levantaba la vista, esperando ver a las chicas paradas en la esquina, radiantes por volverlo a ver. Pasó más de una hora y no había señales de que vinieran o que estuvieran allí.
«No van a venir», pensó Jesús, cerrando el libro al final del capítulo doce, resignado a no verlas.
(El lado bueno era que había leído, con toda tranquilidad, cómo el rey Chocadre Olbatas I, la reina Erekkut Kusonhre y el rey Fairusu Refáider no pudieron contra el Krad Etreum, y cómo Ilev lo derrotó de manera épica al darle un solo puñetazo.)
Con el libro colgando en una de sus levemente callosas manos, Jesús cruzó la calle Emiliano Zapata doblando a la derecha por la destartalada banqueta.

—¡Jesús! —oyó gritar a la inconfundible voz de Kora—. ¡Jesús! ¡Jesús!
Jesús se volvió para asegurarse de que no lo estaba imaginando, pero por suerte era verdad. Allá estaban Kora y Kena, que se aproximaban a él. Tan pronto las vio, Jesús, exultante, corrió hacia la intersección de Emiliano Zapata y Abraham González. Estaban paradas sobre la quebrada acera cubierta de tierra, junto a un cartel amarillo con el nombre de las calles. De improviso, y con gran efusión, Jesús las abrazó, apretujándolas con cariño. Kora soltó una risita alegre y Kena se sorprendió, tanto que quedó con los ojos como platos.
—Es bueno verte. —Kora le dio un efusivo beso en la mejilla al muchacho y rio entre dientes—. Fu, fu, fu.
—¿Y este abrazo tan repentino? —dijo Kena con recelo.
—No, nada más —dijo Jesús—, es que tenía ganas de verlas.
—¡Yo también! Qué bueno que Kena se desocupó hoy.
Kena se soltó del abrazo, retrocediendo con un semblante serio, sin dejar de mirar a Jesús.
—Aún… —declaró lentamente— no me acostumbro… a este tipo de cosas.
—Jesús —llamó Kora—, incluso no deja que yo la abrace. —Soltó una risita por lo bajo, molestando a su hermana.
Aunque por su parte, Jesús estaba sonriendo al borde de la risa. Kena, con esos ojos intimidantes, no dejaba de mirarlos. Sin poder contenerse, Kora y Jesús se carcajearon. Kena se molestó más, quería que se callasen. Dio un leve empujón a Jesús en el hombro, pero fue suficiente para que cayera.
—¡Ayyy! —Jesús hubo caído de espaldas sobre el bordillo—. ¿Por qué me empujaste?
—Apenas y te toqué, no pensé que caerías.
—¡Jesús, ¿estás bien?! —exclamó Kora ayudándolo a levantarse.
—Sí, gracias —dijo aquél, sacudiéndose el fondillo del pantalón—. Pero que no se les olvide que ustedes tienen más fuerza que yo.
—Qué irónico —dijo Kena—, si tú eres la Reencarnación de Ilev.
—Sí —coincidió Jesús—, pero creo que soy más débil que Kora.
—No lo creo —dijo la niña, esbozando una linda sonrisa.
—Créeme que sí —manifestó Jesús—. Y si le gané al Kuroi Kaibutsu fue por pura suerte…, porque pude sacar el… ¿cómo se llama?
—Dark Glow.
—Y porque… —Acalló en seco. No dijo más ante la fría mirada de Kena, que lo hizo entender que callara eso que iba a mencionar.
Ella aún no quería que su hermanita se enterara de que fue capaz de materializar una armadura de evo y emanar un aura, y más importante, que fue controlada por el Lado Salvaje.

Feliz de volverlas a ver, Jesús les dijo que se sentaran en las bancas a platicar. La gente que pasaba en la calle no dejaba de mirarlos, porque si bien, no muchos conocían a Jesús, pero era imposible no voltear a ver a chicas como esas. (Jesús pensó que sólo volvían las miradas porque se les hacía muy extraño que alguien como él hablara con chicas tan hermosas como ellas).
—¿Y en qué estabas ocupada, Kena? —preguntó Jesús al cabo de haberles dicho lo poco que hizo luego de llegar a este mundo; declarando que lo único no aburrido era leer aquel fantástico libro que Venkoh le había prestado.
—Ahm… Cosas —respondió Kena—. Cosas relacionadas con los Ángeles de la Muerte.
—No, ‘tá bien —dijo Jesús con sorna—, no me digas. Igual no quería saber.
—A mí tampoco me dice —se quejó Kora, mirando a su hermana, ceñuda.
Kena suspiró.
¿Qué caso había que seguir callándoselo?
—Normalmente le hago encargos al Ángel de la Muerte de mi región —repuso—. Hoy no tuve tantos pendientes como pensé. Tal vez fue porque hablé con Demazasi y dijo que ya no tenía ocupaciones, que podía irme. Incluso me dio permiso de venir a este mundo.
—¿Y quién es Demazasi? —quiso saber Jesús.
—Demazasi es un Arcángel de la Muerte —explicó Kena—, es el encargado de custodiar el Clan Nergyan.
Su hermanita escuchaba con mucha atención, aunque no tanta como lo hacía Jesús.
—¿Pues cuántos Ángeles de la Muerte hay? —inquirió el chico, interesado.
—Si no me equivoco, son siete en total. Hay tres ángeles y cuatro arcángeles. El más poderoso de todos ellos es Izraíl, también conocido como Azra o Azrael. Dicen que es uno de los Ángeles más poderosos, aunque no estoy muy segura, porque hay legiones de ellos en los Cielos. De lo que sí estoy segura es que es un ser capaz de controlar y producir tanto la energía oscura como la energía blanca, y, las más sorprendentes, las energías gris y plateada.
—¿La energía blanca? —repitió extrañado Jesús.
—La energía de Kúame —repuso Kora con seguridad; sin darle tiempo de preguntar sobre las demás.
—¡‘Hazo’! —exclamó anonadado Jesús—. ¿Tan poderoso es ese Arcángel de la Muerte?
—Así es —afirmó Kena, y continuó—: El resto se encarga de custodiar el Akerteranhd. Cada región del extenso Reino de la Diosa Madre Akuerte tiene un Ángel Jefe y un Ángel, y nosotros debemos servirles, no sólo a los reyes. El Ángel sirve de heraldo de los Reyes Akertanos entre los Arcángeles y los Altos Mandos.
»En la región de Nergya tenemos al Arcángel Demazasi y al Ángel Pepsothán. Que son a quienes sirvo; con quienes trabajo, mejor dicho.
»En la vecina región de Eléiyar tienen al Arcángel VejYiz y al Ángel Rámcuan.
Jesús, al escuchar aquel nombre, recordó a la hermosa muchacha que encontró inconsciente en el Desierto de las Piedras.
—Al final, si no me equivoco, los de la lejana región de Fáiyer tienen al Arcángel Daisuku y al Ángel Romkafié. Así funciona todo eso.
Jesús estaba muy sorprendido, y aun así pudo digerir tanta información, no supo cómo. Lo creyó todo a pie juntillas. Tenía que ser verdad, Kena no le mentiría con algo así, y luego de todo lo que había visto… Tantas cosas que confirmaban la existencia de Dios y lo que se decía en la Biblia. Con cada cosa que escuchaba sobre aquel Otro Mundo se daba cuenta de lo extenso que era el universo y todo lo que el Todopoderoso hubo creado. Algo fascinante.
Kora estaba tratando de recordar todas esas cosas, a fin de cuentas era importante que las supiera, ya que nunca había asistido a ninguna escuela y poco sabía de su mundo y la historia de él; además de que su hermana no le enseñaba mucho sobre cosas ajenas al control y el uso de la energía vital oscura.

Estuvieron hablando un buen rato más. Habían preferido charlar entre ellos que ir a algún otro lugar. Después de todo Jesús sólo quería convivir con sus amigas, fuese donde fuere, al igual que ellas. Él ya hablaba con más facilidad, aunque estuviera hablando con chicas, y como siempre que entraba en confianza decía alguna que otra tontería que le salía sin querer o de forma sutil. Kora reía de cualquier cosa graciosa que dijera el chico; Kena no, no era mucho de reír.
—No seas amargada —dijo Jesús a Kena con retintín—. Me sorprende que Kora se ríe mucho y tú siempre estás seria. ¿Te hago cosquillas pa’ que te rías o qué?
—No me gustan las cosquillas —expresó Kena—. Sólo mamá lo hacía, pero eso fue hace ya mucho tiempo. Me gusta escuchar a Kora reír, pero con eso me basta.
—Ay, Jesús —dijo Kora—, yo una vez le hice cosquillas y… ¿hm? ¡Mgh!
—¡Cállate! —interrumpió su hermana.
—¿Qué traen? —dijo Jesús, entre jocoso y pasmado—. Destápale la boca. Pobrecita, ni la dejaste hablar.
—Lo que sucede es que Kora es muy habladora y suele decir cosas sin pensar —decía Kena, furibunda, mientras soltaba a la niña.
—¡Mmmh! —Kora cerró los ojos y sacó la lengua, gesto dirigido a su hermana—. Eso no es cierto. Lo que pasa es que eres muy gruñona a veces.
—Eh, no se ‘pelien’ —dijo Jesús—, no quiero que de accidente me terminen dando un trancazo… ¡en una de esas me matan! Tienen bastante fuerza.
—¿Matarte nosotras a ti? —río Kora—. No, jamás la haríamos. Lo juro por Nergya.
—¿“Trancazo”? —se preguntó la otra, extrañada, con el ceño fruncido.
—Ah, oigan, no sé si sepan… —comenzó Jesús— pero mañana es mi cumpleaños.
—¡Mañana es día dos de semzéid! —exclamó Kora.
—No hay dinero como para que mi mamá y mi papá me festejen, pero me gustaría que volvieran a venir, si pueden. Aunque sea para pasar el rato y no estar solo mañana… Bueno, no voy a estar taaan solo, pero sería bueno verlas a ustedes y a Vanaih y a Venkoh. Es que no sé si mis demás amigos vayan a poder.
—Nosotras se lo haremos saber a los Vahnark —dijo Kena, con su actitud seria—, no te preocupes. Y ten por seguro que nosotras podremos venir, haré todo lo posible por hacerlo, se lo diré incluso a Demazasi, él me dará permiso si Pepsothán no.
Allí, Kora tomó la mano de Jesús para entrelazar sus dedos, juntando las palmas.
—Es una promesa, Jesús —dijo—, vendremos para tu cumpleaños. ¿Ves? Ya es una promesa, de amiga a amigo.
—Bueno, ya dijeron, ¿eh? Aquí las voy a esperar mañana.
Kena se le acercó, tomándole la otra mano e hizo lo mismo que su hermana.
—Por mi parte también es una promesa —declaró—. La unión de las manos en alto es símbolo de promesa en nuestro mundo, y se tiene que cumplir.
—Se dice que a quien no la cumple le irá mal —agregó Kora con un tono misterioso—. Pero nosotras vendremos, no porque no queramos que nos vaya mal, sino… porque queremos estar contigo ese día.
Jesús no pudo reprimir una exultante sonrisa.
—Si mañana vienen podemos ir a los columpios. Yo quiero ir a los columpios.
—No sé qué sea eso —exclamó Kora—, pero ¡vamos!
Kena rodeó los hombros de Jesús con el brazo.
—No todos los días se cumplen diecisiete años —dijo—, iremos a esos tales ‘columpos’ si así lo quieres. Y aunque tenemos menos de un día, mi hermana y yo te daremos una dádiva.
—¿Qué es eso? —preguntó él.
—Un regalo —repuso Kora.
—No hace falta —Jesús se apresuró a decir—. No gasten en mí. Con que vengan es más que suficiente… Comoquiera ya estoy acostumbrado a que casi nadie me dé un regalo.
—¡Te vamos a obsequiar algo! —terció Kena—. Ya te apreciamos y lo haremos.
—Es cierto, Jesús —la apoyó su hermanita—. De todos modos, no solemos dar obsequios a nadie, excepto a Venkoh cuando es su cumpleaños. A nosotras no suelen darnos regalos. Déjanos darte algo que tal vez te gustará.
—Si acaso a ti sólo Venkoh Vahnark te obsequia cosas el día de tu cumpleaños —dijo Kena entornando los ojos.
—‘Tá bueno, pues, regálenme algo si quieren. Pero cuando ustedes cumplan años les voy a dar un regalo y se van a dejar.
—No tienes por qué —dijo Kora, con una linda cara de inocencia.
—Ustedes flojitas y cooperando. A ver qué les regalo.
Charlaron un poco más, hasta que el sol comenzó a ocultarse en el horizonte. Fue entonces que las chicas se despidieron de Jesús. Volverían “al siguiente sol”. Así que Jesús esperó con ansias a que fuese… el siguiente sol.


–✯–
Y llegó por fin el siguiente sol, el día siguiente. Hoy por fin era faivaíd dos de semzéid, pero como nadie aquí —salvo Jesús— conocía esos extraños nombres, era bien sabido que el día de hoy era viernes dos de octubre. Jesús estaba cumpliendo diecisiete años. Este día lo veía como un viernes cualquiera. Sin embargo, no fue un día cualquiera desde la medianoche. A las meras doce subió una foto suya —a pesar de que no le gustaba tomarse fotos por su baja autoestima— a su estado de WhatsApp, algunos de sus amigos (como Angie Cárdenas, Andrik Malibrán, Tacho Morales y su hermana Natalia) recordaron que cumplía un año más de vida, y lo felicitaron y le desearon muchas cosas buenas, no sólo le desearon que cumpliera muchos años más. Así como unas cuantas personas más esa misma mañana: sus amigos Jamileth Enríquez, Alma Martínez, Kikín Vargas, su prima Lucero y su sobrino segundo Kevin. Jesús se puso contento porque lo recordaron, eso significaba mucho. Qué importaba si el resto del año algunos no le prestaban mucha atención o no le dieran el buen (y, a veces, mal) trato que él les daba, si lo habían puesto contento al desearle feliz cumpleaños.
Pero lo que él más esperaba hoy era volver a ver a sus amigos akertanos. No estaba enterado de cómo sabían la hora en aquel otro mundo, pero, de lo que sí estaba seguro es que la hora que fuese aquí también lo era allá, en el pueblo Nergya. (Y es que el pueblo Nergya y Ciudad Mante compartían el mismo huso horario).
Sus amigas no le dijeron una hora de llegada.
Jesús salió de su casa (como de costumbre, vestido con una playera negra y unos raídos vaqueros y su gorra), se despidió de su mamá, quien cariñosamente le dijo que se cuidara, y se dirigió a la esquina donde ya varias veces se había encontrado con Kora y Kena. Pero en la intersección de Emiliano Zapata y Abraham González no había nadie. Esperaba no estar mucho tiempo ahí hasta que llegaran. Se sentó en la acera, con su Samsung Galaxy A20s rojo entre las manos. Ya no le llegaban mensajes, o simplemente no le contestaba nadie. No tenía descargado ningún juego (salvo el solitario) como para entretenerse, así que no tenía mucho que hacer en lo que esperaba, salvo usar Facebook.
Hasta que oyó pasos. De inmediato se volvió. Agradeció a Kúame que allí estuvieran. Un chico alto y apuesto acompañado por dos hermosas chicas.
Vanaih y Kora y Kena sí vinieron hoy, ¡en su cumpleaños!
—¡Feliz cumpleaños, Jesús! —exclamó Kora con una sonrisa—. Que tu vida sea aún mayor.
Jesús no sabía si en el Mundo Oscuro acostumbraban a darle un abrazo al cumpleañero, pero, de todos modos la niña se abalanzó hacia él y lo abrazó.
—Gracias —dijo él, sonriendo y sintiendo verdadera felicidad en su interior.
—Toma —dijo Kena alcanzándole una pequeña cajita envuelta en papel negro.
Jesús la tomó y no tardó en abrirla. Dentro se hallaba un dije en forma de corazón en el cual se podían apreciar dos bonitas letras: una A y una J.
—Tu inicial —explicó Kena, esbozando una tenue pero notoria sonrisa— y la inicial de la Reencarnación de Anadri. Pensamos que te gustaría.
—¡Me encanta! —expresó gustoso Jesús, poniéndose el dije en el cuello. Se sintió fenomenal.
Vanaih se acercó al cumpleañero, sonriendo, aunque la vista se le desviaba hacia el extraño cielo cerúleo con nubes blancas que, por cierto, él jamás había visto.
—Te deseo un feliz cumpleaños —dijo—, y una larga y próspera vida. Aunque no sólo yo te lo deseo, también papá y mi hermanita. ¡Ah! Y te traje esto. —Le entregó a Jesús un par de cajas envueltas en papel negro.
Jesús las tomó, sintiéndose sumamente contento. Abrió la caja más grande y se sorprendió al ver unos bonitos zapatos que parecían botas sin tacón. Ya quería probárselos. ¡Eran zapatos provenientes de otro mundo!, así como el dije.
Vanaih sonrió al ver la cara que puso.
—Papá notó que tu calzado estaba hoyoso —dijo—, así que quiso regalarte unos zapatos de combate. Son de uso diario y duran muchísimo.
Jesús reparó en que Vanaih solía llevar unos semejantes, al igual que Kena.
—Gracias, gracias, muchas gracias —manifestó de verdad agradecido—, dile a tu papá que gracias. Sirve que ‘ora sí tiro estos que traigo, están tan rotos que parece que traen hambre. —Luego vio el otro regalo—. ¿Y esto qué es, Vanaih?
—Venkoh y yo juntamos para comprártelo. Costó sesenta y siete purateos, pero valió cada atavo, porque supuse que te gustaría mucho. Es un libro, claro. Un libro es un regalo que puedes abrir más de una vez.
Vanaih le detuvo la caja de los zapatos.
Jesús desenvolvió el libro. Se trataba de un ejemplar nuevo de Historia de los Demonios Oscuros, de Karóer Shakizu; lo mejor es que estaba en oiralétir.
—¡Gracias, gracias, gracias! ¡A todos! —dijo radiante. La verdad era que no sabía qué decirles, más que darles las gracias. No esperaba recibir nada, pero quedó fascinado con todo. Se sintió feliz de que ellos fueran sus amigos.
—Es raro, ¿no?, que nadie recordara este día en nuestro mundo —comentó Vanaih, con la mirada fija en el cielo y en aquel resplandeciente sol de distinto color.
—Oh, ahora lo recuerdo —dijo Kena. Metió la mano a su bolsillo, buscó y buscó, hasta que sacó un estuche muy pequeño, de terciopelo púrpura oscuro, que abrió ante los ojos de Jesús, mostrando un precioso anillo plateado que llevaba una extraña inscripción a su alrededor, dentro y fuera.
(Más tarde Jesús vería lo que el anillo tenía escrito, aunque no le entendería en lo absoluto al alfabeto mekishkiano. Una inscripción pequeñísima. Dice esto:
«Ehrdap, Nóicahripser ed al Adiv, ¡Etneuf ed le odinos, Nóicca nis sahrbalap, Rodaehrhc ed le Somsohc!
Zah rallihrb ut zul ohrtned ed sohrtoson, ehrtne sohrtoson y ahreuf ed sohrtoson, ahrap ehq somadop alrecah litú.
Sonadúhya a rihges ohrtseun onimahc odnahripser nat olós le otneimitnes ehq aname ed It.
Ohrtseun Ohy, ne le omsim osap, edeup ratse nohc le Ohyut, ahrap ehq somenimahc omohc Sehyer y Sanier nohc sadot sal sahrto sahrutaihrhc.
Ehq ut oesed y le ohrtseun, naes onu olos, ne adot al zul, ísa omohc ne sadot sal samrof, ne adot al aicnetsixe luadividni, ísa omohc ne sadot sal sedadinumohc.
Sonzah ritnes le amla ed al Arreit ohrtned ed sohrtoson, seup, ed atse amrof, somehritnes al Aíhrudibas ehq etsixe ne odot.
On satimrep ehq al dadilaicifrepus y al aicneihrapa ed sal sasohc ed le odnum son neñahgne. Sonahrbil ed odot ollehqa ehq edipmi ohrtseun otneimicehrhc.
On son sejed reahc ne le odivlo ed ehq Út sehre le Redop y al Aihrolhg ed le odnum, al Nóicnahc ehq es aveuner ed opmeit ne opmeit y ehq odot ol ecellebme.
Ehq Ut roma étse olós ednod necehrhc sahrtseun senoicca.
¡Ehq ísa aes!»)
—¿Y eso? —inquirió Jesús, observando el anillo con detenimiento.
—Te lo manda Demazasi —Kora se apresuró a decir—. Es su regalo por hoy.
—¿Es… un regalo… de un Arcángel de la Muerte… para mí? —Jesús, muy ufano, lo tomó, después de todo era para él. Un anillo muy helado. Ahora estaba anonadado—. Le dan las gracias de mi parte…, por favor. —Se guardó el estuche del anillo en el bolsillo del pantalón y tomó la caja de los zapatos poniendo el libro encima—. Oigan, espérenme aquí, voy a dejar todo esto a mi casa y ahorita vengo. ¡No me tardo!
Se fue corriendo. Estaba tan emocionado. Dejó todo sobre su cama y salió de nuevo. Su mamá se sorprendió por verlo llegar con regalos, y no dudó en preguntarle: «¿Y todo eso?», lo que fácilmente fue respondido con un: «Son unas cosas que me dieron unos amigos. Al rato vengo, ‘amá, voy a los columpios.» Y tan pronto se fue Jesús, su mamá y su hermana revisaron los regalos.

Jesús regresó en un periquete. Les indicó hacia dónde irían y caminaron por la calle principal, siendo presas de las miradas de las demás personas (y fueron el motivo de que algunos perros ladraran; animales que a Jesús le sorprendió que sus amigos conocieran), hasta que llegaron a la plaza del ejido Villa Juárez, un lugar que parecía viejo y descuidado, pero apacible —al menos cuando no había drogadictos bulliciosos—. Allí había columpios; lo que tanto le gustaba a Jesús. Ninguno de sus amigos había visto jamás algo como eso. No todos los días ves por primera vez un asiento de plástico suspendido por dos cadenas, mucho menos que sean cuatro en fila.
Jesús les indicó cómo mecerse, advirtiéndoles que no lo hicieran con mucha fuerza. Tal acto provocó risas en Kora y Vanaih, por lo tanto, también en Jesús. Y al no resistir más, Kena terminó riendo; porque le agradó sentir el aire moviéndole el pelo sin la necesidad de volar, le encantó esa sensación de ir de arriba a abajo y viceversa.
Fue uno de los mejores cumpleaños para Jesús, lo recordaría por siempre. Para nada quería que acabase, así que procuró disfrutar cada momento de esa tarde. Ahora era un muchacho de diecisiete años, feliz por lo menos el día de hoy.

 Ahora era un muchacho de diecisiete años, feliz por lo menos el día de hoy

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Ilev -Dark Glow- I. El estado Dark WildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora